22. La parte de que me estoy tirando a la basura, ha sido apoteósica

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El silencio nos envuelve y aunque sé que mi cabeza debería estar aquí, pensando en mi mejor amiga a la que le hice daño, me encuentro pensado en el chico que se ha ido afirmando que le rompí el corazón, sin entender cómo no ve que fue él quien me lo rompió a mí.
No pedía tiempo, me pedía el imposible de saltar a un precipicio con los ojos cerrados, cosa que jamás volveré hacer por nadie.
Creí que habíamos hecho alguna especie de tregua, pero era inevitable que tarde o temprano la situación explotase, aunque esperaba que no fuese también con la única amiga que he conseguido en años.
Bea apoya su cabeza en sus rodillas, con el vestido de gasa blanco meciéndose sobre ellas al son del viento. Imito su pose, no soporto verla así y ser consciente de que soy la única culpable.
—Lo siento —vuelvo a repetir.
No me responde enseguida, pero cuando lo hace, noto una punzada en el corazón.
—Lo sé Abril. El problema es que ahora mismo no me sirve.
El silencio nos vuelve a invadir y mis piernas comienzan a temblar debido al estrés. Juego con mis dedos y araño con mi dedo índice el lateral del dedo pulgar, sin darme cuenta al principio que he quitado tanta piel muerta, que me hice sangre.
¿Cómo he podido fastidiarlo todo tanto? Y todo por ocultar algo tan insignificante como que trabajo con Héctor. No debería importarme, no ahora que he decidido ser feliz con la persona correcta, y esa persona correcta es Carlos. Fin.
Después de unos largos minutos Bea por fin habla.
—Si te hago una pregunta, ¿serás completamente sincera?
—Te prometo que no te mentiré más.
—¿Lo sigues queriendo?
Quiero responder que eso no importa, pero no quiero dar otra excusa para acabar en una nueva discusión, así que por qué no ser sincera. Quizá mi problema es que no soy capaz de ser sincera ni conmigo misma. Es hora de ir cambiando las cosas.
—Sí —levanto la cabeza y ella me está mirando.
—¿Y Carlos?
—Carlos me gusta mucho y es la elección correcta. Me hace feliz y es sincero. Le contaré mañana que trabajo con él.
—¿Crees que Héctor sigue enamorado de ti? —pregunta de forma repentina.
No lo sé ni quiero saberlo. Tomamos una decisión sin importar las consecuencias. Si me quiere no cambia nada. Querernos sería la misma tortura de siempre cuando la realidad es que no podemos estar juntos. Hay demasiadas cosas que no estamos dispuestos a cambiar y seis meses no es el tiempo suficiente para que las cosas cambien.
—¿Importa? La cuestión es que no podemos estar juntos. No funciona.
—Oh Abril... —me abraza.
La primera reacción es de no entender lo que sucede, hasta que me percato que estoy llorando de nuevo y mis dedos están llenos de pequeñas heriditas que escuecen.
Dejo que Bea me meza en su pecho y descargo todo el nerviosismo de esta noche. No entiendo cómo puede seguir doliendo tanto después de todo. Es como una maldita cicatriz que nunca se va por mucho que yo intente borrarla.
Entre lágrimas vuelvo a pedirle disculpas una y otra vez, hasta que Bea rompe a llorar conmigo y se disculpa también. Somos un mar de lágrimas y la situación es tan sumamente absurda, que hay un momento en el que paramos de llorar para sustituir el llanto en un ataque de risa.
—Nos acabamos de estrenar como mejores amigas —se apoya contra mi hombro.
Frunzo el ceño sin entenderla y se ríe antes de contestarme.
—Nunca habíamos discutido. Las mejores amiga lo hacen de vez en cuando —se encoge de hombros.
—Eso significa...
—Que es la última vez Abril... Lo siento, pero si esto sucede de nuevo, no sé si yo... —no termina la frase.
La entiendo y respeto su decisión. A la próxima mentira todo acaba. Es lo que me merezco después de que ella haya sido transparente conmigo y yo solo le haya dado pinceladas de información. Eso no lo hacen as mejores amigas, así que me prometo a mí misma ser más sincera.
Mi madre me llama a los pocos minutos preocupada por la hora, porque este drama en forma de comedia nos ha durado bastante más tiempo del esperado, así que nos levantamos y nos sacudimos la arena que había en la acera de la ropa y nos volvemos a abrazar.
—Si los mejores amigos a veces discuten... ¿Qué pasa con Héctor? —le pregunto.
Aunque Héctor resulte ser un impresentable la mitad del tiempo y prefiera que me rapen al cero antes de trabajar con él, sé lo importante que ha sido en la vida de Bea y el daño que le ocasionó nuestra relación fallida.
—Aunque se lo merece y no pienso disculparme con él por mis palabras... Reconozco que me he pasado —se muerde el labio con nerviosismo.
—La parte de que me estoy tirando a la basura ha sido apoteósica. De tus mejores frases.
—¡No! Ay... ¡De verdad que lo siento! Si me da pena hasta por él —se tapa la cara con las manos.
—Si te sirve de consuelo... Cuando le dije que viniste conmigo, se descompuso. Puede que en el fondo esté arrepentido.
Bea no dice nada y me pasa las llaves de mi coche alardeando orgullosa de que no lo ha estampado. El problema reside en que ni recordaba que no traía mi coche, aunque asumo que es lo que pasa cuando acabas desnuda encima de tu ex, que los pequeños detalles como no tener vehículo para volver a casa se te olvidan.
Nos pedimos perdón de camino a casa cientos de veces y cuando llegamos a casa nos vamos directas a la cama, pero soy la única que no consigue dormir pensando en lo dolido que parecía.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora