Las bolas de nieve tienen una particularidad. Tienen la capacidad de que por muchos años que lleven en una estantería repleta de polvo, cuando la mueves, los pequeños copos de nieve siguen transmitiendo la magia del primer día. El pasado te envuelve y con ello, tu presente se transforma en una gran mentira sustituida por esos segundos de pasado.
Cuando Héctor coge sorprendido el colgante que se ha caído de mi chaqueta al quitármela en su habitación, sé que es inevitable.
Me mira con cautela mientras se agacha a recogerlo. Yo solo espero a que se acerque hacia mí. Ya fingir no importa. Hemos cometido el mayor error que podíamos cometer, que es decirnos todo aquello que prometimos no volver a decir.
Me lo tiende con manos temblorosas y nuestros dedos se rozan haciendo que cada vello de mi cuerpo reaccione a su contacto. Aparta sus manos demasiado rápido y el colgante vuelve a caer al suelo. Su lejanía hace que mi cuerpo sienta un frío espectral.
—Tócame.
No pienso ni un segundo en lo que dije. Me dejo llevar por lo que siento, aunque una parte de mí me grite una y otra vez que tengo que salir de aquella habitación antes de que lo eche todo a perder.
Héctor se acerca otro paso a mí y deja suspendida sus manos sobre mi mejilla, sin ser capaz de rozarlas.
—No me pidas algo de lo que te puedas arrepentir —susurra a escasos centímetros.
—Deseo que me toques, Héctor.
Sus ojos verdes centellean con un brillo peligroso antes de rozar mi mejilla. Sus dedos se mueven de forma lenta por mi mentón hasta deslizarse y llegar a mis labios. Los entreabro y disfruto de la calidez de sus yemas rozando cada parte de ellos.
Un nuevo paso hace que mi respiración se entrecorte. Sus labios rozan mi cuello de forma suave y asciende hasta quedarse en la comisura de los míos mientras acaricia mi cintura y despierta cientos de escalofríos en mí.
—Voy a besarte, princesa.
Sin tiempo a una contestación, sus labios se funden con los míos y siento como el aire vuelve a llenar mis pulmones. Nuestras lenguas se encuentran en un baile desenfrenado por apoderarse del otro mientras nuestros cuerpos reculan hasta que las sábanas se pegan a mi espalda. Sus manos acarician el contorno de mi cintura y las mías se adentran por la camisa que sigue llevando. Su vientre se tensa ante mi tacto.
Nos separamos unos centímetros apenas sin respiración. Sus ojos verdes me acarician sin necesidad de tacto.
—Te quiero.
—Te quiero —lo atraigo de nuevo hacia mí.
Y es cierto. Nunca he querido tanto a nadie y estoy segura que jamás podré hacerlo. Desde el momento que me encontré con su sonrisa en aquellas recreativas hace seis años, supe que iba a ser mi primer y único amor. Pese a todo.
Intento desabrochar los botones con dedos temblorosos, pero la frustración por mi lentitud hace que los arranque de un tirón hasta dejarla por fin abierta.
Su boca sonríe sobre la mía a la vez que sus manos se ocupan de quitar mi pijama.
—Adoro las sudaderas y los pijamas de pitufo —sonríe al ver mis pechos desnudos.
Nunca he sentido complejos con mi cuerpo, pero siempre me ha costado soportar que me miren desnuda. Solo han existido dos personas con las que me he sentido en la cama: Carlos y Héctor, pero solo he conseguido enamorarme de uno, o mejor dicho, no he conseguido desenamorarme de uno.
Sus besos recorren mi cuello hasta pararse sobre uno de ellos y succionarlo levemente. Su lengua se desliza levemente hasta endurecerlo y un pequeño mordisco hace que un gemido escape de mis labios. Mi pantalón toma el mismo recorrido que mi camiseta y su lengua recorre mi vientre y baja lentamente hasta que más gemidos escapan de mi garganta y mis dedos se adentran en su cabello negro para ejercer más presión que me hace gritar su nombre.
El clímax no tarda en llegar y esta vez soy yo quien está sobre él. Acaricio su torso desnudo y deslizo mis manos por sus hombros hasta deshacerme de su camisa. Desabrocho su pantalón y deslizo la tela hasta dejarlo en ropa interior. Lo beso de nuevo y me subo en su regazo. Lo siento duro contra mí y muevo mis caderas de forma lenta y calculada. Recorro con la lengua el lóbulo de su oreja y bajo hacia su cuello dando pequeños mordiscos que le hacen retener suspiros que ponen su cuerpo aún más tenso.
Me apodero con mis labios de la parte que más ansía y me deleito en todo él ayudándome también de mi mano. Noto como palpita en mi lengua y cuando no aguanta más, levanta mis caderas y me tumba en la cama. Acaricia mi rostro y aparta un mechón de mi pelo.
—Eres jodidamente preciosa.
Se adentra en mí y arqueo mi espalda en respuesta, acercándome más a él. Arañando su espalda por completo. Sus caderas se acompasan con las mías y sus gemidos se mezclan con los míos a la vez que nuestras lenguas se buscan con desesperación.
Levanta mi cuerpo de forma que ambos estamos sentados, yo encima suya, y esta vez llevo yo el ritmo, acompasando mis caderas a las suyas hasta que nuestros cuerpos comienzan a temblar y presionamos la piel del otro sin ser capaz de contenernos. El orgasmo llega al mismo tiempo y justo en ese momento, somos conscientes de lo que hicimos.
Sus ojos se enrojecen y esa es señal suficiente para que mis lágrimas decidan abandonar mis ojos sin permiso. Su mandíbula tiembla y muerde sus labios para contenerse. Jamás vi los ojos de Héctor humedecidos tan de cerca, pero podría decir que es lo más bonito que vi en mi vida. Sus iris relucen como si fueses esmeraldas recién pulidas.
Una mueca en su rostro hace que mi corazón se estremezca y hundo mi cara en el hueco de su cuello, embriaga por la vergüenza.
Me he convertido en todo aquello que odié durante años.
ESTÁS LEYENDO
Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...