87. ¿Te das cuenta?

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Doy vueltas por la arena con una presión en el pecho que amenaza con estallar en cualquier momento. Una mezcla de pánico, inquietud y culpabilidad se arremolina dentro de mi en oleadas que me hacen retener unas ganas incontrolables de llorar.
Acaba de rechazar una plaza en Japón para quedarse con una chica que no sabe lo que quiere. Acaba de abandonar su sueño por una relación construida a base de mentiras. Acaba de apostarlo todo por alguien que jamás haría eso por él.
Carlos se levanta y trata de calmarme en vano. Soy consciente de que la gente nos mira y de que probablemente parezca que esté loca, pero no consigo calmar la crisis nerviosa que amenaza con darme.
—No es para tanto —acaricia mi brazo.
¿Que no? No es para "tanto" rechazar ir un fin de semana a una fiesta. No es para "tanto" rechazar una pizza por hacer dieta un día con tu novia. Esas cosas no son "tanto".
—Carlos, es como decirme que una propuesta de matrimonio no es importante —río nerviosa.
Carlos coge mis manos y me obliga a parar en seco. Sus ojos color miel se fijan en los míos y reprimo apartar la mirada, así que le centro el su pequeño flequillo para que no crea que no quiero enfrentarme a la sinceridad de sus ojos.
—¿Tan malo es que quiera apostar por esto? —nos señala.
—Llevamos seis meses. Si fuesen tres años podría entenderlo, pero...
—Son seis meses, pero estoy seguro de que quiero estar contigo desde el día en que se te cayó el cesto.
Aprieta mis manos y la culpabilidad aumenta un par de grados más. Hay una vocecita que me repite que es lo mejor que me va a pasar en la vida, pero otra me dice que huya sin mirar atrás. Siento que a cada momento que pasa, o me enamoraré locamente de él, o le haré el daño suficiente como para no poder mirarme al espejo.
—¿Te das cuenta de lo que has rechazado?
Carlos suelta mis manos y se da la vuelta visiblemente molesto. Se pasa las manos por la nuca y suspira sonoramente mientras trata de tener una sonrisa impasible.
—Sí, me doy cuenta. Igual que me doy cuenta que cuando hago algo por nuestra relación, te entra el pánico.
Intento buscar algo que decir, pero la realidad es que no puedo decir nada ante una realidad como aquella.
Muerdo mi labio nerviosa y miro tras su hombro, con la vista perdida en la leve espuma que acaricia la orilla para luego volver a marcharse.
—Entiende que me preocupe de que rechaces esa oportunidad.
—¿Te preocupas por mi futuro, o porque me tome lo nuestro en serio?
—Carlos...
—¿Qué? Al menos, me gustaría saber cuál es el problema.
Pocas veces lo vi enfadado. No es que sea un enfado en sí, parece más bien frustrado, pero odio verlo con el ceño fruncido y sin esa sonrisa que lo caracteriza.
Le intento explicar de varias formas que solo me preocupa haber truncado su futuro y que su sueño siempre ha sido ir a allí, pero sigue impasible ante su decisión. Cuando le pregunto si es posible volver a coger la plaza y me dice que no, me siento sobre la toalla completamente en tensión.
—Pues nada, esperemos que en ningún momento de tu vida me eches en cara lo que has rechazado por mí —digo con una pequeña risa nerviosa.
—Das por hecho que lo nuestro no va a ningún lado —susurra.
Alzo la cabeza y veo una pequeña mueca mientras recoge su camiseta y se la pone ante mi sorpresa.
—¿A dónde vas? —el corazón me retumba en la caja torácica con una fuerza abrumadora.
"Vas a perder lo único bueno que te ha pasado —susurra una pequeña voz en mi cabeza".
—Necesito dar una vuelta.
No digo nada cuando se da la vuelta y se aleja por la orilla. No tengo derecho a decir nada.
Me levanto y sacudo mis piernas para irme hacia el agua en un intento ridículo de camuflar las lágrimas que amenazan con salir con el mar. ¿Cómo puedo arreglármelas siempre para hacerle daño? Si hubiese un detector de cagadas seguramente lo habría sobrepasado en la primera semana de relación.
Pienso de nuevo en su decisión y por más que intento esforzarme en entenderla, no puedo.
Estoy en una relación, me ha presentado a su familia, le he presentado a la mía, ¿y le parece que no estoy intentando que las cosas sean serias? Esto es lo más serio que he tenido desde hace cinco años, y eso es mucho decir, ya que me imaginaba soltera y con una manada de gatos acompañándome.
Me doy la vuelta y nado mientras miro al cielo replanteándome el por qué siempre todo decisiones de mierda y no puedo simplemente ser la novia atenta y equilibrada que se supone que debería ser. Estoy demasiado enfadada conmigo misma.
Mi cabeza choca contra alguien y salgo rápidamente a disculparme. ¿Cómo no voy a ser un desastre si ni tan siquiera miro por dónde voy?
—Lo siento mucho.
Me doy la vuelta para irme avergonzada antes de hacer el ridículo más por hoy.
—Cada día se te da mejor ignorarme.
Levanto los ojos y me encuentro con ese verde inconfundible.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora