10. ¿Puedes ser egoísta?

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Actualidad.

Héctor:

A veces siento que nunca voy a ser capaz de salir de este agujero negro. Me quedo bloqueado sin ser capaz de reaccionar ante ningún estímulo y me siento ajeno a mí mismo. Sé en qué momento exacto paso. Veinticinco de agosto del dos mil dieciséis. Hace cinco años.
Busco pequeñas muestras de cosas que me hagan sentir algo, lo que sea. Un ambientador que huele a jazmín, media fotografía rota en un cuaderno,  los anillos que adornan mis manos, un pañuelo de seda rosa...Pequeñas cosas que me recuerdan que aún en mi apatía sigo viviendo.
Acaricio las sábanas dónde ha estado ella y suspiro. Se suponía que debía ser sencillo, pero es todo un reto. Es transparente con lo que siente, no da una de cal y otra de arena, sus gestos siempre demuestran algo y aún así me rechaza. Con razones lógicas, pero aún así me frustra. ¿No demuestro lo suficiente que me importa? Ojalá ser capaz de explicarle que nadie ha pisado esta casa antes que ella, pero eso sería sinónimo de tener que dar explicaciones que no quiero.
Me levanto de la cama, después de pasar horas mirando al techo, para meterme en la ducha. Pongo el agua caliente aunque estemos en verano, últimamente, además de Sara, es lo que consigue relajarme y destensar mi cuerpo.
La imagen del concurso me vuelve a a cabeza y me pregunto si ganamos o perdimos, aunque fuese cual fuese el resultado, estoy seguro de que yo perdí.
En estos días no me saco el concurso de la cabeza. Varias veces he estado a punto de escribirle para preguntarle cómo fue, pero una parte de mi me lo impide. El pasado no se puede arreglar, pero el futuro sí.
No mentiré diciendo que no me importa no saber nada acerca de nuestro proyecto. Aunque todo acabase de aquella manera, era algo nuestro, una imagen de lo que somos capaces de hacer juntos. Quizá fuese el único que recuerda ese viaje como algo mucho más profundo de lo que en realidad fue.
Mis manos enjabonadas pasan por el tatuaje de la caravana que adorna mi pectoral izquierdo. Definitivamente debo ser un idiota.
Me lio la toalla en la cintura y salgo agradeciendo el aire que se pega a mi piel, me resulta reconfortante.
Un olor agradable a comida llega hasta la habitación y me reprendo. He pasado tanto tiempo en mi mundo que ni he preparado la cena que tenía planeada. No me soporto.
¿Cómo va a ser todo sencillo si cada vez que quiero hacer algo por ella no lo hago? Bastante es que me siga aguantando.
Me pongo una camiseta negra y unos vaqueros sencillos para salir a buscarla. Se acabó cagarla.
Sara está con un delantal que nunca llegué a usar, cocinando unos filetes con una salsa que huele demasiado bien. Abril habría quemado la carne.  Mierda. Me paralizo y reculo antes de que Sara me vea. No puedo pensar en hacer lo que quiero hacer cuando estoy pensando en mi ex. No es ético, moral ni bueno para mi jodida salud mental, que ya está bastante jodida de por sí.
Amenaza con darme un ataque de ansiedad, así que cierro los ojos y recuerdo las pautas de la psicóloga, ir tensando y destensando los músculos de forma ordenada. Comienzo por los pies, moviendo los dedos, centrándome únicamente en el movimiento de ellos contra el suelo. Sigo por los gemelos y los aprieto para relajarlos más tarde. Cuando llego a la zona de los hombros he conseguido dejar la mente en blanco.
Creo que no voy a tener vida suficiente para agradecérselo a Leticia. Solo llevo tres meses con ella, pero noto la diferencia. Me sigue costando estar solo conmigo mismo, pero al menos los ataques de ansiedad los controlo algo mejor, aunque la apatía es algo que sigue permanente.
Tras reponerme vuelvo a entrar en la cocina. Sara sirve la comida en dos platos y yo la sorprendo abrazándola por la espalda.
—Huele muy bien —digo oliendo su perfume a manzana.
—¿La comida o yo? —dice con aire burlón.
—La comida —contesto mirándolo de forma lasciva.
—¡Me has comparado con comida!
Pienso en el machismo y en el "discurso de la masculinidad frágil". Mierda, de nuevo Abril. ¿Qué cojones me pasa? Llevaba mucho tiempo sin pensar en ella de forma tan frecuente.
Sara debe notar algo raro en mi expresión, por lo que me da un breve toque cariñoso en el hombro y se sienta en la mesa. Me pregunto hasta que punto me conoce. A veces me mira como si ella misma fuese capaz de decirme qué me pasa exactamente.
Nos sentamos en la mesa a comer en silencio. Yo no comento sobre su huida de esta tarde y ella no comenta nada sobre mis cambios de actitud. Tenemos una especie de pacto en el que respetamos los tiempos del otro. Si no se está preparado para abordar un tema se deja, no sé como de sano es eso aunque no pienso replanteármelo. No me interesa y sé que eso me convierte en un egoísta.
Corto el primer pedazo y lo pruebo sin sorprenderme de su sabor exquisito. Después de una semana de su visita, estoy acostumbrado a su estilo de cocina. Es una pena que en un par de días tenga que volver para los exámenes. Yo iré y volveré, aunque gaste todos los días casi tres horas en el trayecto de ida y vuelta.
—¿Piensas volver a la residencia?—parece leerme la mente.
Me demoro más en masticar porque esa respuesta aún no la encuentro.
—Asumo —me meto rápidamente otro trozo en la boca.
—¿Te gusta más este trabajo que el otro?
—Si, mucho más. Al final estoy acostumbrado a mi pueblo y conozco todo.
—Eso es que no volverás —me dice con burla.
Sé que esa frase es mucho más que una simple broma. La realidad es que llevo medio año viviendo aquí y sería un gran ahorro dejar la habitación y contar con cuatrocientos euros más todos los meses, pero... Ese "pero" no me deja dar el paso definitivo.
—¿Y qué pasaría si no volviera?
Sara se queda con el tenedor suspendido y me mira desconcertada. Sus ojos celestes me transportan directamente a la playa. Ahora entiendo por qué con solo mirarla siento esta especie de paz.
—Que te ahorrarías poner lavadoras con miedo a que te roben los calzoncillos —se ríe—. Por no hablar de que dejarías de acosarme en la lavandería —me guiña un ojo.
—¿Y eso te parece bien?
Mi tono serio hace que suelte el tenedor y se toque el cuello nerviosa.
—Sí, si eso es lo que quieres.
Suspiro frustrado y retiro la mirada.
—¿Puedes ser egoísta por una vez?
Sara me mira con el ceño fruncido y se queda en silencio. Me levanto frustrado y me apoyo contra la encimera, consciente de que he echado a perder todo el momento que había planeado. Al final nunca puedo escapar de las peleas.
—No, asumo que no puedes —digo sin más.
—¿Qué quieres? —dice pausadamente.
Reprimo un sonido y me tapo la cara con las manos a punto de explotar. Abril era la mecha que me hacía explotar. Con ella habría empezado a discutir al principio de la conversación, en cambio, Sara se mantiene con un respeto y una falta de egoísmo tan grande, que me hace muy difícil afrontar sus sentimientos, aunque no pare de dejarlos claro.
—¿No sabes funcionar sin la posesión? Héctor es tu vida. No puedes escoger en base a lo que yo quiera.
—No te estoy diciendo que vaya a hacerte caso. Solo quiero saber tu jodida opinión.
Sara se levanta de la mesa y se dirige al salón. Le pregunto donde va y me ignora. La sigo pidiendo que me conteste.
—Héctor, a mi no me vas a hablar de este modo. Si quieres que mantengamos una conversación te relajas —hace un gesto con la mano de bajada.
Me muerdo la lengua antes de replicar. Tiene razón, se supone que estoy intentando cambiar para mejor.
Tomo varias respiraciones y abro y cierro mis manos concentrándome en cada movimiento. Mente en blanco.
—Perdona. Solo quiero que seas sincera y me pone nervioso que solo digas lo que crees que es correcto —mantengo el tono neutral, aunque tengo ganas de reventar media casa.
Sara vuelve a tocar su cuello y suelta una risa nerviosa antes de contestar.
—Creo que es muy evidente que no quiero que te vayas.
—¿Muy evidente?
—Después de todas las veces que me has dado una de cal y otra de arena y que sea yo la que te ha seguido buscando casi hasta el final lo demuestra —su seriedad me deja sin habla.
Miro avergonzado al suelo. Esta es la primera vez que lo menciona y aunque es algo que ya sabía, escucharlo de sus labios me hace sentir un miserable.
—Querías sinceridad —finaliza.
Asiento sin palabras. Es una chica estupenda y la estoy destrozando igual que... ¡No! Tengo que mirar al puto futuro joder.
Doy un paso al frente y la miro directamente a los ojos. Ella me devuelve una mirada triste.
—Sal conmigo.
—Ya hemos hablado de...
—Sara, tienes razón. No he parado de jugar contigo hasta que casi te perdí y después de eso fui detrás tuya suplicando una oportunidad. No quiero más juegos, así que por favor, sal conmigo.
Sus ojos se ponen acuosos y mis manos sujetan su rostro para limpiar sus lágrimas.
—Si juegas una vez más no te lo perdono —dice entrecortada.
—¿Eso es un sí?
Asiente con la cabeza y la beso.
Esto es lo que se supone que es hacer las cosas bien, pero una parte de mí está preocupada por si es imposible volver a enamorarme.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora