107. Toda la jodida razón

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Héctor:

Un pequeño ruido me sobresalta en mitad de la oscuridad. Miro el reloj y son apenas las siete de la mañana.
Mario está reincorporado en el sofá con el botellín de agua vacío a medio tapar. Se disculpa y cierra la botella antes de volver a tumbarse.
—¿Isa ha dormido alguna vez contigo? —pregunto repentinamente.
Su ceño se frunce y niega con la cabeza sin comprender. Sonrío de satisfacción y me estiro sobre el cojín. Aún voy vestido con la ropa de calle, aunque creo que todos hemos dormido hoy así.
—Perfecto. Material para atormentarla —le sonrío de medio lado.
Cuando parece comprenderme, suelta una pequeña risa que me produce cierto bienestar. Verlo actuar de forma normal me ha quitado el peso del pecho que tenía desde la madrugada.
Mario se sube la manta aún más y propongo hacerle otra manzanilla que acepta encantado. Yo me preparo una taza de café y llevo ambas bebidas al salón.
—Me bebo eso y estreno tu baño —arruga la nariz al ver mi café.
—Tranquilo, anoche ya lo estrenaste.
—¿Olía muy mal?
—Aún mejor, dejaste una souvenir. Muy amable por tu parte.
Solo de imaginarlo me entran ganas de vomitar.
—Vaya, lo siento. No suelo dejar palominos.
—No te juzgo, anoche ni sabrías usar una escobilla.
Mario aparta la mirada avergonzado y tomamos un sorbo de nuestras bebidas en silencio.
Tras varios segundos de espera, decide hablar.
—No me drogué.
—Lo sé.
—¿Lo sabes? —su ceño se frunce y me mira con duda.
—Tú no eres así —me encojo de hombros.
Mario ríe de forma nerviosa y suelta la taza encima de le mesa con un sonido sordo. Pone su rostro entre sus manos para tratar de reprimirla hasta que se rinde y se deja caer contra el respaldo con la mirada perdida en el techo.
—Ese es el problema. Que sí soy así.
Cuando las lágrimas empañan su rostro no sé como reaccionar. Intento decirle que no es cierto, pero cuando intento tocar su hombro. Se levanta de forma brusca y se aleja unos metros de mí hasta darme la espalda.
Mi camiseta junto a la tensión de sus músculos, se ve tensa y le queda un poco más pequeña de lo que debería al igual que mis pantalones le quedan en cambio un poco largos.
—No te he visto beber en la vida y mucho menos metiéndote mierda en el cuerpo —lo defiendo.
—¿Quieres saber por qué no quiero trabajar con Paco? Porque soy un puto yonki de mierda al que sacó de un reformatorio.
De pronto la imagen de tío risueño se viene abajo y veo el auténtico dolor tras sus ojos castaños. El miedo está ahí y todo lo demás se desvanece.
Ni tan siquiera me doy cuenta de que me he levantado en algún momento y estoy frente a él, sin ser capaz de acortar más la distancia, pero viéndome de alguna forma reflejado en sus demonios.
El gesto de darte asco a ti mismo, de no poder soportar vivir con lo que has sido. Todo vuelve en una montaña rusa de emociones que me quita parte de las energías.
—¿Qué quieres decir?
—Justo lo que he dicho. Paco fue el único que tuvo fe en mí, incluso cuando mi madre se rindió. Me acogió en su casa e hizo que me desenganchase de la heroína y demás putas mierdas, yo... Estaba limpio. Te juro que no he consumido desde entonces —dice con desesperación.
Mario de abraza a mi cuerpo y por fin reacciono. Lo abrazo con fuerza y me quedo congelado cuando veo a Isa en el marco de la puerta con la mirada perdida y el cuerpo tembloroso. Aprieto más a Mario en mis brazos para que no la vea. Si fuese mi caso, si Abril me viese... Me hundiría más.
—Tengo que entregarle una puta prueba y si sale positivo... —continúa.
—¿Qué pasa si sale positivo?
Cierro los ojos cuando Isa habla y noto como cada músculo de Mario se tensa de forma instantánea. Se aparta lentamente de mí y se da la vuelta con los hombros bajos y una postura derrotista.
Sara aparece a las espaldas de Isa y me indica con los labios un "perdón". Le hago un gesto para que sepa que no es su culpa.
—¿Has escuchado...?
—Mario, ¿Qué va a pasar?
Suspira y se pasa las manos por su cabello corto evitando su mirada.
—Me mandarán a un centro de desintoxicación.
Isa hace una mueca. Acto seguido, coge de forma repentina su bolso y sale de la casa sin que ninguno de nosotros podamos detenerla.
Mario sonríe de forma triste y se sienta de nuevo sin levantar la cabeza.
—Mejor. No se merece estar con un yonki de mierda.
Voy a reprocharle cuando Sara se interpone y lo abofetea dejándonos sin palabras. Mario levanta la cabeza a la vez que sujeta su mejilla y la mira tan sorprendido como yo.
—Compadecerte de ti mismo no sirve de nada. Ya no eres ese chico, tú mismo has dicho que llevas años limpio, así que respétate un poco y no te atrevas a llamarte "yonki".
La seguridad en sus palabras me deja sin habla y Mario pide unas disculpas de forma automática como si fuese un soldado ante su sargento. Tiene toda la jodida razón. 

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora