131. No me esforcé lo suficiente

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Jamás me he sentido tan cría. Tan alejada de la realidad. Siempre se dice que cada persona libra su propia batalla interna, pero Héctor no ha librado una batalla, sino cientos. Una guerra entera.
Mis problemas se reducían al instituto, las salidas con Lisa y discutir con mi padre sobre si una falda era demasiado corta. Los de él consistían en cuidar a una persona enferma mientras luchaba con todas sus fuerzas y perdía la batalla una y otra vez. Me pregunto, cuanto ha tenido que fingir.
Ahora, comprendo demasiadas cosas. Los "no me dejes", el desaparecer e incluso el tatuaje de la noria. "El día que os perdí a las dos". Aquel día no había decidido perderme, sino perderse así mismo. Creía que no merecía amor después de lo que hizo.
Paso la tarjeta de crédito por el lector y la mujer me ofrece el ramo de girasoles que he comprado. Vuelvo sobre mis pasos y lo encuentro en la misma pose que antes. Cruzado de rodillas con la vista fija en el suelo. Juega con un pequeño trozo de césped, ajeno a que me encuentro justo detrás. Con un nudo en el estómago, poso el ramo de girasoles a los pies de la lápida y acaricio las letras de su nombre. Se ha perdido ver crecer a un chico maravilloso.
—Gracias —acaricia un pétalo amarillo.
—No tienes que darlas —le sonrío.
—Sí. Sí, que tengo, por demasiadas cosas. Y tengo tantos "lo siento" acumulados...
Acaricio su rostro y lo atraigo hacia mí sin pensarlo. Vuelvo a abrazarle, pero esta vez se deja. Noto su respiración acompasada sobre mi cuello y envuelve los brazos en mi cintura.
Verlo tan vulnerable me rompe de una manera desconocida. Jamás pensé que lo vería llorar de forma desconsolada y verlo, ha sido lo más terrorífico que he sentido en mi vida. El miedo a no poder cortar esas lágrimas y hacerle feliz ha sido demasiado abrumador.
—Yo también tengo que disculparme —se me hace un nudo en la garganta.
Cuando Héctor me mira con el ceño fruncido aparto la vista avergonzada. La sensación de que podría haber hecho mucho más es asfixiante.
Había señales de que algo había cambiado y las ignoré o pensé que tenían que ver conmigo, como si fuese la única persona de su mundo.
—Siento no haberte demostrado que podías contar conmigo...
—No, Abril. Ni se te ocurra —apoya su frente sobre la mía y acaricia mi mejilla. Cierro los ojos para disfrutar de su caricia—. La culpa fue solo mía por no asumir lo que estaba pasando —me atrae hacia él y me abraza.
—Te notaba raro y no me esforcé lo suficiente —reprimí las lágrimas.
—Yo no te dejé hacerlo. Créeme, eras lo mejor que tenía. Lo único que me permitía escapar y tener pequeños momentos de felicidad —nuestros rostros se quedan a tan solo unos centímetros—. Creo que jamás voy a querer a nadie como te quiero a ti —sonríe.
—¿Puedo besarte?
—Creí que jamás me lo pedirías.
Me acerco a sus labios y poso los míos de forma lenta, disfrutando de su calidez y de las pequeñas grietas que hay en ellos. No lo intensifico, solo quiero demostrarle todo lo que siento sin pensar en las consecuencias.
—Te amo, Abril.
Lágrimas silenciosas empapan nuestro rostro. Esto debería haber sido así desde hace mucho.
—Te amo.
El miedo a romperme se ha desvanecido, porque creo que jamás sabré lo que es romperse de verdad, no como él lo está. Si pese a todo, fue lo suficientemente valiente para decirme que me quería aquel día en la playa, yo debo serlo para reconocérselo.
Me coloco sobre sus piernas mientras él me abraza por la espalda.
—Puedes hacer las preguntas que quieras. No más secretos
Miro de nuevo la inscripción y con eso, es suficiente.
—¿Te sientes afortunado?
Una misma pregunta con más de un año de diferencia. En aquel momento no fui consciente, me dolía demasiado estar cerca de él, pero juraría, que tras su mirada había un dolor incomparable al mío. ¿Cómo se iba a sentir afortunado tras aquello?
—Estuve tan centrando en recordar lo malo, que no miré lo que tenía a mi alrededor. Luis, Bea, Sara, Mario, Nerea, Isa, tú... Habéis sido personas que pese a ser un capullo, y mira que me he esforzado en ello, habéis estado a mi lado. Sí, Abril. Me siento infinitamente afortunado.
Acaricio sus antebrazos con una sonrisa. De repente, el colgante en forma de A aparece colgando de su dedo y me mira con una sonrisa tímida.
—Perder regalos está muy feo.
—No es un regalo, era un collar que perdí y encontraste. Ni siquiera te gastaste dinero, rata —me burlo.
—Abril "la espía" te llamaban —su preciosa risa hace que me una a él.
Aparto el pelo de mi cuello para que me lo ponga.
—Pase lo que pase, no me lo volveré a quitar.
Nuestras manos se unen y las pulseras rojas brillan levemente gracias a los rayos del sol, como una promesa.
Desliza sus manos por mi muñeca y acaricia el hilo rojo. Cierro los ojos y descanso sobre su pecho para resguardarme del frío.
—Siento que hayas pensado todos estos años que no eras lo suficiente. No tenía los cojones de dejarte, por ello...
—Lo sé. Iba a explotar y a mandarlo todo a la mierda sin preguntar.
Y es lo que hice. Asumí que era una mierda de persona sin tan siquiera pararme a pensar en el cambio brusco, pero jamás volverá a pasar.
—¿Por qué regresó tu padre?
—Ese hijo de puta puso la señal del piso donde vivo, pero fue ella quien se encargó durante años de pagar la hipoteca y ahora yo. Quería su parte, pero mis abogados se han encargado. No tocará esa casa y no verá ni un puto euro.
—Y... ¿tú familia no puede echarte una mano?
—La familia de mi padre se portó muy mal con mi madre, y ella no tenía hermanos y mis abuelos fallecieron.
La inquietud hace que me dé la vuelta y lo mire a los ojos preocupada. ¿Quién se encargó de él cuando solo tenía dieciséis años? Hago la pregunta.
Una mueca me indica que no me va a gustar la respuesta. Da vueltas a su anillo de esmeraldas nervioso. Evita mi mirada al responder.
—Llegué a un trato con la hermana de mi padre. Ella cogía la custodia y yo no aparecía por casa. Le daba la mitad de mi paga de orfandad.
—¿Vivías solo en tu casa?
—Mi tía la alquiló para ganar más dinero.
—¿Entonces? —mi preocupación va en aumento.
—Salí con una universitaria hasta.... Hasta que cumplí los dieciocho.
—¿La querías?
«Que diga que sí, por favor. Que diga que sí».
—No.
Una punzada de dolor me deja sin aire. Mientras yo creía vivir en una pesadilla porque me habían puesto los cuernos, Héctor salía con una chica seis años mayor que él solo por tener un techo en el que dormir. Prácticamente se había prostituido sin ser consciente.
Lo atraigo hacia mí de nuevo y lucho con todas mis fuerzas para mantenerme en silencio y no escupir los insultos hacia su tía que me queman en la punta de la lengua. Luego pienso en la chica que se estuvo aprovechando de un menor y siento náuseas. Me encantaría tenerlas a ambas delante.
—Ey, princesa. No pasa nada de verdad —acaricia mis mejillas.
Intento ofrecerle una sonrisa, pero queda más como una mueca que le hace reír.
—Te pones muy fea cuando finges. ¿Nunca te lo han dicho? —se burla.
Humor. Si eso es lo que necesita, me declaro desde hoy mismo payaso de feria.
—Entonces cuando estamos en la cama debo ser la princesa Fiona.
—Repítelo diez veces delante de un espejo. A lo mejor así te lo crees —roza su nariz con la mía.
Voy a replicar cuando una llamada nos interrumpe. Mi móvil. apoyado sobre mi bolso, brilla con el rostro de Carlos y siento como cada músculo de mi cuerpo se tensa.
—Deberías cogerlo —aparta la mirada.
Me disculpo y me alejo unos metros.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora