128. De cosas peores hemos salido

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Héctor:

Tengo que parar una vez más al lado del arcén. Bajo del coche y vomito una vez más. Esta es la tercera vez que lo hago en lo que va de mañana. Miro el reloj tras limpiarme la boca. Las siete de la mañana. En poco más de una hora debería llegar a la residencia.
Vuelvo a subirme al coche y cuando me veo en el espejo retrovisor, no me reconozco. Me he convertido en aquello que fingí ser. No puedo soportar esos ojos que me miran. No puedo soportar ser yo mismo. Me prometí que de hacer las cosas mal, dentro de aquello, lo haría todo lo bien que pudiese e hice todo lo contrario. Me imagino que me diría ella, con mis mismos ojos verdes, y me vengo abajo. Ella jamás habría querido que fuese así.
De nuevo las lágrimas salen solas. Soy incapaz de aguantar esta presión que siento en el pecho y llamo a Leticia. Coge al segundo tono.
—Soy un hijo de puta.
—Héctor, dime qué ha pasado —suena preocupada.
—Me acosté con Abril.
—¿Y cómo te sientes?
—Como una mierda. ¿No es evidente? —río nervioso.
—Una cosa es como te sientas respecto a Sara, otra muy distinta es respecto a Abril.
¿Cómo me siento? Ha sido el único momento de este jodido año en el que he vuelto a sentirme completo. Siento que todo es diferente, que ahora podría hacer las cosas bien. Que quizá tengamos un final feliz, pero no de esta forma. No cuando me prometí no romperle el corazón a la persona más buena que había conocido en mi vida.
Le cuento todos mis pensamientos entremezclados y ella escucha pacientemente.
—¿Has tomado una decisión?
—Sí.
—¿Y sientes que es la acertada?
—No lo sé, pero voy a dejar de engañarme a mí mismo.
—Estoy muy orgullosa del cambio que has dado.
Sus palabras hacen que un nudo se instale en mi garganta. Miro los anillos de adornan mi mano y sonrío.
Llego a la residencia. Subo los escalones que hace tanto no piso y un montón de recuerdos me invaden. Veo a Abril en cada esquina, con una sonrisa o con el ceño fruncido dispuesta a jugarme alguna. Cuando llego a su planta, retengo el aire que estaba acumulando. Pego con nudillos temblorosos en su puerta. A los pocos segundos, dos ojos celestes me miran confundidos y lucho con toda mis fuerzas por retener las lágrimas.
—Vaya, te estás tomando tu mote de "acosador" muy en serio —sonríe.
Verla sonreír duele incluso más. ¿Cómo he podido jugar así con ella? Una punzada de culpabilidad hace que apenas sea capaz de coger aire. Me cuesta respirar.
—¿Podemos hablar?
La sonrisa desaparece de su rostro y lo sustituye una mueca. Se aparta para dejarme pasar.
Su habitación impoluta donde tantos momentos hemos pasado hace que me pese aún más todo aquello. No se lo merece, y yo nunca me la merecí.
Sara se apoya contra la pared y no puedo evitar pensar en lo guapa que es.
—Podríamos hacer esto de muchas formas —comienza—, pero quiero que lo hagas tú, porque yo no sería capaz de hacerlo.
Como siempre, va un paso por delante de mí y esa es una de las cosas que me hicieron quererla. Me ha ayudado a salir del pozo en el que estaba y me ha demostrado que quizá no soy aquel monstruo que creía ser.
—Lo siento —es lo único que soy capaz de decir.
—Ya, bueno. Cosas que pasan —trata de sonreír.
Odio que nunca se muestre vulnerable. Quiero sentir todo el dolor que ella siente. Es lo único que me merezco.
—No, Sara. Eres la persona más increíble que he conocido en mi vida.
—Oh, no. No hagas esto. No hables de lo increíble que soy cuando no he sido suficiente para ti.
—No es eso.
—Sí, lo es, y no pasa nada. Lo comprendo, de verdad. Te has dado cuenta que no me quieres y...
—Te equivocas. Sí te quiero.
Va a replicar, pero se calla de golpe. Retiene las lágrimas y siento que una parte de mí se rompe. Pese a que trata de alejarse, me acerco a ella y la estrecho entre mis brazos. Aún así, sus lágrimas son silenciosas, pero las mías no. Me rompo y dejo de reprimirme. Lloro contra su hombro mientras me disculpo una y otra vez.
—¿Te has acostado con ella?
Mi silencio otorga y esta vez su llanto resuena por toda la habitación. Es lo único que me pidió, que hiciese las cosas bien. Podría incluso haberle mandado un mensaje antes de hacerlo, pero lo hice sin pensar que ella estaba a trescientos kilómetros esperándome. Mandándome mensajes de buenas noches y deseándome buena suerte. Confiando en mí porque yo le prometí que jamás la decepcionaría. Sus lágrimas son de pura decepción y yo solo puedo estrecharla entre mis brazos.
—Eres lo mejor que me ha pasado en este año de mierda.
Me aparta bruscamente. Es la primera vez que la veo enfadada, pero aún así, noto como se contiene. Quiero que me grite lo mierda de persona que soy, que me pegue o lo que sea, pero no. Una vez más es diplomática.
—Te pedí un solo favor, Héctor. Sabía que esto pasaría, no te voy a mentir. No soy idiota, pero jamás pensé que me mentirías. Me prometiste que no sería de esta forma. Me- me hiciste creer en ti.
Cuando vuelve a apartarse de mí. Me dejo caer sobre la pared con la mirada perdida en su escritorio. No puedo decir nada porque tiene toda la jodida razón y el dolor en sus ojos me retuerce las entrañas.
—Te quiero, aunque no lo creas —digo una vez más.
—Lo peor de todo, es que una parte de mí te cree.
—¿Crees que alguna vez me podrás perdonar?
—No lo sé —se encoge de hombros—. Es la primera vez que me rompen el corazón, así que a lo mejor llego a los treinta y te sigo odiando. O quizá escriba un disco como Olivia Rodrigo —intenta sonreír, pero su sonrisa se desvanece.
Aparta la mirada y se tumba en su cama. Cierra los ojos y suspira sonoramente.
—Vete, por favor. Quiero unos minutos de dramatismo en soledad.
—No cambies.
—Tranquilo, no eres tan importante, acosador —sonríe pese a que las lágrimas le empañan el rostro. 
—Lo sé, desconocida sexy.
—Ya era hora que lo reconocieras —me mira una última vez.
Con un leve gesto de manos nos despedimos. Salgo de su habitación  y pego de forma instantánea en la habitación de Luis. Este me abre sorprendido.
—¿Héctor?
—Necesito a mi mejor amigo.
Abre los ojos como plato e intenta hacer caso omiso a mis palabras que lo han dejado sorprendido. Es la primera vez que lo reconozco en voz alta.
—¿Vienes como miembro oficial de las nenazas con el corazón roto? —me sonríe.
—Puede.
—Bueno. De cosas peores hemos salido.
—De cosas peores hemos salido —repito sus palabras.
Me abraza y siento una felicidad desmesurada. Él siempre ha estado aquí y me alegra saber que esto es de verdad. Quizá, no esté solo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora