102. Que se vaya

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—Ay que ilusión más grande, siempre quise tener otra hija.
Mi madre abraza a Carla mientras esta ríe sin parar. No puedo evitar sonreír al verlas, han congeniado muy bien, aunque con mi madre, en general, es fácil estar a gusto.
—¿Y por qué no me diste una hermana? —bromeo con indignación.
En ese justo momento pienso en Bea y en cuánto la echo de menos. Ella sí que es lo más parecido a una hermana que tengo, aunque Carla, es como si fuese una hermanita pequeña a la que quiero proteger. Solo de recordar aquel día hace que el corazón se la acelere del pánico, y desde que me pasó aquello, el miedo se incrementa al pensar en cierta clase de escenas.
—Sin que te ofendas hija mía, y con perdón de la palabra —mira de forma dramática a toda la sala— con un coñazo, ya tenía suficiente —me guiña el ojo.
—¡Mamá! ¡Era super buena!
—Super buena sacándonos de quicio. Pregúntale a tu padre.
Carla se aguanta la risa y miro a mi padre en seguida, quién por primera vez me abandona en esta guerra contra la "jefa". Le indico con mi fulminamiento de mirada que la próxima vez que quiera un aliado, lo va a tener claro.
—No serás capaz de traicionar a la sangre de tu sangre, ¿no, padre?
—Dios sabe lo que odio darle la razón a tu madre, pero... Tu afición favorita era cantar a pleno pulmón cada cinco minutos.
Carlos suelta una carcajada y una pizca de ilusión se concentra en mi pecho. Desde lo de la caravana, todo se enfrió bastante. No me visita en el trabajo y ahora es menos incómodo porque su hermana está aquí, pero nuestra relación ha consistido en pasar constantemente tiempo con mi familia para evitar pasar tiempo a solas. Me preocupa que tome la decisión de marcharse, aunque sepa que se merece a alguien que apueste por él al cien por cien.
—Carmen, suelta a la chiquilla, la vas a agobiar —se queja mi padre aguantando la risa.
—Me gustan los abrazos —sonríe Carla.
—¡Pero serás mentirosa! En casa nunca me deja abrazarla.
—Porque eres muy pesado y... hueles peste cuando llegas del baloncesto.
—Doy fe de ello —levanto la mano a esto último.
Intento inmiscuirme en la conversación para acercarme a Carlos, pero parece que cada intento está destinado al fracaso. Enrojece y aparta la mirada de la mía para tocar su cuello de forma nerviosa.
—Me queda claro. Dejar de ser cariñoso y ducharme en el gimnasio —dice con una sonrisa tensa.
Sonrío con incomodidad y doy gracias a todos los astros cuando mi alarma suena. Vamos a comer en mi trabajo para que Carla lo vea y mientras estoy en mi turno Carlos la llevará de compras e irán al cine.
Carla me acompaña a recoger el uniforme a mi habitación y cuando lo ve, pega un gritito entusiasmada.
—¡Es super bonito! ¿Me lo puedo probar?
—¿Lo dudabas? —se lo ofrezco
Me da un pequeño abrazo de emoción antes de quitarse la ropa con el tiempo justo para darme la vuelta. No quiero incomodarla.
Cuando termina, se mira en el espejo y arruga la nariz. Pese a que le queda un poco grande, está muy guapa.
—No tengo pecho —me mira con una pequeña mueca.
—Ya te saldrá. Yo juraría que hasta los diecinueve no se hicieron notar —la tranquilizo.
—Eso espero, porque ponerse tetas es caro —se ríe y vuelve a ponerse su ropa.
—Con tetas o sin tetas eres guapísima, además, tener pecho está sobrevalorado —le guiño el ojo.
Carlos pega en la puerta para indicarnos que está listo. Me cuelgo la maleta al hombro.
—Te dije que es muy pesado —se ríe por lo bajo y tira de mi brazo para salir de la habitación.
—¿Recogíais la maleta o la fabricabais?
—Hablábamos de que en Japón te lo tienes que currar. Mis futuras tetas no se van a pagar solas.
Me quedo sin hablar. ¿No se lo ha contado a su familia? Carlos desvía la mirada y Carla, ajena a todo, se despide de mis padres y nos hace un gesto para que nos vayamos.
Una vez en el coche, le roba el asiento a Carlos en la parte delantera.
—Algun día comprenderás que es mi novia —se sienta en la parte trasera y se pone el cinturón malhumorado.
—Pero sigo siendo la guapa de la familia, y eso me hace tener algunos privilegios —le saca la lengua.
—Es un argumento bastante solido —bromeo.
Pone los ojos en blanco y Carla pone la radio. Britney invade mi coche y aunque Carlos sigue distante, veo por el espejo como tararea las canciones a la vez que mueve su dedo índice sobre su brazo para marcar el ritmo.
Sé que en algún momento deberíamos hablar, pero no sé cómo justificar que le haya estado mintiendo durante tanto tiempo. No hay justificación alguna
Llegamos a la cafetería y están Isa, Nerea, Mario y el chico que viene a hacer los días libres de Héctor. Miro a la barra y veo a alguien nuevo que no conozco con nuestro uniforme.
Mario nos saluda y nos ofrece una mesa y las cartas.
—¿Quién es esa? —la señalo sutilmente.
Mario se gira con el ceño fruncido y me devuelve una sonrisa que dura demasiado poco tiempo. Saca su bloc de notas y prepara el bolígrafo.
—Una nueva compañera —dice sin más.
Héctor aparece por la puerta de la cocina y noto como mi cuerpo se tensa al completo. Está vestido con ropa de calle y no se percata de que estoy en el local.
Mario nos hace el pedido y yo evito mirar hacia la barra aunque todo mi cuerpo me insta a hacerlo.
—¿Habéis visto a ese chico? Creo me he enamorado.
Carla consigue que me atragante y Carlos se gira. Cuando ve a Héctor, el rostro le cambia por completo y esta vez no consigue borrar el asco que le produce. Trago saliva con dificultad.
—¿Trabajas con ese pivonazo y sales con mi hermano?
Carla sigue con las burlas de forma abierta sin saber de lo que habla y siento que quiero que la tierra me trague en este mismo instante.
Carlos me evita mientras Carla mira de forma descarada a Héctor y yo rezo porque no nos vea. No después de que se alejara.
—Es el ex de Abril.
Carlos deja caer la afirmación como una bomba pesada encima de la mesa y Carla abre los ojos de par en par mientras su mirada pasa de su hermano a Héctor sin parar.
La pregunta retórica de si trabajo con mi ex no tarda en llegar y por fin se da cuenta de todo lo que dijo y de la actitud de su hermano.
—Lo siento —aparta la mirada avergonzada.
—No pasa nada —la intento tranquilizar mientras Carlos sigue con la mirada fija en la ventana.
Un ruido a mi izquierda hace que me sobresalte. Isa ha soltado su comandero de forma ruidosa en la mesa.
—Tienes que hacer algo.
Tiene la atención de toda la mesa y antes de que pueda preguntar, continua.
—Se va al otro restaurante e intuyo que es por tu culpa. Arréglalo.
Héctor parece darse cuenta de mi presencia y nuestros ojos se quedan fijos en los del otro. La chica le habla, pero parece no escucharla, al igual que yo no presto atención a los reproches de Isa o a la mirada de Carlos clavada en mi rostro.
Se va. De verdad que se va a alejar. De verdad que quiere poner un puto y final.
Los músculos de mis piernas se preparan para caminar a la vez que mis manos agarran la mesa para levantarse de forma automática.
Héctor me mira con un extraño brillo en la mirada que me hace sentir cálida y fría al mismo tiempo.
Si me levanto de aquí, esto acabará. Carlos no podrá soportar una nueva decepción. Mi corazón no puede soportar más pérdidas por parte de Héctor.
Quito el agarre de la mesa y me vuelvo a colocar mientras el corazón me resuena en los oídos de forma ensordecedora.
—Isa, si Héctor se quiere ir, deberíamos respetarlo —le sonrío.
Sus ojos se abren de par en par  y la mirada de Carlos parecw volver a brillar.
—¿Qué? No estarás hablando en...
—Sí. Que se vaya.
No miro en ningún momento cuando Héctor abandona el local.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora