28. En tus sueños más húmedos

543 40 1
                                    

La noche no tarda en llegar y acabamos cerrando más tarde de lo esperado.
Mi tarea nueva ha sido preparar copas. Todo el mundo ha estado sorprendido de que no sepa preparar nada, incluso Mario me ha preguntado si no he tenido vida social, y en parte ha sido así. Mi vida social se desarrolló hace poco más de un año al mudarme a la residencia y en las fiestas siempre he aportado para comprar el alcohol, pero nuca he preparado las copas, siempre lo hacía alguno de los chicos, así que de alguna manera como ha dicho Mario he perdido la "virginidad" esta noche, frase que me hizo reír y se intensificó cuando volvió a tener acto seguido un ataque de aguas turbias. El pobre se va a deshidratar, pero gracias al arroz que le hizo Nerea casi se ha cortado. Ha sido un remedio muy efectivo.
Son más de las una y media de la mañana cuando estamos en los vestuarios hablando antes de que Nerea y Mario se vayan a casa. Isa fue la primera en irse sin dirigirnos la palabra y Héctor y yo no nos vamos hasta que yo no saque las basuras y termine de recoger.
—¿Qué tal sirviendo copas? —me pregunta Nerea.
—O por favor, pues le ha ido genial. ¡Me ha tenido a mi de maestro! Abril podrá confirmar que me muevo muy bien, aunque sus manos han agitado a una velocidad perfecta —me guiña un ojo.
Pongo los ojos en blanco ante sus bromas de doble sentido y miro sin querer a Héctor que sigue callado ignorándolo todo. A los pocos minutos recoge sus cosas y sale de la sala.
—¿Debo preocuparme por sus afirmaciones Abril? —me sonríe Nerea sacando su bolso de la taquilla.
—¡Degenerada! Me refiero a que mueve genial la coctelera. En esta empresa hay gente con la mente muy sucia —se burla de Nerea.
Nos despedimos y me quedo unos segundos en la soledad del vestuario. Isa no me lo está poniendo fácil y yo no estoy para estar a la defensiva continuamente.
Vuelvo a mirar el móvil y nada. Ningún mensaje de Carlos. Escribo varias veces algún mensaje ingenioso para enviar. Después de hacerlo cinco veces decido que mejor no digo nada. No son horas y recuerdo que tengo que aprende a dejar espacio a la gente y que vaya a su ritmo. Ese tiempo que Héctor me echó la noche anterior en cara, pero esto es diferente.
Meto el móvil en la taquilla porque lo único que hago es retrasar lo inevitable.
Entro en la cocina y me sorprende ver a Héctor haciendo las tareas que me corresponden. Me habla si tan siquiera mirarme.
—Vete a casa. Termino yo.
Cojo una bocanada de aire y me quedo unos segundos en silencio, observando como su indiferencia es prácticamente perfecta. Levanta la tapa del contenedor y vacía en él el recogedor.
—Son mis tareas —digo calmada.
—Ya no. Lo que queda de semana estás libre de esto. Buenas noches Abril.
Es totalmente exasperante. Si fuese un mínimo inteligente, cosa que no soy, me iría a casa y dormiría, pero como soy soberanamente idiota, no puedo dejar a mi ego de lado.
—Es MI trabajo —dejo paso a mi indignación.
—Yo elijo cuál es tu trabajo.
Abro la boca de par en par. Es un capullo. Es el peor capullo que me he echado a la cara.
Ignorando sus palabras le intento quitar de las manos la bolsa de basura que saca y forcejeamos para ver quien se la queda.
Tiramos del plástico como si nos fuese la vida en ello, convirtiéndose en un pulso de quién lleva la razón o quién tiene el poder. No lo sé muy bien, pero no soy una niña pequeña a la que tengan que ayudar. Puedo hacerlo yo sola.
Ambos gritamos al otro que suelte la bolsa y ninguno de los dos cede. De pronto damos un tirón demasiado fuerte y la bolsa de basura se abre, cayendo al suelo limpio toda la comida, servilletas y cosas que prefiero ni saber porque probablemente podría vomitar.
Miro a Héctor y guarda silencio, pero sus brazos están tensos y sus puños cerrados. Una punzada de culpabilidad me atraviesa. Si hay que recoger esto, significa que él se irá más tarde a casa, porque hasta que yo no termine él no puede cerrar el local y por lo poco que sé, está continuamente muy cansado. Me muerdo el labio de impotencia.
—Héctor yo...
—Yo me ocupo. Buenas noches.
Me duele. Me quema que me dé las malditas buenas noches y ni siquiera puedo comprender por qué. Estoy cansada de no entender las cosas.
—¡¿Por qué tienes que ocuparte tú?! ¡La he roto yo!
—¡¿Te puedes ir a casa de una jodida vez?!
Da un fuerte golpe sobre la encimera y esta tiembla resonando el sonido metálico por toda la cocina. Lo ignoro y busco en el mueble superior unos guantes de cocina para recoger el desastre que he formado.
Héctor está de espaldas a mí con los brazos apoyado sobre la encimera, con los músculos de la espalda totalmente tensos.
Me enfundo los guantes, abro una nueva bolsa de basura y comienzo a meter cosas en ella.
Héctor se da la vuelta y suspira.
—¿Qué parte de vete a tu puta casa no has entendido?
—¿Qué parte de es mi puto trabajo no has entendido? —le imito— Intento arreglar las cosas que hago mal.
Héctor se agacha y se pone a mi altura, mirándome a los ojos de forma tan directa que hace que se me detenga momentáneamente la respiración. Por unos segundos me pierdo en el verde de sus iris.
—Escúchame, porque solo te lo voy a repetir una vez. Soy tu superior y me importa tres cojones lo que pienses. En el trabajo haces lo que yo diga cuando yo lo diga. ¿De acuerdo?
Esta el la maldita gota que colma el puñetero vaso. Cuando Héctor se levanta y me da la espalda cojo una bola de basura y se la tiro a la espalda. La masa viscosa, formada principalmente por una bola de papel asqueroso y húmedo con cosas que no consigo distinguir, pero son vomitivas, impacta contra su espalda quedándose parte pegada. Héctor se para en seco.
—Abril. Dime que no has hecho lo que creo que has hecho.
Se da la vuelta poco a poco con una mirada que sería capaz de helar a cualquiera menos a mi, porque aunque no puedo verme, juraría que es muy parecida a la suya.
—¡¿ME HAS TIRADO LA PUTA BASURA ENCIMA?!
—¡NO ME VUELVAS A HABLAR ASÍ EN TU PUTA VIDA!
Arremeto con otra bola de basura que impacta sobre su pecho. Intento coger otra, pero Héctor me levanta del suelo antes de que pueda hacer algo más y me acorrala contra la encimera. Intento soltarme mientras chillo toda la clase de improperios que puedo. De pronto un chorro de agua fría me cubre por completo y me quedo momentáneamente en estado de shock.
Héctor se aleja y tiene el grifo que es extensible en la mano y sonríe de medio lado.
—Tenías demasiada basura encima, princesa —me sonríe de medio lado—. Ah no, que la basura eres tú. Perdona por la confusión.
Una mezcla de emociones me invade. Hace meses que no me llama "princesa" y no me había dado cuenta hasta ahora de cuánto había echado de menos esas palabras, pero su siguiente frase hace arda en cólera. Pienso acabar con este capullo.
Alargo la mano, cojo el bote de jabón y aprieto soltando el líquido verde encima de su camiseta.
—¡¿Estás loca?!
—¡No! Solo te ayudo a limpiarte —le desafío con la mirada.
Estalla una guerra. Las cosas vuelan por la cocina, mientras nos refugiamos en nuestros frentes, que consiste en usar los extremos de la isla de cocina como escondite.
En pocos minutos la cocina está horrible, con todo el suelo, mesas e incluidas paredes, llenas de basura y grasa por todos lados.
Es asqueroso, me noto sudada, llena de basura repulsiva y de agua, pero no me importa, porque mi objetivo está claro. Necesito soltar toda la frustración que llevo dentro.
—¡Solo quería arreglar las cosas inmaduro de mierda!
—¡No me hagas reír! ¡Eres una hipócrita! ¿Quieres arreglar las cosas? ¡Pues sorpresa! ¡AHORA SOY YO EL QUE NO QUIERE QUE ARREGLES NADA!
Chillo de frustración, no soporto sus pullas totalmente justificadas e injustificadas al mismo tiempo. No entiende nada, nunca se ha esforzado en entenderlo.
La guerra continúa hasta que toco algo afilado y noto un dolor punzante en el dedo indice que me hace pegar un gritito.
De pronto se hace el silencio y veo sangre salir de mi dedo. Estupendo, lo que me faltaba.
Héctor dice mi nombre, pero yo me centro en intentar ver si es una herida seria o no, porque aunque es en el dedo, hay demasiada sangre para mi gusto.
La sombra de Héctor aparece por mi espalda y se agacha preocupado a mi lado.
—Joder... No me jodas Abril —dice con el ceño fruncido.
Me levanta y me guía sosteniendo mi muñeca por el pasillo. Sus dedos cálidos hacen que los vellos se me ericen y que se calme todo el enfado que tenía hace tan solo segundos antes. Ni siquiera estoy ya enfadada.
Cuando entramos en los vestuarios me suelta y una parte de mi quiere alargar la mano, pero no lo hago. Me quedo estática en el sitio donde me ha soltado mientras él se acerca a un botiquín de primeros auxilios.
—Desnúdate —me ordena.
Abro los ojos como platos y doy un paso hacia atrás a la vez que una oleada de calor atraviesa mi cuerpo. Héctor pone los ojos en blanco mientras se quita los pantalones y mi mirada no puede evitar seguir el contorno de sus calzoncillos color rojo que le quedan demasiado bien.
—Abril. Voy a enjuagar la herida para ver como es. No puedo tocarte el dedo estando ambos llenos de basura. Desnúdate.
Héctor me da la espalda y se quita la camiseta, dejando ver los músculos de su espalda que están más acentuados debido al trabajo. Enjuaga sus manos a conciencia antes de sacar de la taquilla una camiseta de tirantes blanca y se la pasa por la cabeza sin que me de tiempo apenas de ver un poco de sus abdominales. Sigo totalmente quieta esforzándome por no mirar su cuerpo más de la cuenta.
—¿Quieres que te desnude yo? —me sonríe de medio lado.
—En tus sueños más húmedos.
Por unos segundos sonrío. Son conversaciones demasiado conocidas.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora