Hace 6 meses...
El paseo es silencio y cortante. Meto las manos en los bolsillos de mi abrigo y finjo prestar atención a la decoración navideña, que consiste en carteles con luces de estrellas que cruzan la calle y pequeños adornos por las farolas que se mecen con el viento.
Los puestos de castañas hacen que las calles no sean tan frías y que el agradable olor del invierno me calme un poco más.
Vuelvo a mirar a Héctor y su ceño está fruncido junto a una mirada perdida entre la multitud.
—¿Todo bien? —pregunto con un nudo en la garganta.
Sus ojos verdes me miran acto seguido y el corazón se me acelera a causa de los nervios. Evidentemente, no está todo bien.
—No lo sé, dímelo tú.
Me paro en mitad de la calle. Escucho quejas a mis espaldas y Héctor se disculpa apartándome casi sin rozarme a un extremo de la avenida.
—Eres tú quién está con el ceño fruncido.
—Y eres tú la que lleva horas distante.
Lo miro sorprendida. Aparta la mirada y pasa una de sus manos por su pelo. La luz incide sobre su anillo de esmeraldas y resplandece levemente
—No estoy distante.
—¿No? Al volver pagaste la cuenta sin acabar el postre, te he intentado dar la mano en varias ocasiones y has preferido meterlas en los bolsillo y por último te he dicho que te quiero y has fingido no oírme.
Miro la punta de mis zapatos con una sensación de vértigo en la boca del estómago. No he sido consciente de mi comportamiento. Solo sé que la conversación con Lisa me ha afectado. Solo quería salir de allí para no tener que pasar ese momento incómodo tras la discusión. Es lo normal, ¿no?
—No quería estar incómoda.
—¿No querías estar incómoda?, o, ¿te avergüenza que te vean conmigo?
—¿Qué? ¿Por qué piensas eso? —me acerco a él.
—Porque lo noto, Abril, y créeme, lo respeto, pero si no vamos a poder dejar el pasado atrás, al menos, me gustaría saberlo.
En sus ojos veo el miedo. Trago saliva con dificultad y juego con el lateral de mi dedo pulgar para tratar de calmarme, aunque apenas lo consigo.
Odio las conversaciones serias con él, porque ellas suelen conllevar a discusiones y nosotros ante las discusiones, o somos todo o nada. No tenemos ese término medio.
—Me... avergüenzo, pero no de ti, sino de mí.
—¿Qué?
—¡Eso! —suspiro frustrada—. Me avergüenza que piensen que soy una auténtica imbécil por haberte perdonado.
Suelta aire pesadamente y una nube de vaho se desliza por sus labios hasta perderse en el cielo.
Una mueca triste acompaña a sus labios y quiero abrazarlo y decirle que todo estará bien, pero aunque eso es lo que yo también desee con todas mis fuerzas, no sé si estará bien. No sé si algún día podré eliminar la sensación de ser una idiota por confiar de nuevo en que me quiere.
Se acerca hacia un banco y se deja caer. Mira sus anillos mientras juega con ellos. Me siento a su lado en silencio.
—No sé qué hacer —dice finalmente—. Por mucho que te diga que te quiero, no te lo crees ¿cierto?
—No lo sé.
—Mierda... —rasca su cabeza—. Esto es una puta mierda —susurra para él mismo.
Intento agarrar su mano, pero se suelta y se levanta del banco nervioso.
—Por favor, dime qué tengo que hacer.
—Héctor, no creo que..
—Dime qué tengo que hacer para que te creas que te quiero —se arrodilla ante mí.
Las lágrimas escuecen en mis ojos. Verlo así arrodillado, suplicante y sincero, hace que se remuevan partes que pese a todo, seguían ocultas. Lo quiero, lo quiero demasiado, pero una vez más, mis palabras se quedan atascadas.
—No decirlo. Quizá la solución sea no decirlo —me levanto para alejarme—. Has pasado de habérmelo dicho una sola vez en tu vida, para luego irte y ponerme los cuernos una semana después, a decirlo constantemente —digo casi sin aire.
—¡Lo siento! ¡No sé como disculparme más! ¿Crees que no sé que lo que hice fue imperdonable? ¿Crees que no me odio cuando me miro en el jodido espejo? ¿Sabes por qué te digo tantas veces que te quiero? Porque me adelanto al día que te pierda, porque sé que lo haré porque soy un imbécil, y quiero aprovechar para decirte todos los "te quiero" que te mereciste, te meres y te merecerás siempre.
Tengo tantas cosas que decir que no puedo decir nada. Es real, sé que todo lo que dice está saliendo de esa parte que no quiere que vea, pero que aún así, se esfuerza por enseñarme. Le quiero, a veces le odio, pero siempre porque siento tanto de lo primero, que necesito fingir lo segundo para tener menos miedo.
Me acerco hacia él y acaricio su rostro de forma lenta, para recordar cada ángulo, cada pliegue... No lo digo en voz alta, solamente muevo mis labios formando las palabras que no puedo exteriorizar.
Sus ojos se abren como platos y sus anillos acarician mi mejilla que en algún momento se ha humedecido.
Su rostro se acerca al mío y nos quedamos suspendidos, con nuestras frentes juntas y pequeñas nubes de vaho que se pierden en los labios del otro, como si nos estuviésemos regalando parte de nuestro alma.
—¿Crees que me vas a perder? —apenas susurro.
—Hay demasiados motivos.
—¿Cuáles? —acaricio su nariz con la mía.
—Que siempre serás mucho mejor de lo que jamás seré.
Sus labios rozan los míos y me fundo completamente en ellos. La forma en que su lengua invita a la mía, la suavidad cuando intercala pequeños besos con otros más profundos, la sensación de sus anillos acariciando mi mejilla...
—Déjame decirlo una última vez más por esta noche —parece suplicar.
—Dilo todas las veces que quieras
—Te quiero —un nuevo beso.
—Una vez más...
—Te quiero, princesa. Te quiero con cada pedazo de mi maldito corazón.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...