Héctor:
El microondas suena y me quedo unos segundos más apoyado en la encimera. Tengo mi mente completamente en blanco, no sé qué debo hacer o decir cuando la culpa de que esté así es mía.
Saco la taza del microondas y meto las dos bolsas de tila y las llevo al salón.
Abril sigue en una esquina del sofá, con la mirada perdida en la pared. Odio verla de esta forma.
Le tiendo la taza humeante y la coge dándome las gracias en un susurro. No tiene nada que agradecerme, solo cosas que recriminarme. Soy un cobarde de mierda. Siempre lo he sido, solo que al menos ahora tengo la madurez de reconocerlo.
Me siento a su lado y nos quedamos en silencio, viendo nuestros reflejos en el televisor. El hecho de que esté en mi casa me resulta extraño. Esta casa era mi refugio. Conseguía aislar mis pensamientos sobre ella, pero ahora está aquí, en el único sitio que ella no impregnó. Ahora no puedo evitar normalizar que esté en mi sofá, que se duche en mi baño... De nuevo me veo atrapado por un pasado que no sé superar.
Miro sus manos y siento una punzada de culpabilidad. Recuerdo como hace años arañaba la parte interna de la palma de mi mano hasta dejarla en carne viva sin ser apenas consciente. Al final prefieres soportar el dolor físico, porque al menos ese, está localizado y sabrás que curará tarde o temprano.
—¿Qué es un ataque de pánico? — susurra Abril con la vista clavada en su taza.
Me tenso a la hora de contestar, porque me duele demasiado tener que explicarle a una de las personas que más he querido en mi vida lo que es esa mierda. Me encantaría poder quitárselos y sufrirlos yo. Es lo único que me merezco.
—Cuando sufres de ansiedad prolongada, a veces desemboca en esto. Un episodio repentino de miedo. Taquicardias, hiperventilar, temblores... Incluso autolesiones cómo la de tus manos — trago saliva con dificultad.
De nuevo un pequeño silencio, pero esta vez dura poco.
—¿Tú los has sufrido?
—Sí.
Me sincero, aunque solo sea en una pequeña parte. Se lo debo. Llevo demasiados años luchando contra ellos y la ansiedad frecuente del día a día. Me he pasado demasiadas noches en vela a causa de esto.
Sé cuales van a ser sus siguientes preguntas que no puedo contestar, así que intento reconducir la conversación. Estoy cansado de decepcionarla con mi silencio.
—Se quitará con el tiempo. Cuando te pase, intenta escuchar tu música favorita, pasarte un hielo por el cuerpo... cualquier cosa que te ayude a conectar con el presente.
Abril suelta una risa amarga y siento que se me encoge el estómago. No puedo soportar esto. Cierro los ojos un segundo e intento calmar la respiración para bajar las pulsaciones que aumentan por momentos. No quiero que vuelva esa ansiedad de nuevo.
No hace falta que le pregunte qué le pasa, porque es ella misma quién lo dice en voz alta, aunque parece que para ella.
—Es curioso que la persona que más daño me hizo, es la que me ayude a conectar.
Se me corta la respiración durante unos segundos.
—Lo siento mucho, Abril.
—Yo también —sonríe con desgana—. Lo intentaste y esa vez fui yo la que no lo intentó lo suficiente.
Bebe parte de su taza y me sorprendo cuando la suelta y apoya su cabeza en mi regazo. Acaricio su pelo mientras miro nuestro reflejo.
—Tampoco lo intenté lo suficiente —reconozco.
Podría dejar de ser un cobarde y contarle todo, el por qué hay veces que me siento ahogado estando con ella, pero no puedo. No puedo decirlo en voz alta. Es mi salvavidas y mis cadenas que tiran hacia las profundidades al mismo tiempo.
—¿Crees que si no estuviésemos jodidos, habría funcionado? Yo me imaginaba boda —le da un pequeño ataque de risa.
Sonrío sin poder evitarlo y la miro. Sus ojos están fijos en los míos y siento una corriente eléctrica que me atraviesa por completo. Me gusta verla así. Continúo el juego.
—Yo me imaginaba boda, niños, boda de plata, oro... —le sonrío.
—¿Niños? ¿En plural? —alza una ceja con diversión.
—Hombre... Con algo se tendría que entretener el pequeño Héctor mientras arrastro a su madre a la habitación —le guiño el ojo.
Las mejillas de Abril se ruborizan y no puedo evitar soltar una carcajada. Un cojín impacta de forma repentina contra mi cara y eso hace que me ría aún más.
—¡Solo tú podrías poner tu nombre a un hijo tuyo! Eres un egocéntrico —suelta una pequeña risa preciosa.
—Me gusta mi nombre —me encojo de hombros.
—A mí también.
Deslizo mi mano por su mejilla y acaricio su rostro. Me gusta cuando sonríe.
—¿Casa?
—Un ático para hacer barbacoas —dice muy segura.
—Sí... Tener vecinos estaría bien, así podríamos despertar la envidia de muchos cuando...
—¡Para! —estampa otra vez el cojín con una bonita carcajada— ¿Solo piensas en sexo?
—Solo pienso en los niños. Para traerlos al mundo, hay que practicar.
Es curioso. Nos pasamos horas organizando la vida perfecta que nos gustaría haber tenido. Hablamos sobre la decoración de nuestro hogar, los manteles de la boda, la ciudad a la que nos mudaríamos para hacer crecer nuestras carreras... Cosas que no van a pasar, pero que aún así se sienten demasiado reales.
En algún momento las inseguridades se han ido y solo queda espacio para las risas. Se siente tan bien poder estar con ella así de nuevo, que pienso que esto es lo que siempre deberíamos haber sido. Amigos. Quizá así no hubiésemos acabado destruidos.
Abril acaricia mi rostro mientras yo acaricio el suyo en pleno silencio. Hemos acabado tumbados de nuevo en el sofá, pero esta vez en la misma posición, con el rostro muy cerca del otro.
—¿Estás mejor? —susurro a pocos centímetros de sus labios.
—Sí. Hablar de mundos ficticios dónde tengo que aguantarme me tranquiliza, porque sé que en la vida real no tengo que hacerlo —bromea.
—Dímelo a mí. Vivir contigo tiene que ser insoportable. Acapararías el baño —río junto a ella y apoyo mi frente en la suya.
Unos centímetros. Solo unos centímetros para atrapar sus labios con los míos.
Noto la respiración de Abril acelerada y la mía la imita.
—¿Tú estás mejor? —susurra con voz temblorosa.
—¿De qué?
—Héctor, hace unas horas cagabas cada cinco minutos.
Más risas. Más cercanía. Mis manos se apoyan en sus caderas y las suyas suben a través de mi pecho desnudo hasta pararse en el cuello.
El sol entra por las rendijas del salón y mis manos hacen presión en sus caderas.
—Abril...
—Héctor...
Me acerco un poco más y el sonido del timbre nos congela. Qué coño he estado a punto de hacer.
Nuestros ojos aterrorizados se miran y yo pongo distancia mientras me levanto torpemente para abrir la puerta. Mierda. He estado a punto de cagarla.
Abro la puerta y me quedo perplejo.
—Diría que has visto un fantasma, pero soy demasiado negro cómo para parecerlo —me sonríe Luis.
—¿Qué haces aquí? —es lo único que se me ocurre.
—Completar el grupo de "Los nenazas con el corazón roto". En serio, ¿te has olvidado de que venía?
Mierda. Lo había olvidado completamente. Luis entra al piso y de pronto se queda parado. Su mirada pasa de Abril que sigue sonrojada y sorprendida a mí, que estoy en ropa interior y sofocado.
—No es lo que parece —decimos ambos al unísono.
—Bueno, creo que he llegado en el mejor momento —nos mira con una especie de desaprobación.
Carlos es su amigo. Esto se a malinterpretado.
Necesito que la vida me dé un respiro.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...