97. Convénceme

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Héctor:

En los últimos años, he descubierto que hay muchas formas de sentirte roto. Cada vez que crees que te has recompuesto, la vida vuelve para demostrarte que jamás serás ese niño ingenuo que jugaba en brazos de su madre, sino que eres un simple ser humano que ahora intenta jugar a ser adulto, pero nunca ganas la partida. 
Mientras hago el camino de vuelta, tengo que luchar constantemente por no salir corriendo hacia Abril y estrecharla entre mis brazos. Marco el número de Luis casi sin pensarlo.
—Tu mejor y único amigo al habla.
—Convénceme de que lo mío con Abril es un error en todos los putos sentidos.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado?
Su voz suena preocupada. Doy vueltas en círculos mientras paso las manos por mi pelo una y otra vez.
—Lo que ha pasado, es que si Abril me busca, no puedo alejarme. Sé que está mal por muchas razones, pero...
—La quieres —finaliza por mí.
Me quedo en silencio y cierro los ojos con frustración. Escucho su respiración al otro lado y rezo para que diga algo antes de que me dé la vuelta.
Cuando su voz suena, siento que es un breve ancla que me hace no cometer un nuevo error del que más tarde me arrepentiría.
—Solo hay una razón. La quieres lo suficiente como para no arrastrarla contigo.
Sonrío mientras seco una lágrima que se ha escapado sin poder remediarlo. Tiene la razón y me lo repito una y otra vez. No puedo tener algo sano con alguien que me recuerda al mayor error que cometí en mi vida. No puedo darle todo aquello que quiero si no soy capaz ni de decirlo en voz alta.
—Gracias —le digo con toda la sinceridad.
—Sabes que me tienes aquí, ¿verdad?
—Sí.
—Al final te ha venido bien no cambiar de número, ¿eh?
Su broma me saca esta vez una sonrisa de verdad. No sé cuántas veces he podido decirle que lo iba a cambiar para que me dejase tranquilo.
—En tus sueños.
—Repítelo diez veces delante de un espejo...
—A ver si así te lo crees —finalizo por él.
Colgamos la llamada y con algo más de seguridad, vuelvo a mi toalla.
Me sorprendo al ver a Carlos junto a Sara jugando a las cartas mientras hablan de forma animada.
Me paro frente a ellos y apenas reparan en mí. Sara es la primera que me ve.
—¿Y Abril?
Carlos alza la vista y busca a alguien que no va a encontrar tras de mí.
—En el chiringuito.
—¿Por qué no ha venido? —pregunta Carlos de forma cortante.
—Porque ambos habéis insistido en que tengamos una conversación ¿no? Pues felicidades, nos hemos dejado de hablar. Podéis estar tranquilos.
Me quito la camiseta y la lanzo encima de mi bolsa. Prefiero darme un baño a tener esa conversación. Estoy demasiado enfadado como para tener que preocuparme por otras personas.
—¿En serio crees que eso es lo que buscaba?
—No lo sé, Sara. ¿Qué buscabas entonces?
—Deberías ser un poco más empático con ella.
—Disculpa, ¿quién coño te crees que eres para meterte en esta conversación?
Ni treguas ni mierdas. Ahora no tengo por qué aguantarlo, no después de que me haya roto a mí mismo el jodido corazón para que salvar nuestras relaciones. No.
—No le faltes al respeto —dice Sara cortante.
—¿Te cuento un secreto? A veces se puede faltar al respeto sin la necesidad de un insulto —le sonrío porque sé que la va a sacar de quicio.
Sé que estoy volviendo en mis pasos y que todo el día de hoy ha sido en vano, pero estoy tan cansado de todo esto que la única manera que tengo de desahogarme es esta.
—Sí, tú de eso sabes mucho —masculla Carlos entre dientes.
—¿Alguna vez te han dicho que eres un gilipollas?
—¡Héctor! Basta ya.
Carlos da un paso hacia mí y de pronto se para. Estoy preparado para cualquier cosa que pase, pero su expresión me deja igual de confundido que la de él. Se queda mirando fijamente mi pecho y cuando bajo la vista, comprendo el error que acabo de cometer.  Abril no le ha dicho nada.
Hace una especie de mueca y se ríe de una forma que me hace sentir culpable. Lejos de todo lo que pudiese pensar, el dolor en sus ojos hace que me sienta despreciable.
—¿Fueron todas las vacaciones?
Sara parece comprender la situación y por primera vez la veo incómoda con algo. Su mirada oscila entre ambos mientras la de él está clavada en mi tatuaje.
—Solo fue por el concurso.
—Pues sí. Debo ser bastante gilipollas —dice más para sí mismo.
Pasa por mi lado sin tan siquiera mirarme y Sara toma la delantera para tratar de calmarlo.
—Carlos, no debo meterme, pero ten en cuenta que eso pasó hace medio...
—Lo siento, de verdad. Sé que eres muy buena persona, y no te voy a engañar, no entiendo cómo desaprovechas tu tiempo con él, pero ahora mismo no me apetece hablar. Muchas gracias.
No me atrevo a girarme.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora