Recibo otro mensaje de mi padre que me hace poner el móvil en silencio. Mi padre ha intentado convencerme de todas las maneras existentes de que este viaje es una mala idea y que deberíamos ir en coches separados, que él me pagaba la gasolina, pero me he negado en rotundo con el apoyo de mi madre, quien antes de salir me ha preguntado si he aprendido de mis errores y le he dicho que no lo sé.
"Pues si no sabes si has aprendido, quizá ni haya sido un error. Cuando lo es, se sabe" —me dijo antes de salir.
No me arrepentí de haberlo intentado con él, pese a que una parte de mí sabía que estaba destinado al fracaso. Mi pena era que no hubiese funcionado, que no tuviese la confianza suficiente en mí.
El viaje ha sido tranquilo. Héctor se ha limitado a conducir mientras yo he intentado dormir porque me he pasado toda la noche en vela. Prácticamente no hemos hablado y nos hemos separado al llegar al hotel. Su habitación es la contigua a la mía.
Esta noche es la semifinal y yo llevo parte del día en la cama, durmiendo a ratos y deseando que mi puerta suene de esa forma tan particular. Con los nudillos de Héctor.
Recibo una llamada y el pulso se me acelera. El nombre de "mi Diosa pelirroja" me saca una sonrisa.
—¿Línea erótica muy caliente? —bromeo.
—Uhhh... ¿qué llevas puesto? —pregunta en tono sugerente.
—Un pijama de los pitufos muy sexy —hago énfasis en el "muy".
—¿Ese tan feo que te queda una talla grande?
—Ese mismo.
Ambas reímos antes de que me pregunte si estoy nerviosa.
—Sí, supongo.
—¿Y por el concurso?
Pongo los ojos en blanco antes de contestar con un "también". El tema de Héctor es imposible evadirlo. Todos sabemos que pasó la última vez que convivimos juntos, pero hay una clara diferencia. Esta vez dormimos separados y he traído pijamas feos que no den lugar a ninguna situación extraña.
—Si tienes cualquier duda...
—Te llamo.
Lo hablamos antes de irnos. Al menos esta vez puedo contar con ella antes cualquier atisbo de cagarla.
El sonido que tanto ansiaba llega y me quedo muda sin contestar a Bea.
—¿Abril?
—Héctor está llamando a mi puerta.
—Bragas sujetas y una sonrisa radiante. Me cuentas luego.
Apenas me da tiempo a despedirme cuando la puerta vuelve a sonar. Respiro hondo y abro la puerta.
Cuando vuelvo a verlo con sus anillos y su jersey de cuello alto, tengo que reprimir con todas mis ganas sonreír. Amo la ropa de invierno vista en él. Lo amo a...No. ¿Me puedo centrar?
Una taza de café humeante aparece en mi punto de visión mientras Héctor sostiene otra en su mano.
—Bajé al bar. Pensé que querrías uno.
Se lo agradezco y voy a cogerla. Nuestros dedos se rozan y siento que el corazón se me detiene unos instantes. Apartamos nuestras manos con rapidez.
—¿Te apetece algo de comer?
—No tengo mucha hambre.
—Ya veo... Nos vemos luego —se despide.
Doy un paso fuera de la habitación y lo llamo. Héctor se da la vuelta demasiado rápido y el café se le cae encima del jersey y lo quema.
—¡Joder! Me cago en la...
—¿Estás bien?
El jersey beige tiene una gran mancha de café. Le ofrezco entrar en mi habitación para lavar la mancha con un producto que siempre llevo para los viajes.
En el momento que la puerta se cierra, el silencio se instala entre nosotros. Cojo el pequeño roll on y entro en el baño al tiempo que Héctor se pasa el jersey por encima de la cabeza. Aprovecho ese instante para mirar su pecho desnudo. Intento reprimir el calor que invade cada parte de mi cuerpo y me centro en la prenda. Se me cae de las manos y ambos nos agachamos a la vez, por lo que nuestras cabezas chocan. Nuestros ojos están fijos en los del otro y el espacio se siente pequeño y asfixiante.
—Puedo hacerlo yo —me sonríe.
—Creo que será mejor —aparto la mirada sonrojada.
Me apoyo en la puerta mientras Héctor quita la mancha. Los músculos de su espalda se tensan ante los movimientos de sus brazos y siento por unos segundos envidia de Sara. La envidia se mezcla con la culpabilidad cuando pienso en Carlos.
Héctor me mira por el reflejo y aparto la mirada. Intento cambiar de tema.
—Se te quedó muy bien el tatuaje.
—Sí. El tatuador es muy bueno. ¿El tuyo ha perdido color?
Miro mi tobillo oculto por el calcetín. Asiento y me acuerdo de Juan y lo que pasó más tarde. Quién me diría que gracias a ese malentendido Héctor y yo nos acostaríamos, y gracias a eso, todo lo que pasó después. Algún día volveré a su estudio solo para contárselo, aunque no haya tenido un final feliz.
Héctor quita el exceso de agua y lo cuelga en la barandilla para que seque.
—¿Me dejas verlo?
Asiento y me siento en la cama. Quito mi calcetín para que lo vea.
Coge mi tobillo y lo posa en sus piernas cortándome la respiración. Sus dedos acarician el contorno con dulzura mientras yo me centro en contar los latidos de mi corazón, a la espera de que el nerviosismo se marche y pueda actuar como una persona normal.
—Los colores son preciosos.
Asiento. Sus manos rozan mi tobillo y suben levemente hacia mi gemelo, pero esta vez por encima del pantalón.
—¿Y esta cosa? —sonríe con burla.
—¿No te gusta mi pijama especial de pitufos? Lo he elegido precisamente para ti.
—Vaya, que afortunado soy —arruga la nariz al verlo.
No podemos aguantar la risa. Cuando estamos así, siento una paz indescriptible. Sus manos siguen en mi pie, dibujando pequeños círculos, pero sus ojos miran a algún punto de la pared.
—Se te va a enfriar el café —me recuerda.
Cojo la taza y bebo un sorbo, más que por hacerle caso, por intentar mantenerme ocupada. Disfruto la espuma y lo saboreo.
Cuando lo separo de mis labios, Héctor suelta una pequeña carcajada y se acerca a mí.
—A ver si te depilas.
Frunzo el ceño avergonzada cuando desliza su dedo pulgar por encima de mi labio superior, cortándome la respiración por completo. Al ver que hablaba de la espuma, no puedo evitar poner los ojos en blanco.
Se lleva el dedo a sus labios y lame los restos de forma despreocupada, pero siento que el corazón se va a salir de mi pecho en cualquier momento.
Las manos de Héctor se paran sobre mis muslos y mis ojos buscan sus labios aunque mi mente me grite que no.
—Creo que debería marcharme —susurra y aprieta levemente mi piel.
—Tienes razón —apenas suspiro.
Cierro los ojos y noto como la cama cede y sus manos abandonan mi cuerpo. Las pisadas van al baño para más tarde acercarse a la puerta.
—¿A las siete en recepción?
Hago un leve sonido de asentimiento y vuelvo a aspirar una gran bocanada de aire cuando la puerta de la habitación se cierra.
Llamo a Bea.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Storie d'amore2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...