51. No me dejas ponerme romántico ni dos minutos

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Héctor:

Sara con total naturalidad comienza a hablar sobre lo fuerte que ha sido Abril y lo feliz que se encuentra de que la haya convencido para dar este paso mientras yo no puedo dejar de pensar en cómo es tan buena persona. No se ha puesto celosa en ningún momento, no se ha molestado y cuidó de Abril cuando yo no estaba. Esta chica es un regalo y no quiero decepcionarla.
Me acerco a ella cortando todo rastro de conversación y acaricio su rostro. Necesito disculparme, porque de alguna forma, no he pensando en ella todo lo que debería.
—Siento haberte dejado sola.
—Tranquilo, puedo vivir sin ti. El acosador de la relación eres tú. ¿Recuerdas? —me sonríe con burla.
Saca las llaves de mi coche que tiene guardadas en el bolsillo y comienza a andar hacia él. Suspiro reprimiendo una sonrisa. Me doy cuenta que nunca nadie había conducido mi coche y yo estaba tan nervioso por venir a declarar, que cuando ella se ofreció, no dudé en dejarla. Está siendo la primera en conocer a mi versión mejorada y eso me gusta, porque con ella todo es sencillo y es eso lo que busco. Sencillez.
—No me dejas ponerme romántico ni dos minutos —me  quejo pasando por su lado y robándole las llaves.
—Es que a ti no te pega lo de ser romántico —se burla aun más.
Suelto una carcajada sabiendo que tiene toda la razón. Digamos que ese no es mi atractivo principal.
—¿No me pega ser romántico o es que prefieres que no lo sea?
La acorralo contra el coche para retarla, mirando su boca de forma impertinente y humedeciéndome los labios para ponerla nerviosa.
Sara da un toque en mi nariz aceptando el reto.
—Esto es acoso. Estamos frente a una comisaría.
—Se me ocurren unas cuantas cosas con esposas.
Sara reprime una sonrisa y se acerca a mi oído para susurrarme.
—Puedes pedirme un vis a vis cuando quieras.
Con un movimiento que apenas percibo, me vuelve a robar las llaves del coche y abre la puerta con el mando para colarse dentro, de forma que casi pierdo el equilibrio mientras me mira con cara de burla. 
Consigo estabilizarme a tiempo y le da un ataque de risa. Suspiro frustrado y me subo en el lado del conductor.
—¿Tengo una novia o una aprendiz de ninja?
—Un poco de ambas. Sabes que puedo ser muy elástica —se muerde el labio para tentarme.
Entre broma y broma llegamos a casa, con unas horas de sobra para poder prepararme para ir al trabajo y para que Sara recoja sus cosas.
Mientras termina de hacer la maleta la miro desde el quicio de la puerta, pensando en lo poco que ha durado el fin de semana, pero al menos ya mismo se vendrá de vacaciones.
Cuando consigue cerrar la cremallera me mira con una ceja alzada.
—No quiero pecar de antiromántica, pero lejos de ser bonito, que me mires en silencio está resultando perturbador.
¿No le gusta el romanticismo? Pues que pena que le vaya a dar una dosis extra para molestarla.
Me acerco a ella y acaricio su rostro de una forma ridículamente delicada.
—Me encanta observarte, porque así siento que vuelvo a estar vivo.
—Oh no. Ni se te ocurra.
Sara intenta escapar hasta que consigo tumbarla en la cama y retenerla. Sonrío al ver su cara de pánico. Odia esto y a mi me encanta que lo odie, porque pone una cara muy divertida.
—Tus ojos son ventanas que me transportan a un mar de locura desenfrenada.
—Me comunican desde el más allá, que Bécquer se está riendo de tu intento de poesía barata.
Comienzo a dar pequeños besos a lo largo de su cuello que le cortan la respiración.
Sigo diciendo cosas repulsivamente empalagosas ante su sufrimiento que se mezcla con el placer de mis besos que se van convirtiendo en pequeños mordiscos que le arrancan suspiros.
—Tu piel es el sustento de mi alma marchita que arde en deseo de poseerte.
—Eso es machismo enmascarado —gime cuando mis dedos se cuelan entre sus piernas.
—Tus gemidos son la banda sonora que alimentan mi ego herido.
Muevo mis dedos en círculos sobre la tela de su pantalón vaquero ya empapado y sonrío cuando sus piernas comienzan a temblar.
—Me vas a —se interrumpe con un nuevo gemido— hacer vomitar —ríe de forma débil.
—¿Sí? Porque yo creo que voy a hacer que te corras.
El juego que comienza inocente se vuelve incendiario. Cada frase poética deja de ser ridícula para convertirse en excitante y en pocos minutos nos encontramos sin respiración, con nuestras manos metidas en los vaqueros del otro y humedecidas del otro.
Sara suelta una pequeña risa y mira hacia el techo con las mejillas sonrojadas.
—No puedo creerme que acabe de pasar esto.
—¿Que te haya dado el orgasmo de tu vida tan solo con dos dedos? —me río.
—Que me hayas dado el orgasmo de mi vida con solo dos dedos y recitándome poesía de la mala.
—Era buena —la pico.
—Alguna que otra frase no estaba mal... para el siglo Xll.
Nos volvemos a cambiar de ropa y nos tumbamos unos minutos más. Nuestras manos se acarician, pero mi cabeza está pensando en otra chica. Una punzada me atraviesa al recordar los brazos de Carlos abrazándola y me pregunto desde cuando están juntos, cuántas veces ha estado en unos brazos que no son los míos. Tenso la mandíbula al darme cuenta que estoy pensando en mi ex teniendo a mi novia justo al lado. Soy un capullo.
Sara se da la vuelta para quedar de cara a mí.
—¿En qué piensas? Más poemas no, por favor.
—Pensaba en que no te merezco.
Su ceño se frunce unos segundos hasta que adopta esa pose tan sexy y madura que pone cuando se pone seria.
—No se puede cuantificar en qué porcentaje mereces a alguien.
—Has estado cuidando de mi ex, apenas te he prestado atención desde el incidente y para más, te recuerdo lo hijo de puta que fui hace unos meses. Estoy tan agradecido que no sé como compensártelo. 
Sara se cruza de piernas en la cama, pero yo sigo mirando al techo. Ella retoma la conversación.
—He estado cuidando de una chica que ha tenido un problema muy grave. Da igual si es tu ex o no. Si apenas me has prestado atención, es porque una persona a la que quieres ha sufrido.
Sus palabras me pillan desprevenido y silencia mis labios con uno de sus dedos antes de que pueda decir nada al respecto.
—Te quiero Héctor. He considerado que sí te mereces una oportunidad, aunque no hayas superado a tu ex, pero eso es ya decisión mía. Yo decido quererte aunque no sea correspondido. No tienes que compensar nada.
—¿Me quieres?
Me reincorporo de la cama sin poder decir ninguna otra cosa. Nunca me lo dijo en todo este tiempo y aún menos se lo dije yo. Los nervios se instalan en mi cuerpo y de pronto veo todo con una seriedad que antes no notaba. Esto no es una relación cualquiera, un ligue de verano o cualquier cosa que montase en mi cabeza. Esta persona me está demostrando que quiere una relación de verdad. El pánico se apodera de cada parte de mi piel porque no puedo ofrecerle eso que ella busca. No puedo decir unas palabras tan importantes cuando el nombre de Abril se cuela por mi cabeza al pensar en aquellas palabras.
Sara me pone las manos sobre los hombros y suelta una pequeña risa.
—Ey relájate. Te he dicho que te quiero, no es una propuesta de matrimonio ni te estoy pidiendo que me lo digas a mí. Además, tampoco te acostumbres, sabes que no me gusta el romanticismo.
Sara da un pequeño beso en mis labios y se despide antes de que pueda reaccionar de alguna otra forma. Huyendo, cosa que agradezco, porque no sabría que decir.
Me quedo solo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora