Miro de nuevo el uniforme con desgana.
Bea y mi madre intercambian miradas cómplices. Es increíble lo mucho que han congeniado en tan solo tres días. No quiero imaginarme en qué se convertirá esto cuando comience a trabajar y pasen la mitad del día juntas. Seguro que hacen un complot contra mí.
Me centro de nuevo en mi reflejo. No es que el uniforme me parezca feo, porque siendo sincera, es bastante mono, pero el hecho de tener que llevar falda me produce cierta incomodidad. El conjunto lo forma una falda de vuelo de color roja junto a una camisa blanca con un lazo del mismo color. También hay unos pantalones para cubrir la ropa interior y un delantal con volantes blancos con el logo de una hamburguesa en estilo pop.
Bea y mi madre me han insistido que es para ir con la imagen de años ochenta que tiene el local, ya que está tematizado, pero yo y mi padre coincidimos en que es una cosificación en toda regla. Soy la primera que lo avala como imagen publicitaria, porque es muy atractivo para enfocarlo para cierto público, pero cuando eres tú la que te sientes como la hamburguesa, deja de ser tan divertido.
—Como algún baboso me diga algo, le meto —les advierto.
—Tranquila, de eso me encargo yo —suena mi padre enfadado al otro lado del pasillo.
Ahora sí que consigue sacarnos una risa a las tres, cosa que hace que se enfade al sentir que su virilidad está en duda. Ay... La masculinidad frágil nunca dejará de sorprenderme. La sonrisa se esfuma en un instante. Estoy cansada que acapare todos mis sentidos. Llevo diciendo esa frase toda mi vida y de pronto me parece dolorosa.
Dejo a mis padres hablando con Bea e intento recogerme el pelo, pero apenas me llega por lo corto que está y se me escapan los mechones, por lo que decido dejarlo suelto de momento.
Bea insiste en acompañarme, pero le digo que se pase mejor por la noche, ya que no quiero que los nervios me jueguen una mala pasada y destrozar medio local. Necesito tranquilidad y saber que nadie me está observando.
Salgo con un nudo en el estómago de mi casa y cojo el coche. En unos diez minutos estoy aparcando en frente del local. Tomo un par de respiraciones y miro la hora. Las cuatro menos diez de la tarde. Tengo que entrar ya.
Cuando entro veo la decoración bastante distinta a los recuerdos de mi adolescencia. Paco sí que se lo ha currado, no sabía que lo había remodelado hasta este punto.
Las paredes están pintadas con líneas verticales en rojo y blanco, a juego con los uniformes. Las mesas son redondas con taburetes con la misma forma de color crema y las paredes están llenas de discos de músicas y fotografías de comida en blanco y negro.
—Tú. ¿Eres la nueva?
Una chica con el pelo hasta casi la cintura castaño se para frente a mí.Su altura me sorprende casi tanto com sus ojos castaños que parece que me juzgan.
—Hola soy Abr...
—Las mesas —me interrumpe y señala una parte sucia —. Mario te explica, y se entra vestida de servicio por la puerta trasera —pasa de largo recogiendo unos vasos y soltando un suspiro de exasperación.
Será borde de mierd....
Pongo mi mejor sonrisa y voy hacia la barra, donde me recibe un muchacho algo más joven que yo, de complexión delgada y con una bonita sonrisa. Sus ojos avellana me miran con compasión y su cabello castaño está muy corto.
—Perdónala, es muy desagradable cuando hay que recoger mesas —ríe —. Soy Mario y ella es Isa.
Le tiendo la mano a modo de saludo y me explica mis cometidos.
Paco ha tenido que salir de la ciudad por asuntos personales y el encargado está de camino. Por lo que Isa es la que está al mando ahora mismo.
Mario me muestra la pequeña cocina empantanada de platos sucios por todos lados.
Hay que recoger todo esto antes de las siete de la tarde y limpiar el local. Me enseña como poner el lavavajillas y dónde se guardan los productos de limpieza. También me muestra la carta digital y me apunta en una libreta los platos de los que no disponen hoy.
—Y poco más. En unos días lo tendrás todo controlado. Solemos ir rotando puestos para habituarnos a distintas acciones —me sonríe.
A las siete de la tarde viene una chica más para la cocina, por lo que hay dos personas para atender las mesas, otra para fregar los platos y dos para cocinar, aunque uno de ellos hace apoyo también para la limpieza de la vajilla.
Comienzo a limpiar mesas y Mario utiliza una de las maquinas tocadiscos para poner a los Beatles. Isa pone los ojos en blanco, pero noto que sigue el ritmo mientras recoge. Parece que la actitud desagradable la tiene exclusivamente conmigo, porque en las horas que llevo aquí recogiendo, ayudándola a fregar el suelo y demás, ha ignorado mi presencia.
—Oye... ¿y llevas mucho trabajando aquí? —intento entablar conversación.
—Más que tú —me sonríe con ironía.
—¡No le hagas mucho caso! ¡Su alma se la robaron hace años! —ríe Mario mientras pasa un paño por la barra de aluminio.
—¡A mi me pagan por trabajar, no por ser amable! —contesta Isa y le hace la peseta.
Pongo los ojos en blanco y sigo fregando la última parte del suelo que me falta.
A las siete entra Nerea, la cocinera que no tendrá más de veintisiete años y me alivia que sea una persona normal. Me ha dado dos besos y todo.
Los primeros clientes no tardan en llegar.
—El encargado nos ha dejado instrucciones para ti —dice Mario guiándome a la sala.
Mario entra en salón conmigo para ayudarme a pedir nota a las primeras mesas e instruirme. Cuando sea la hora de la cena pasaré a cocina para no interferir con la hora punta. El encargado es sabio.
Los primeros clientes piden cosas sencillas como tortitas con sirope o gofres. En poca cantidad los puedo controlar, aunque reconozco que me he equivocado al llevar el pedido a una de la mesas.
—Poco a poco novata. Créeme que es una locura trabajar aquí en verano —me sonríe y pone dos batidos de chocolate con nata encima de mi bandeja.
Me acerco en la mesa con cuidado hasta que escucho unas voces y de pronto mi mano tiembla.
Unos ojos verdes sorprendidos me miran desde el otro lado de la barra a la vez que el peso de la bandeja cede y las bebidas se precipitan al vacío, al igual que mi corazón.
El vidrio suena contra el suelo, rebotando sobre las baldosas blancas y rompiéndose en un abanico de cientos de diminutos cristales. Mi corazón.
Su mirada se funde con la mía, sin apenas reaccionar, viendo cada rasgo que tan bien conozco. Recuerdo con demasiada nitidez su piel bajo las yemas de mis dedos y suelto la respiración que había cogido sin apenas percatarme.
Su piel está ligeramente bronceada y su cabello algo más largo, sosteniéndose la parte superior del flequillo en una coleta levemente despeinada.
El rojo de su uniforme forma el contraste perfecto con las esmeraldas que me miran sin perder detalle.
Mis manos se buscan con desesperación, jugando con los dedos, mencionando colores, contando números...
Nada sirve cuando veo cómo se acerca hacia mí.
Estoy jodida.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romantik2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...