14. Las princesas no somos unas damas obedientes

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Hace 6 meses...

Cuando llegué a casa mi madre estaba colorada a causa del alcohol, mi padre se había quedado dormido en el sillón y mis tíos se encontraban jugando a las cartas luchando contra el sueño.
Aproveché cualquier excusa para retrasar el irme a la cama. Jugamos a la cartas hasta que casi se quedaron dormidos encima de la mesa. Más tarde me fui a mi habitación y cuando me puse el pijama mi madre entró.
—Hija ¿eres feliz? —arrastraba un poco las palabras y me hizo gracia.
Solo hay un día en el que mi madre beba y lo dé todo, y ese día es Nochevieja.
—¿A qué viene esa pregunta? —reí.
—¡Soy tu madre! Te llevé nueves meses en mi barriga, así que la que hace aquí preguntas soy yo señorita —me señaló con un dedo acusatorio.
La risa se me escapó y ella fingió consternación. Cuando volvió a preguntarlo de forma seria mi risa se borró. No sé cuánto sabía o cuánto sospechaba, pero de pronto era demasiado evidente su pregunta y demasiado complicada mi respuesta.
—Lo estoy intentando.
Su mano acarició mi mejilla y me dio un beso de buenas noches con un susurro de despedida.
—Estoy orgullosa de ti.
Hace más de una hora que se fue y yo me encuentro viendo series en el móvil, con alguna otra excusa para seguir despierta y con la esperanza de recibir un mensaje de Héctor y saber que todo lo que ha pasado no es parte de mi imaginación. Estoy desesperada.
He estado evitando entrar en los mensajes toda la noche para no parecer una desquiciada, pero no puedo evitar meterme porque los números acumulados del icono del la app no me dejan vivir. Quizá me habló y no lo vi. Lo sé, parezco una psicópata en potencia.
Entro y lo primero que me encuentro son mensajes de familiares y otros de Bea y de Luis. El chat de Héctor está vacío y su última conexión fue antes de media noche. Mierda. Sigo bajando y el corazón se me encoge cuando veo el nombre de Carlos. Soy una persona despreciable.
Tiro el teléfono a un lado y me invade una sensación tan intensa que me entran náuseas.
No paro de repetirme que no estoy haciendo nada malo, que aún no he vuelto con Héctor, que esto solo es una prueba, que no le debo fidelidad a alguien que no es mi pareja y que he dejado cientos de veces las cosas claras, pero una parte de mí sabe la clase de persona que soy.
Me pongo los cascos y vuelvo a ver la serie para distraer la mente de este nudo en la garganta que hace que mis ojos escuezan y que mi estómago se contraiga.
El sueño va haciendo estragos hasta conseguir que la mente se quede casi en blanco. Mañana pensaré qué hacer, aunque la realidad es que son las ocho de la mañana y a las una y media voy a casa de mi abuela, por lo que estoy posponiendo el enfrentarme a mis demonios cinco míseras horas. Pero como decían en Cómo conocí a vuestra madre "eso será problema de la Abril del futuro".
Pongo mi máxima atención en la pantalla y cuando creo que voy a ceder ante el sueño un mensaje de Héctor hace que me reincorpore y que una corriente de adrenalina me atraviese por completo.
"Son las ocho y veintidós minutos de la mañana y te sigo queriendo. Princesa, creo que ya es hora de dormir."
Una sonrisa se cuela en mi rostro y tecleo rápido una respuesta.
"Te he explicado en varias ocasiones que la princesas no somos una damas obedientes. Solo mantenemos las apariencias."
Añado un emoticono del guiño.
Me muerdo el labio mientras la palabra "escribiendo" sale bajo su nombre. Esto parece irreal.
"Cuando me lo explicaste estaba demasiado atento a cómo te derretías por mí encima de tu escritorio... Me suena algo de una plebeya."
Una pequeña carcajada escapa de mis labios y devuelvo una respuesta.
"Si quieres te la recuerdo... Las princesas somos una damas en la corte, pero fuera... somos como plebeyas."
El sueño se esfuma para convertirse en un calor que se concentra en mi zona íntima. Muerdo mi labio esperando su respuesta.
"Y en mi cama una esclava."
El calor sobrepasa los límites y mis mejillas se tiñen rosadas mientras no paro de leer ese mensaje y imaginarme todos los escenarios en los que soy sumisa a sus encantos. Imágenes de la caravana vienen a mi mente y aprieto mis piernas en instinto para no sucumbir a mis deseos.
Escribo con manos temblorosas.
"En tus sueños más húmedos."
Lo acompaño de un guiño y me río con su respuesta.
"¡Esa frase es mía!"
Una carcajada inunda la soledad de mi habitación. Me manda otro mensaje que hace que me ría aún más.
"Que sepas que pienso apropiarme del "discurso de la masculinidad frágil". Eres una plagiadora."
"¡Inténtalo si te atreves!"
Aunque finalmente no duerma esta sensación tan reconfortante no puede opacarla nada. Las risas invaden mi habitación y me sorprendo al preferir el frescor de las bromas que el calor de la lujuria.
Quizá solo quería esto. Volver a tener esta confianza tan refrescante. Volver a sentir.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora