76. He sufrido un secuestro

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Héctor:

—No sabía que te tuvieron retenido —dice Pedro con la mirada puesta en mí.
Giro una calle a la izquierda y continuó lo más rápido que puedo. Al primer sitio donde hemos ido es a la comisaría del otro día, pero nos han mandado a la sucursal grande, parece ser que de momento está detenido y tengo que declarar para ver si es aquel el mismo sujeto. Gonzalo también se va a presentar allí para narrar parte de los hechos que sucedieron en su oficina.
—Sí, bueno. Tampoco fue para tanto —me encojo de hombros.
—El oficial me ha dicho que pasaste más de seis horas ahí metido. Creo es eso sí fue para tanto. Me gustaría hablar con tus padres para disculparme por las molestias.
Miro impaciente al coche de delante, rezando porque se desintegre para llegar cuanto antes y poder de dejar este interrogatorio.
Finjo que no lo he escuchado porque estoy pendiente al tráfico, pero su mirada insistente hace que me vea obligado a contestar.
—Tranquilo, mis padres no saben nada.
—¿Has estado en el calabozo y no informan a tus padres? —alza una ceja intrigado.
—Soy mayor de edad y vivo solo —me encojo de hombros.
Evidentemente, como era de esperar, parece que la insistencia de Abril también le viene de parte paterna, porque sigue con preguntas que solo hacen que me tensen y en esta ocasión, no puedo apenas evadirlas. No puedo hacerle eso a una de las personas que siempre me han acogido y me ha puesto un plato en su mesa.
—No conozco a mi padre, mi madre y su marido se separaron y ella no está en la ciudad. Tampoco tengo a familiares cerca, por eso vivo solo —le resumo para que deje las preguntas
—Vaya... Es mucha responsabilidad vivir solo. ¿Nadie te ayuda?
—No. Estoy más que acostumbrado.
Se hace el silencio y por fin consigo adelantar al coche que me obstaculiza por su lentitud y en pocos minutos llegamos al edificio.
Bajamos del coche y antes de entrar en la comisaria, noto una mano que me para.
Pedro me mira seriamente y los nervios se me ponen a flor de piel.
—Si algún día necesitas una mano, sabes que Carmen y yo podemos ayudar.
Nos miramos unos segundos a los ojos y me doy cuenta que de pronto los ojos me escuecen. Asiento y contesto un simple "lo sé". Me doy la vuelta para evitar que la emoción vaya a más.
Al entrar en la comisaría no tardamos en divisar a Gonzalo, quien habla con otro policía y no tarda en vernos en indicarnos que pasemos. El detector de metales me pita y comienzo a sacar corsas de mis bolsillos hasta ver la chapa de la cerveza de Abril. La miro durante unos segundos y cuando me dejan pasar la aprieto con fuerza, como si fuese una especie de amuleto que me protege.
Gonzalo me da una pequeña palmada en el hombro antes de hablar.
—Buenas tardes. ¿Cómo se encuentra tu novia?
Mierda. Pedro me mira de reojo y yo no puedo evitar tensarme antes de contestar.
—Creo que mucho mejor.
Señalo a Pedro y Gonzalo y él se presentan, ya que solo hablaron por teléfono.
—Es un gran chico —me señala ante la mirada de Pedro—. Gastó su única llamada en llamarla y no ha parado de llamar para mantenerse informado e intentar ayudar.
—Lo sé. Siempre ha sido muy buen chico —me muestra una pequeña sonrisa.
Evito poner los ojos en blanco y Gonzalo y otro policía nos acompaña a una sala donde hay una vitrina con ese indeseable sentado al otro lardo. Tiene la ceja y labios partidos, cosa que hace que reprima una sonrisa para no quedar mal. Se merece eso como mínimo, pero si está aquí asumo que es porque no aprendió la lección.
—¿Este es el sujeto que asegura que drogó a la víctima? —pregunta el oficial a cargo.
—Sí.
—¿Está seguro?
—Los labios y la ceja fueron trabajo mío —no puedo evitar sonreír. Gonzalo me echa una mirada de advertencia y accedo a cambiar mis palabras—. Quiero decir que sí. Es ese. Lo recuerdo perfectamente.
—Pillamos al sujeto en un bar de la zona vertiendo droga en la copa de una chica. Las cámaras del local donde estuvisteis también nos confirman que hubo un acercamiento a la  víctima y una imagen extraña que puede dar lugar a que hizo lo mismo que con la nueva víctima. No tenéis que preocuparos. Va directo a prisión.
Pedro y yo nos miramos sorprendidos y esta vez si que no puedo evitar sonreír de auténtica felicidad. Estoy tan feliz que abrazo a Gonzalo y después a Pedro, sin poder contenerme. Estoy tam feliz por Abril que lo único que quiero es llegar a la casa y contárselo.
Rellenamos el resto del papeleo en silencio y Pedro y Gonzalo se vuelven a despedir con una amplia sonrisa. Se me acerca antes de dejarnos marchar y me da un pequeño toque en el hombro y susurra para que solo yo pueda escucharlo.
—La próxima vez recuerda nunca agredir, solo retener —me guiña un ojo.
Asiento a regañadientes y salimos de allí con una sonrisa. Carmen nos espera fuera para mi sorpresa.
—¿Cómo se os ocurre dejarme al margen? —nos señala con un dedo.
—Mujer, no queríamos alarmar sin saber qué iba a pasar.
—¿Y tú, jovencito? ¿Qué excusa tienes?
—Básicamente he sufrido un secuestro —me defiendo.
—Eres un traidor —susurra Pedro.
—¡No acuses al chiquillo! El adulto responsable eres tú —señala de nuevo a su marido. 
Esta vez no puedo evitarlo. Me recuerda tanto a Abril que se me escapa un ataque de risa nervioso. Son tantas emociones juntas que acabo desbordado sin poder controlarme.
Pido perdón más veces de las necesarias mientras ambos me dirigen hacia un banco y se sientan al lado mía.
—Cariño... Nos hemos centrado tanto en otras cosas, que no hemos preguntado como lo has vivido tú —acaricia Carmen mi brazo.
—Gracias a ti nuestra hija está bien. Has jugado un papel fundamental. Dudo que estuviese tan sonriente de no ser por tu ayuda —me reconforta Pedro.
—Estoy bien, estoy bien.
—No, Héctor —apoya su mano encima de mi rodilla que no se para de mover de forma frenética—. No estás bien.
Pienso en las últimas semanas y ya no puedo más. El "te quiero"'de Sara, el abuso de Abril, el calabozo, las peleas en el trabajo, los pequeños roces con Abril que han despertado en mí cosas que deberían seguir ocultas, el ver a Carlos en su casa, cosa que hizo que lo viese todo más real... Son tantas cosas que apenas me he parado a pensar en ellas y en lo que me afectan.
—Lo siento. Verla en aquella situación...Me mató. Al verlo esposado ha vuelto ese miedo, aunque sé que ya no podrá hacerle nada —me sincero.
Se siente demasiado bien que dos adultos te escuchen y estén ahí para darte apoyo o simplemente escucharte sin juzgarte. Ellos siempre han sido muy buenas personas, pero justo ahora, me doy cuenta de que al perderla a ella también los perdí a ellos y olvidé lo que era tener una familia o algo parecido.
Les agradezco el pararse a escucharme y Carmen me da un último abrazo para agradecerme una vez todo. Volvería a hacerlo sin dudar a dudas.
Pedro le hace una seña para que lo espere y me detiene.
—Ahora voy cariño. Danos unos minutos.
La sonrisa se me borra cuando me atrae por los hombros y me vuelve a guiar al banco del parque.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora