Actualidad.
Héctor:
A lo largo de este año, me he visto obligado a vivir muchos momentos incómodos, pero este es uno de los más reseñables. La frialdad de Sara revestida de calidez ha calado en cada miembro de esta mesa, que ha decidido centrarse en la comida, pero yo no puedo ignorarlo.
—Sara... ¿podemos hablar en privado? —susurro en voz baja.
—No, Héctor. Estamos compartiendo en grupo —me sonríe.
Bien jugado. Fue mi idea y quiere hacerme ver que tengo que lidiar con mis decisiones, pues bien, lidiemos.
—¿Alguien quiere compartir algo más? —pregunto con una sonrisa.
—Sí, que eres un capullo.
Abril me fulmina con la mirada y siento que la poca paciencia que me queda está llegando a su final. ¿Me odia por querer hacernos el favor de rehacer nuestras vidas?
—¿Algo que no hayas repetido, princesa?
Vuelve a fulminarme con la mirada y antes de que pueda decir nada más, interviene Carlos.
—Otro dato. No me gusta que llames a "mi" novia "princesa".
Y parece ser que nuestra tregua ha terminado. Esta vez Sara me corta a mí cuando voy a replicar.
—No te preocupes, mi novio al parecer tiene motes para todo el mundo.
—Y mi novia al parecer no sabe poner nombre a sus emociones. Quizá estés celosa.
Sara abre la boca de par en par y algo en mí me pone en alerta de que la he cagado de una forma increíble.
Sara deja sus cubiertos en un lado y se gira completamente hacia mí.
—Mira, Héctor, conozco muy bien mis emociones y te aconsejo no jugar más con esas palabras, porque si de esta mesa tenemos que coronar a alguien por no saber lidiar con lo que siente, ese puesto lo tienes tú.
—Te repito que...
—Lo siento, chicos —se levanta de la mesa—. Yo, en concreto, no puedo lidiar más con esto. Abril, no tengo ningún problema contigo, pero no puedo jugar más a esta cosa tóxica —se gira hacia mí—. Sin tenéis que hablar algo, hablado en privado. Un placer Carlos —le sonríe antes de recoger sus cosas e irse antes de que me de tiempo a reaccionar.
—¿No deberías haberla detenido? —pregunta Abril con una pizca de burla.
—¿Y tú no deberías meterte en tus putos asuntos?
—Tiene razón —nos interrumpe Carlos—. Tampoco tengo que aguantar esto —recoge sus cosas.
—Espera, te acompaño.
—No. Es evidente de que tenéis una de tantas conversaciones pendientes —dice con sarcasmo—. Estaré en la misma zona que antes —se despide de ella con una mueca.
Abril y yo nos quedamos a solas y nos miramos un instante. Sus ojos están enrojecidos y su pecho sube y baja de forma pesada. Aunque esté muy enfadado con ella, mi primer impulso es querer reconfortarla, pero me contengo. Ya hemos sufrido bastante.
—Será mejor que pague la cuenta.
—Sí, vete. Huir es tu mayor especialidad.
Sus palabras, aunque son muy parecidas a las de Sara, me duelen de una forma asfixiante. Nunca entiende nada y parece que se sobreesfuerza en que discutamos o nos hagamos daño de todas las maneras habidas y por haber.
Veo que se araña los extremos de sus uñas con las manos y, sin pensarlo mucho más, me levanto y la cojo por la muñeca ante sus quejas y la guío hacia el cuarto de baño. No quiero que discutamos delante de nadie.
—¡Suéltame!
Retira su brazo y me fulmina con la mirada. Vuelvo a coger su mano y se la muestro con más enfado del que me gustaría.
—Y por esto no podemos estar juntos de ninguna manera.
—¿Porque tengo manos? Si quieres me las corto.
—No, Abril. Ni se te ocurra bromear con esto —suelto su mano con enfado—. Nos hacemos daño de forma que sobrepasa hasta lo físico.
—Lo que me hace daño, es que insistas en estar en mi vida para luego dejarme como un puto cobarde.
Sus palabras son puro veneno que acepto sin lugar a dudas.
El pequeño espacio parece insuficiente para ambos y el olor a su perfume me nubla los pensamientos.
—El otro día lo dejé claro.
—¿Que lo dejaste claro? —bufa. Se acerca a mí y clava un dedo en mi pecho—. Te fuiste sin tan siquiera dejarme hablar —hinca un poco más su dedo.
—Me fui porque si no me hubieses convencido de que esto está bien, cuando es evidente que no lo está.
—Si tanto miedo tienes de que te convenza, es porque tú no quieres alejarte.
Nuestros rostros se quedan suspendidos y mis ojos bajan a sus labios que se entreabren sutilmente.
Con un giro, la apoyo contra el lavabo y clavo mi mirada en la suya de forma severa. Pongo mis brazos a cada lado de su cuerpo, apoyados en la madera, y me acerco a su rostro de forma que ella enrojece y cierra los ojos con fuerza.
—No me digas que quieres que seamos amigos cuando te echas a temblar si nos quedamos a solas. No puede funcionar.
Sus ojos se abren a la vez que su ceño se frunce y su respiración se agita.
—¿Qué pasa? ¿Cómo tú no puedes aguantar, crees que yo tampoco?
—Ambos sabemos la respuesta.
—No provocas nada en mí.
Me acerco a su oído sin poder evitarlo. Me deleito durante unos segundos con el sonido de su respiración al detenerse. Aparto el pelo y se lo coloco antes de hablar.
—No sabes mentir, princesa.
—Pruébame.
Cierro los ojos con frustración y apoyo mi frente en su hombro mientras trato de recordarme que esta no era la conversación que debíamos tener. Su perfume me embriaga por completo y el temblor en sus piernas hace que cada poro de mi piel grite y quiera desnudarla por completo.
—No me pidas cosas de las que te puedes arrepentir.
Beso su hombro desnudo sin poder remediarlo y sonrío cuando reprime un pequeño sonido de sorpresa antes de volver a recomponerse.
—¿Ves? Comprobado.
—¡Me has pillado desprevenida!
—Ponme las excusas que quieras, pero sabemos lo que nos pasa cuando estamos a solas demasiado rato juntos.
—Ilumíname —dice con sarcasmo.
Sin pensarlo, lo digo.
—Que queremos arrancarnos la ropa y gritar el nombre del otro hasta quedar afónicos.
Su cuerpo se tensa y su mirada baja de forma insistente a mis labios. Alza el mentón desafiante y yo me acerco un poco más a ella, suspendiendo mis labios en los suyos, sin llegar a tocarlos.
—¿Te apetece mentirme un poco más?
Sé que esto está mal, que aunque no la bese, esto es suficiente para que una relación acabe, pero cuando me reta de la forma en que lo hace, me nubla el juicio por completo y hace que quiera cometer el mismo error una y mil veces más.
—¿Quieres verdades? —noto su aliento en mis labios—. Eres un egoísta de mierda y un capullo.
—¿Algo más?
—Eres un creído y un prepotente.
—¿Unas últimas palabras?
—Te odio. Te odio por dejarme este vacío.
Sin darme apenas cuenta, sus piernas están alrededor de mi cintura, su cuerpo encima de lavabo y mis manos cogen sus caderas con fuerza.
—Yo quiero odiarte, pero soy incapaz de hacerlo.
Me acerco unos centímetros más. Nuestras bocas casi se rozan. Solo unos milímetros más.
—Haz como yo. Miente.
Retrocedemos inmediatamente cuando el sonido de la puerta nos interrumpe y una chica joven nos mira sorprendida y sale del baño entre disculpas.
Miro a Abril y pienso en lo que casi hago.
Me viene a la cabeza los meses de terapia, mi intento de relación con Sara, mi mejoría con la ansiedad... No. No puedo arrastrarla de nuevo a la incertidumbre de mi mierda de vida.
ESTÁS LEYENDO
Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...