135. Lo merezco

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Llevo durmiendo cuatro días en la habitación de Bea. No soy capaz de entrar a la mía y enfrentarme a las fotos con Carlos de la pared. Cuando ella se va a trabajar, me quedo encerrada en su cuarto y a cada puerta que escucho, me asomo para ver si es él.
Hoy día 29 tiene un partido de baloncesto y dudo mucho que vaya a dejar tirado a Luis y al resto del equipo, por lo que cuando escucho abrirse de nuevo otra puerta, salgo rápidamente al tiempo de ver como entra en su habitación.
Una vez frente a su puerta dudo y un nudo en la garganta me impide tragar de forma adecuada. ¿Cómo voy a mirarle a la cara? Me doy la vuelta y camino de nuevo hacia la habitación, pero la imagen de Héctor llorando ante la tumba de su madre hace que me gire y pegué en su puerta sin pensarlo. Tengo ganas de vomitar.
Cuando la puerta se abre, retengo la respiración. Nada más reparar en mí, su mirada amable se vuelve fría y la culpabilidad se agolpa en mi pecho.
—Hola —digo con un hilo de voz.
Su silencio es repuesta suficiente. Aún así, insisto.
—Tenemos que hablar —sujeto mis manos para controlar el temblor.
—¿Aún crees que puedes exigirme algo? —su tono cortante hace que mis ojos se enrojezcan.
—No. Claro que no, pero... ¿podemos hablar? Por favor.
Me escruta de pies a cabeza antes de dejarme un pequeño hueco para pasar.
—Como intentes justificarte, te marchas.
Asiento con el corazón en un puño.
Una vez dentro, el corazón comienza a latirme con fuerza. No sé qué decir. Quiero que me entienda, pero explicarle que llevo un año enamorada de mi ex, incluso cuando me presentó a sus padres, me parece demasiado.
—Lo siento.
Las palabras resuenan en la habitación. Está sentado en la cama y no tiene ninguna clase de reacción. Se limita a mirarme.
—Lo siento muchísimo —mi voz se quiebra y evito hablar más para no llorar.
Se levanta de la cama y pasea hasta la pequeña cocina, donde se apoya de brazos cruzados y mira al suelo.
—¿El qué sientes exactamente? ¿Haberme puesto los cuernos o que te haya pillado? —ríe con ironía.
Trago saliva con dificultad. Nunca lo había visto de aquella forma.
—Debería haberlo hecho de otra forma. Ser sincera contigo.
—¿Cómo cuando viniste corriendo a mis brazos después de tirártelo durante las vacaciones de invierno? Tu sinceridad ahí fue abrumadora.
—No estábamos saliendo —me defiendo.
—Cierto, pero ahora sí, y no ha sido un impedimento. ¿Verdad?
—Me pediste que si te tenía que romper el corazón, fuese yo —recuerdo con una pizca de pena.
—¡Te mentí! ¡Soy un gilipollas que está enamorado!
—Carlos, por favor...
—Qué, Abril. "Por favor" qué. —se pone justo frente a mí.
Sus ojos color miel son como aguijones que se clavan en los míos y no puedo evitar que lágrimas silenciosas empañen mi rostro.
Esto es lo que conseguí con mi egoísmo y me merezco todo el desprecio de su parte. Sé que jamás podré arreglar el daño que le hice a este chico dulce y atento.
—Que me perdones. Te suplico que me perdones.
Su mano acaricia mi mejilla con delicadeza y el dolor va en aumento. Cuando posa sus labios sobre los míos, soy incapaz de apartarme. Se lo debo.
—Pongámosle un buen final a esto —susurra en ellos y vuelve a besarme.
No sé por qué dejo que quite mi camiseta ni por qué desabrocho sus pantalones. Quizá, es porque es la única forma que tengo de compensar todo el daño. Una última despedida tras un año apoyándome de forma incondicional.
Apoya mi rostro en el escritorio mientras aferra mis caderas sin un ápice de cariño solo puedo pensar en unos ojos verdes y me imagino el todo momento que es él quien se adentra en mí .
Su tacto no es como otras veces. Ahora es frío, brusco y no siento ni un ápice de amor, como si fuese un desconocido cualquiera y nos estuviésemos usando. Es una sensación parecida a aquella noche con Héctor tras el restaurante, cuando nos prometimos que sería el final, con la diferencia de que lo disfruté. Ambos teníamos poder y ambos lo hicimos de mutuo acuerdo. Ni tan siquiera sé qué es esto, aunque la sensación de que no es lo correcto persiste.
Cuando termina, se aleja y escucho el sonido de la cremallera. Me quedo inmóvil, aún desnuda. Se pone la camiseta y coge la maleta que reposa sobre la cama antes de meter las llaves en su bolsillo.
—¿Do-dónde vas? —coloco mi jersey delante de mi cuerpo desnudo avergonzada.
—Esto es lo que te gusta, ¿no? Que te follen y te abandonen. Borra mi número —cierra la puerta.
Me lo merezco.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora