40. ¿Tengo algún motivo para estar mal?

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Natalia, Sara o como coño se llame me mira con una preciosa sonrisa y con una cerveza en la mano. Lleva un top sencillo negro, unos pantalones vaqueros cortos y unas sandalias con tacón bajo. En su rostro no hay rastro de maquillaje y la envidia sube a través de mi estómago sin poder reprimirla. ¿Por qué ella al natural es tan guapa y yo por mucho que lo intente no? Va sencilla y aún así con sus malditos ojos azules llama la atención. La odio. Mi lista de esta noche va subiendo por momentos.
De pronto, caigo en la cuenta de algo. Lo peor no es lo guapa y estupenda que es, sino que está en mi ciudad con Héctor. Las dos neuronas que me quedan activas intentan gritarme lo que está pasando, pero me niego a escucharlas. Tiene que ser una maldita broma, por lo que hago acopio de "las rubias somos tontas", aunque sea teñida, y hago el patético de mi vida.
—¡Hola! ¿Sara? —le estrecho la mano con fingido interés—. ¡Qué casualidad! ¿Qué te trae por esta ciudad?
Sutil como una motosierra a las cuatro de la mañana en un barrio de pijos. En mi estado actual, no se me puede pedir mucho más. Es un milagro que no vomite.
¡¿Dónde está Bea?!
Héctor se aparta y se pone a su lado. Me quedo petrificada. Me ha dejado. Se ha ido con ella mientras yo estaba tratando de... No quiero ni pensarlo. No puedo.
—Estamos saliendo —dice Héctor apartando la mirada.
No paro de repetirme que sonría. Sonreír e ignorar el nudo en el pecho. Sonreír hasta que me duelan las mejillas. Sonreír para ocultar mi dolor.
Les doy las felicitaciones como una estúpida y Sara me da las gracias devolviéndome el abrazo que le he dado sin saber por qué. Me recuerdo que era simpática, que el odio que siento por ella no puede ser real y les digo que lo pasen bien el resto de la noche para después salir de allí. Necesito aire, me estoy ahogando.
Salgo a la calle y con desesperación comienzo a mirar todos los colores de mi alrededor y comienzo a nombrarlos en mi mente mientras araño el lateral de mis dedos sin ser apenas consciente. Mientras cuento colores de carteles o vestimenta de personas, la imagen de él a su lado me tortura.
Los ojos se me empañan y aprieto la mandíbula. Me niego a llorar. Estoy bien. No me importa.
Por el rabillo del ojo veo a Héctor salir del pub y en acto reflejo saco el móvil y finjo estar en una llamada con Carlos. Hago como si no lo veo y tengo una conversación imaginaria con mi novio. Cuando Héctor dice mi nombre no puedo evitar hacerlo. Le digo a un móvil sin receptor un "te quiero" y añado el nombre de Carlos. Héctor se para en seco y me mira con asombro. Quiero hacerle daño y romperle el corazón en mil pedazos.
Hace una mueca que parece una especie de sonrisa y vuelve a ponerse serio. Aprieta los puño para luego abrir las manos y suelta un suspiro.
Quiero que explote y quiero explotar con él, pero no lo hace y eso hace que quiera chillar en mitad de la calle, pero yo tampoco lo hago.
—Perdona, no sabía que hablabas con...
—Carlos —finalizo por él.
Sabía que tenía pareja porque lo mencionó Bea, pero nunca dijo que fuese él. Héctor vuelve a hacer una mueca que no comprendo. Sigo con la sonrisa y paso por su lado para volver adentro, pero su mano vuelve a tocarme, solo que esta vez me suelto con brusquedad. No quiero que me toque con las manos que están tocando a otra.
—¿Necesitas algo? —aprieto mis manos para mantener la calma.
Héctor suelta una pequeña risa incómoda y me mira como si hubiese perdido la cabeza. ¿Esperaba ver a la Abril de hace medio año? No, lo siento mucho, esta vez si aprendí la lección. No pienso dejarme más por mis emociones más primarias.
—¿Es cierto lo que has dicho antes?
¿A qué juega? No puede preguntarme esto cuando me ha presentado a su jodida novia.
—No sé de qué me hablas.
—¿Quieres que te lo recuerde? —dice exasperado.
Tengo que salir de esta ridícula situación como sea. Lo que he dicho antes es un error debido al alcohol. No tiene importancia y no pienso dársela. El nudo que tengo en mi pecho sube aún más.
—¿Vienes a preguntarle a tu ex si se sigue poniendo cachonda contigo mientras tu novia te espera? —alzo una ceja.
Héctor suelta un suspiro y se ríe de mala gana, pasando sus manos por su pelo.
—Eres increíble. Consigues darle la vuelta para que parezcas una jodida santa —lo dice más para él que para mí.
Esta vez frunzo el ceño enfadada. ¿Que intento parecer qué? No intento nada. Solo quiero que me deje tranquila de una maldita vez. Quiero estar sola y seguir contando colores de carteles.
Intento relajarme y por la tensión y los nervios comienzo a tiritar. Me abrazo a mí misma aunque sigo manteniendo la cara de póker.
Héctor se acerca preocupado y me agarra por los hombros, frotándolos para que deje de temblar.
—¿Estás bien?
"No Héctor, no estoy bien. Estaba hablando de cómo quiero montármelo contigo con tu novia a escasos metros, por no hablar de que tengo novio y que acabo de decirle a Carlos por primera vez en mi vida "te quiero" y ni siquiera en una conversación real. Estoy muy lejos de estar bien".
Me separo de él de nuevo, cosa que parece molestarle por la mirada que me echa. Mala suerte amigo, eres tú el que perdió el derecho a hacerlo hace demasiado tiempo.
—¿Tengo algún motivo para estar mal? —me río dulcemente.
Héctor me mira por unos segundos y creo que debo ser la actriz del siglo, porque mantengo la compostura y la mirada inocente en todo momento.
Lo miro con indiferencia y ladeo la cabeza para fingir que no comprendo su actitud.
—No, supongo que no lo tienes.
Siento sus palabras como cuchillas por el tono de su voz. El pecho me duele cuando me mira de aquella forma, pero no puedo hacer nada. Dijimos que nos ignoraríamos en la medida de lo posible y eso justo estoy haciendo. No sé por qué ha salido ni qué quiere de mí. Sus preguntas hacen que imagine escenarios imposibles en los que no nos rompimos el corazón, pero la realidad es demasiado distinta.
Digo que tengo que buscar a Bea y vuelvo a entrar en el local, pero sigo sin encontrarla. Voy en dirección al baño cuando veo que Sara está sentada en una de las mesas jugando con el botellín de cerveza y decido mostrar lo adulta funcional que soy, así que me acerco a ella.
—¡Hola! Perdona por molestar, pero quería hablar contigo —le sonrío.
Sara levanta la cabeza y al verme me sonríe señalando la silla para que me siente.
Le explico en resumen que siento si esto le ha resultado incómodo, pero que no se preocupe, que tengo pareja y entre Héctor y yo no pasa nada.
Sara  pone la mano encima de la mía y me corta educadamente.
—Abril no tienes que preocuparte. Sé todo, Héctor ha sido bastante sincero al respecto y esto no va a suponer un problema para nuestra relación, de verdad, no te preocupes. Es cosa nuestra.
Sabe desde el principio que trabajamos juntos, no se lo ocultó como hice yo con Carlos, incluso sabe lo de la caravana. Héctor le ha contado la jodida verdad de todo. ¿Por qué con ella ha sido sincero? Yo no he conseguido con un pasado común que se sincere conmigo y en cambio con ella, parece que le ha relatado la historia de nuestra maldita vida.
Gracias a Dios Bea aparece entre la multitud y me da la excusa perfecta para irme del ridículo que acabo de hacer en la mesa. Sara se despide con la mano y le devuelvo el gesto. Realmente quiero arrancarle el pelo, pero ella no tiene la culpa de nada. Debería haber estudiado actuación.
—Tía, no me he meado encima de milagro. Se me han intentado colar, pero le he dicho clarito que o meaba yo, o me meaba en su vestido de putón verbenero —sonríe orgullosa.
Vale, puede que el comentario de Bea me haya quitado un poco las ganas de llorar y patear culos de morenas guapas, pero sigo con una mezcla inestable que amenaza en cualquier momento con apoderarse de mí.
Bea señala detrás de mí preguntando si ese de ahí es Héctor. A mi no me hace falta darme la vuelta para saber que evidentemente es él.
—Sí. Ha venido con su novia.
Bea me mira con los ojos abiertos como platos y esta vez no puedo evitarlo. Bea me lleva hacia el baño y tras disculparse con un montón de chicas y asegurar que no vamos a mear, que solo queremos refugio ante un drama de chicas, nos dejan pasar y nos pegamos a uno de los lavamanos. Salir de fiesta y no acabar llorando en la esquina es sinónimo de no haber sido una buena fiesta, o al menos, trato de convencerme de ello.
De nuevo la pregunta de cómo estoy. Reprimo poner los ojos en blanco.
—¡¿Por qué todos dais por hecho que por ver a mi ex con su nueva y preciosa novia es motivo suficiente para joderme la maldita noche?!
Bea pone los labios en una fina línea y las dos chicas que se están lavando las manos nos miran con una cara sospechosa, por lo que las intento poner de mi lado.
—¿A que no es motivo suficiente? —les insisto.
La chica mira a su amiga y contesta la otra chica de pelo afro por ella.
—Chica, yo veo a mi ex con otra y te aseguro que no hay Jägermeister suficiente para ahogar mis penas y quemar la mitad de la ciudad.
Pongo los ojos en blanco y me apoyo contra la pared con los brazos cruzados. La chica me dice un "suerte" antes de irse. Están todos equivocados.
Bea me mira con cara de preocupación y me repite la pregunta. 
—Estoy bien. Solo quiero pasarlo bien con mi mejor amiga y pedir otra coctelera.
Bea alza una ceja divertida.
—¿No íbamos  a darnos un respiro? —se ríe.
Le tiendo su botella de agua y le devuelvo una sonrisa maquiavélica.
—Tienes diez minutos para beberte tu respiro.
¿No hemos venido de fiesta? Pues que viva la fiesta.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora