104. ¿Quieres matarme?

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—Abril... ¿Te puedo hacer una pregunta?
Con el paso del tiempo descubres que hay preguntas o frases que avecinan situaciones incómodas. Tenemos que hablar; ¿te puedo hacer una pregunta?, no te enfades, pero...; no es por ti...
Ante esta pregunta, y como factor importante de que es una chica de dieciséis años, no te queda otra que ser amable y responder. La otra opción es hacerte la dormida, pero puesto a que cuando ha dicho mi nombre enseguida hice un sonido, ya es complicado.
Acepto a regañadientes.
—¿Por qué dejaste a ese buenorro por mi hermano?
Vale, puede que no fuese tan malo como pensé.
Ambas rompemos a reír de forma que nos ponemos contra mi almohada para no despertar al resto de la casa.
—Eres cruel con tu hermano.
—Soy cruel, pero justa —me sonríe.
Al menos, hablar con ella es sencillo. Su ingenuidad hace que no me sienta juzgada y pueda explicarme de forma adecuada.
—Tu hermano es muy guapo. Te sorprendería lo que liga.
—Puaj... Voy a vomitar la pizza.
—Además, lo más importante es que tu hermano es bueno y sincero. Eso no suele ser muy común.
Carla se acerca a mí y apoya su rostro sobre su mano para mirarme más cómodamente.
—¿El otro te trató mal?
No tengo una respuesta inmediata. No es que me tratase mal de forma literal. Nunca me faltó al respeto, ni me habló mal ni tan siquiera hacía comentarios fuera de lugar, pero al final, no todo se basa en que te traten bien. Hay veces que necesitas algo más.
—No.
—¿Le dejaste de querer?
—No.
—Nunca entenderé a los adultos —suspira.
¿Yo? ¿Adulta? Casi hace que me de un nuevo ataque de risa. Le saco casi seis años, pero aún me sigo considerando aquella chica de instituto que se siente perdida. Finjo ser una adulta cuando solo sigo siendo alguien que no se encuentra del todo.
Cojo su mano y me quedo frente a ella. No soy una persona que pueda enseñar muchas lecciones, de hecho, lo único que hago es tropezarme con mis mismo errores, pero al menos, si puedo ayudarla un mínimo, lo voy a intentar.
—A veces... En la vida real, el amor no lo puede todo. Dos personas pueden quererse, pero hacerse demasiado daño.
—¿Por celos?
—No, no tiene por qué. Te puede tratar estupendamente, pero que a la hora de afrontar los problemas no coincidáis. Yo necesitaba hablar las cosas y él necesitaba obviarlas, por lo que nos hacíamos daño.
Nos quedamos en silencio y mis palabras parecen haberle hecho un mínimo de efecto, porque tras un "creo que no quiero ser adulta", se da la vuelta y me da un "gracias" acompañado de un "buenas noches". Las buenas reflexiones siempre se necesitan pensar en soledad.
Doy varias vueltas en la cama, pero esta vez soy yo la que no puede conciliar el sueño. Llevo días tratando de apartar a Héctor de mi cabeza y esta conversación sumada a mi discusión con Isa y el hecho de que Héctor se haya marchado, solo hace que no pueda dormir y me entren ganas de llorar de forma desconsolada.
Cuando noto que la respiración de Carla se relaja, me levanto con cuidado de no despertarla y salgo de mi habitación para ir a la cocina. Un buen zumo de madrugada seguro que me quita las penas, y si no lo hace, lo hará el donut de frambuesa que tengo escondido tras los tarros de conservas para que mi padre no me los robe.
Abro el frigorífico con cuidado y cuando saco la botella, algo se me acerca y me tapa la boca para tapar mi chillido. La botella se me cae al suelo y cuando distingo a Carlos en la oscuridad, me quito su mano de los labios a la vez que me toco el pecho que me va a mil por hora.
—¿Quieres matarme?
—Yo... Mayo, lo siento. Estaba sentado ahí y como sabía que te ibas a asustar... Solo quería evitar despertar a la casa —me mira con culpabilidad.
—¿A cambio de que me dé un maldito infarto?
Nos agachamos a la vez ha recoger el zumo y nuestras cabezas chocan desestabilizándonos. Cada uno cae de culo y nos miramos con perplejidad. A continuación, nos da la risa y ambos tratamos de contenerla lo mejor que podemos. Parecemos dos idiotas.
—¿Qué hacías despierto?
Le ofrezco la mano y se levanta con una sonrisa.
—Esperando a que me tirases al suelo. Ahora puedo dormir en paz —bromea.
—¿Y si no llego a aparecer?
—Tendría que haberme autotirado, y eso no serían tan divertido.
Me muestra una sonrisa tímida que le devuelvo. Este es el momento más normal que hemos tenido en días. Eso hace que la tensión en mi pecho se alivie un poco.
Le ofrezco un poco de zumo que acepta, así que lleno dos vasos y nos sentamos en la mesa en mitad de la oscuridad. Tan solo nos alumbra la lucecita de los electrodomésticos.
Hablamos a la vez y nos callamos enseguida. Insistimos para que hable el otro, así que finalmente, le convenzo para que empiece él.
—Quería darte las gracias. Lo que hiciste hoy... Pensé que te irías una vez más tras él. Lo siento —aparta la mirada arrepentido.
Miro avergonzada al suelo y paso mis dedos por el extremos de los otros en un intento de calmar la ansiedad que me produce esta conversación.
—Lo siento. Siento que durante todo este tiempo te hayas sentido desplazado. Mi relación con Héctor es... era complicada. Le estoy muy agradecido por lo que hizo aquella noche y... Pensé que podríamos ser amigos, pero fui una egoísta, porque no pensé en como te sentirías.
Agacho aún más la cabeza. Apenas puedo mirarle a la cara. Sus manos cogen las mías de forma suave, y aún así, no puedo parar de pensar en la diferencia que hay con las manos de Héctor, en que tienen las manos encallecidas de forma diferente, ya que Carlos tiene las palmas y los dedos del baloncesto, y Héctor el dedo índice y la parte inferior de la mano por la cámara.
—No te voy a mentir. Odio que forme parte de tu vida, pero si para ti es importante... Mi opinión no cuenta. Quiero que seas feliz.
—¿Por qué eres tan bueno?
—No fastidies. No lo soy, estoy muy lejos de serlo —ríe nervioso.
Acaricio sus dedos. Me siento tan culpable de que Carlos se haya enterado de todo que no sé cómo compensarlo.
—Me gustaría saber... ¿Empezaste a salir conmigo por olvidarle?
Quiero mentirle, pero llegados a este punto sería injusto.
—Sí. Lo siento.
—Vaya... —se recuesta en el respaldo—. Y yo pensando qu echabas de menos mis bizcochos —bromea.
Que haga esas bromas solo hace que me duela más, ya que es su forma de afrontar el dolor. Bromas, risas y quitarle hierro al asunto.
—Pero con el tiempo se convirtió algo real. Sentía algo por ti y estás aquí. Hace años que no viene ningún chico a esta casa.
—Pero si Héctor no la hubiese cagado, porque estoy seguro que fue él, no estaríamos aquí. ¿Me equivoco?
Asiento avergonzada y aprieto mis manos con fuerza. Suena como si fuese una especie de segundo plato cuando es la persona más buena que he conocido en mi vida.
Carlos ríe nervioso y se aclara la garganta antes de continuar.
Me centro en el color celeste de su camiseta de pijama y evito mirarle.
—Gracias por la sinceridad.
—¿Quieres... cortar conmigo? —trago saliva con dificultad.
Sus ojos color miel me miran con sorpresa antes de suavizar su gesto y sonreírme.
—No. Te quiero, Abril y pese a todo, sigo pensando que merece la pena estar a tu lado, pero lo que a mi me preocupa es... ¿Quieres cortar tú conmigo? —se muerde el labio.
—No.
Si lo hiciese, me condenaría a mí misma.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora