Hace 6 meses...
—¿Te puedes desenfadar? —se ríe.
—No. ¿Puedes parar el coche? —me cruzo de brazos.
—No.
Su risa invade el coche provocando que quiera sonreír, pero me esfuerzo por seguir manteniendo mi máscara de enfado.
La realidad es que cada metro que recorremos para llegar a mi casa es un nivel más de pánico. Si estuviese en matemáticas podría decir que el miedo es directamente proporcional a la distancia recorrida.
Coge el camino largo para ir a casa. En vez de meternos entre las urbanizaciones, recorremos la línea de costa. La luna se refleja en el mar y Héctor abre las ventanas traseras para que entre el olor a sal.
Durante casi todo el trayecto no puedo evitar mirar su reflejo en la ventanilla, aunque creo que es algo que nunca he conseguido controlar, ni cuando me juraba que lo odiaba.
Llegamos al final de la playa y el coche se desvía finalmente para entrar en la zona interior. El corazón martillea contra mi pecho y siento que me falta la respiración. No quiero que se acabe.
A los pocos minutos estoy frente a mi bloque de edificios de color granate. Héctor apaga el motor y yo sigo mirando por la ventanilla para retrasar lo inevitable.
Apoya una mano en mi rodilla y empieza a acariciarla en círculos. Nos sumimos en un cómodo silencio.
Cierro los ojos y acaricio a mi vez su mano. Noto cada pliegue de su piel, cada salto en sus nudillos y cada sequedad en sus manos. Estar en nuestro pueblo de esta forma tiene un aire onírico, como si estuviésemos encerrados en una bola de nieve, una escena permanente que es un reflejo irreal del pasado. La cuestión es, si cuando volvamos a la universidad descubriremos que somos algo más que una escena inerte de felicidad ficticia.
—Abril...
—Héctor...
Ambos nos quedamos de nuevo en silencio. Escucho mis latidos en mis oídos y pienso si sería de persona equilibrada robar sus llaves del coche y salir corriendo calle abajo. Así me perseguiría y ganaría más tiempo con él. Creo que oficialmente estoy LOCA.
—¿Te enfadaría mucho si te robo las llaves del coche y me doy a la fuga? —reprimo una sonrisa y abro los ojos para mirarle.
Una carcajada asoma de sus labios y sonrío finalmente. Ante ese sonido no puedo evitarlo.
—Princesa, también podrías pedirme que me quede un poco más —me mira con ternura.
—No seas aburrido. ¿Quién no quiere empezar el año nuevo haciendo un poco de footing? Lo hago por tu bien. Estás muy desmejorado —me burlo.
Héctor se sube la sudadera y la camiseta enseñándome unos músculos que me encantaría recorrer con mis manos y mis labios.
—¿Tú crees? —me hace esa media sonrisa que hace que quiera besarlo y matarlo a partes iguales.
—Eres un maldito creído —pongo los ojos en blanco.
—Y te encanta princesa —me guiña un ojo.
Lo niego, pero la realidad es que si me gusta, sobre todo cuando hace que podamos alargar más este momento. Como si cae un meteorito y tenemos que huir en coche hasta el fin del mundo. Cualquier excusa me vale con tal de ver salir el sol con él. Es una tontería, pero quedarnos hasta la mañana es una especie de alivio. Las noches dan para pensar demasiado.
—Creo que prefiero lo de robarte las llaves —digo finalmente.
Quiero exigirle todo, pero no puedo pedirle nada. El periodo de prueba no lleva ni un solo día. No pienso mostrar debilidad, esta vez no.
—Asumo que no me lo vas a pedir —sus ojos transmite una especie de decepción.
—No puedo —digo sin más.
El silencio nos envuelve y con él las dudas. Miro el pomo de la puerta pensando que quizá hacerme un favor a mí misma sería irme a mi casa y borrar su número.
Su voz me saca de mis pensamientos.
—Bueno pues... Princesa, ¿puedo quedarme un poco más contigo?
Sonrío. Es una buena forma de aceptar si pedirlo yo y se lo agradezco en silencio.
—Si tanto insistes... —finjo indiferencia
Héctor suspira y mueve la cabeza mientras asoma su sonrisa y me dice que soy irremediable.
Le mando un mensaje a mi madre para decirle que llego en una hora como muy tarde.
Héctor y yo hablamos de trivialidades mientras no podemos dejar de acariciarnos. Principalmente hablamos sobre el concurso y la elección de clips que llevo haciendo estos días. Héctor me dice que Luis ha estado de visita y que está bastante jodido. Yo le digo que no le ha mandado ningún mensaje a Bea, pero en cambio a mi sí me deseó felices fiestas. Me enfada que Luis no haya querido verme.
—Su visita ha consistido en estar deprimido fingiendo que todo le va de puta madre, además, Bea y tú sois mejores amigas, estará acojonado por si le dices algo —se ríe.
Lo comprendo, pero me entristece. Me hubiese hecho ilusión haberlo visto en estas vacaciones.
Héctor por lo visto ha estado en contacto con Bea durante todo el viaje, por lo que me apunto tener una conversación con mi mejor amiga. NO ME HA MENCIONADO NADA.
—Y a Bea le has dicho...
—¿Que te quiero? —finaliza por mi.
Me tenso. No puedo acostumbrarme a su sinceridad repentina.
—No, no se lo dije. ¿Y ella lo sabe?
—¿El qué?
—Que tú me...Bueno, quiero decir... —no consigue terminar.
Sé lo que quiere decir, pero ni él mismo se atreve a decirlo en voz alta. Por supuesto que lo quiero, pero admitir eso a mí misma sería perder y yo ya perdí demasiado. Necesito tiempo.
—No, no sabe nada, aunque creo que lo intuye —digo casi sin mirarle.
Héctor asiente en silencio con una sonrisa. Miro el reloj y veo que queda poco más de veinte minutos. Mi mirada de pánico debe ser muy evidente porque él me coge el rostro con ambas manos y me obliga a mirarle.
—Mañana por la mañana estaré bombardeándote a mensajes mientras disfrutas con tu abuela —me acaricia las mejillas.
—¿Cómo sabes lo de mi abuela? —frunzo el ceño.
—Eres una mujer de costumbres. Nunca te saltarías la visita a tu abuela el primer día del año —me sonríe.
Es absurdo que se acuerde es esto, pero me hace demasiado feliz que se acuerde de las pequeñas cosa que pensé que no le importaban. Entonces... ¿por qué se tuvo que acostar con otra? Estos pequeños detalles o cuando recordó qué café me gustaba, con el número exacto de azucarillos, no se acuerda cualquier persona. Entonces...
Corto mis pensamientos. Prometí que iba a olvidar el pasado e intentar probar de nuevo. No me sirve de nada buscarle explicación, la cosa es que lo hizo, sea por lo que sea.
—Abril... No me voy a ir, de verdad. Mañana por la mañana te voy a seguir queriendo y voy a seguir luchando por ti.
Los ojos se me empañan y me intento separar para que no me vea llorar, pero me retiene. Sus labios se posan sobre los míos de forma suave y tierna, cortando cualquier rastro de tristeza.
—No llores más por mí, por favor —susurra en mis labios.
Vuelve a besarme y esta vez profundizamos el beso. Nuestras lenguas se buscan y se deslizan la una por la otra, activando cada poro de nuestra piel y borrando cualquier rastro de frío.
Mis manos se aferran a su sudadera y las suyas se mezclan con mi pelo, atrayéndome más cerca. Salto a su asiento sin importarme que alguien nos puede ver. Necesito toda la proximidad posible, quiero besarlo hasta que nuestras pieles se fundan.
El sonido de mi móvil me hace pegar un vote y golpear mi cabeza contra el techo, a lo que Héctor explota en una carcajada que me contagia.
El nombre "Mamá" sigue apareciendo en pantalla.
—La princesa tiene que volver a su torre —me sonríe acariciando mi cuello.
—La princesa tiene ganas de reventar el móvil contra el suelo.
Héctor sonríe y vuelve a pegar mis labios con los suyos.
—Te prometo que mañana por la mañana todo será igual.
Con un último beso salgo del coche. El miedo se apodera de mí.
ESTÁS LEYENDO
Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romantiek2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...