31. Los Diseños de H

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Actualidad.

Héctor:

La vida es como una especie de torbellino de opciones. Algunas veces ganas, otra pierdes y otras te sientes como un perdedor aunque hayas escogido el camino correcto. Es algo tan complejo que no puedes razonarlo, porque nunca habrá algo lo suficientemente objetivo como para que te quedes en paz con las decisiones tomadas. Siempre hay una pregunta que joderá toda felicidad: ¿Qué pasaría si...?
Preguntas que están abocadas a hacerte cometer errores irreparables por sentirte mínimamente vivo de nuevo. Arriesgar una estabilidad por una sensación fugaz que si se mantiene con el tiempo, será la misma mierda.
¿Qué pasaría si me hubiese dejado llevar por mis instintos y la hubiese besado? Pues que haría daño a una de las personas más increíbles que he conocido, y todo por volver a apostarlo todo a sabiendas que voy a perder, como un jodido ludópata.
Es un hecho que Abril y yo buscamos cosas demasiado diferentes. Nos hicimos un daño irreparable que no pudimos arreglar por mucho que lo intentamos.
Recuerdo su rostro tan cerca del mío y me estremezco, he estado tan sumamente cerca...
Me río con amargura en la soledad de la sala, preguntándome si alguna vez voy a poder olvidar su maldita sonrisa y el olor de su perfume, o cómo por muchas veces que casi la vea desnuda, siempre mi cuerpo reacciona sin poder evitarlo. No sé por qué hice esa locura. ¿Ducharnos juntos? Soy un gilipollas de manual. ¿Qué coño esperaba que pasase? Ese es el problema, que por mucho que intente dar una respuesta me quedo bloqueado, porque estando con ella nunca soy racional, aunque trate de cambiar eso gracias a Leticia.
Apoyo los brazos contra las baldosas dejando que el agua me despeje. Me concentro en partes de mi cuerpo para aliviar la tensión y la ansiedad que me carcomen. Me centro en sentir el agua resbalando por mi pelo y cuello, como se cuela por mi boca entreabierta y como la echo con un suspiro ahogado, el recorrido hasta empapar mi camiseta que está tan pegada a mi cuerpo que parece que es parte de mí, el movimiento de los músculos de mi espalda al aliviarse la tensión...
Necesito retomar la compostura. Estamos en el trabajo. ¿Y si Paco viene esta madrugada por alguna razón? Me despediría sin lugar a dudas. Me da angustia salir de la ducha y enfrentarme al desastre que hemos creado en la cocina. No quiero ni verlo. No puedo perder el maldito trabajo.
Paco confió en mí y vio los resultados. Hace poco más de tres meses murió su padre, por lo que heredó un establecimiento que está en la otra punta de la ciudad. Después de hablar con él y demostrarle los fines de semana que podía ocuparme perfectamente del local, fue delegando cada vez más en mí y eso me servía para mantener la mente totalmente ocupada. Hacer un trabajo perfecto para así olvidar que mi vida era una auténtica mierda. Si le fallo una sola vez... Se acabó. Está dejando el negocio de su vida en mis manos y yo me comporto de esta forma. No. Me prometí ser responsable y esto no lo está siendo.
Salgo de la ducha totalmente empapado y escurro la camiseta y la ropa interior y la pongo a tender. Mañana las lavaré, esta noche lo importante son los uniformes. Me seco con una toalla lo más rápido que puedo y me pongo mi propia ropa que tiene pinta de que va a acabar fatal esta noche, pero el único uniforme de repuesto sigue húmedo por la última lavadora.
Me hago una coleta para apartar el pelo y me prometo tomar las riendas de la situación.
Voy hacia la cocina y a cada paso que doy cada vez me arrepiento más. La pisadas de Abril me guían por el pasillo oscuro, como una dulce tentación que hace que me pregunte si seguirá en ropa interior. Desvío esos pensamientos cuando llego a la cocina y veo efectivamente que está así, pero el horror que está ante mis ojos es tan grande, que apenas puedo fijarme en ella. La cocina es el mayor de los desastres que he visto en mi maldita vida. Me quedan por lo menos otras tres horas de trabajo, con suerte.
Abril se da la vuelta con el rostro descompuesto.
—¡Lo siento mucho! ¡Es horrible! ¡Yo lo recojo! Vete a casa —me suplica.
Abril está al borde del pánico y es mi deber como superior revertir la situación. Necesito a alguien colaborativo en estos momentos y como Abril entre en bucle, será imposible terminar esto a tiempo.
Me acerco a ella y pongo mis manos sobre sus hombros aún húmedos a causa de su cabello que no para de gotear. Una corriente eléctrica me atraviesa, pero como de costumbre, la ignoro y me centro en sus ojos, cosa que hace que todo se intensifique, pero tiene que prestarme atención.
—Escucha. Ve a secarte, ponte ropa —y esto lo recalco, porque no puedo verla trabajar así, es superior a mí en estos instantes— y ve lavando los uniformes mientras yo comienzo con esto.
Abril intenta reprochar, así que aprieto levemente sus hombros y asiento para ver si lo ha entendido. Nos quedamos unos segundos más de la cuenta mirándonos hasta que parece reaccionar y se va. Suelto al aire que estaba reteniendo.
Miro con los brazos en jarras a toda la estancia y suspiro. ¿Cómo hemos podido liar tanto en tan poco tiempo? Pues muy fácil: somos nosotros. Es el clásico o todo o nada.
Me enfundo unos guantes de plástico y comienzo a recoger de las superficies la mayor cantidad de basura posible, al igual que por el suelo, ya que con una escoba sería imposible, puesto que está pringoso y más que barrer, fregaría el suelo con sustancias que prefiero no saber qué son.
Varios golpes en la puerta principal me sobresaltan. La puerta sigue sonando de forma frenética, así que me asomo con cautela para ver quién es. Todavía acaba la noche con un navajazo en las costillas por un ladrón lo suficientemente educado como para pegar en la puerta.
Descorro las cortinas con cautela y Bea y yo nos quedamos sorprendidos al vernos. Mierda. ¡Necesito una jodida noche de tranquilidad! ¿Es tanto pedir? Me replanteo si es mejor el navajazo que Bea.
Abro la puerta y me hago un lado para que pase. Prefiero ir al grano.
—Abril va a tardar.
—Qué bien. Un ex novio imbécil que es un explotador laboral.
No puedo evitar soltar una risa sarcástica. Viene con ganas de pelea y precisamente después de la tercera guerra mundial con Abril, lo que quiero es que todo el mundo me deje tranquilo. Siempre intento estar entretenido y me sorprendo cuando echo de menos la soledad, el estar en mi casa mirando al techo sin pensar en nada. Esta semana de trabajo me está chupando las energías a unos niveles insospechables.
—¿Te hace gracia? —inquiere cruzada de brazos.
—Sí. Me apasiona que hables sin tener ni puta idea de lo que dices —le sonrío con sarcasmo y me voy ignorando sus réplicas.
Me sigue por todo el pasillo diciendo toda clase de cosas, desde que soy un "desgraciado", otras tales como "cómo me atrevo a vacilarla después de todo" o mi favorita: "el gran Héctor es el único que sabe. El resto de seres humanos somos ignorante a sus pies":
Una parte de mi siente cierto remordimiento, pero sus ataques sin ton ni son, hacen que tenga ganas de tirarla al cubo de la basura para estropear su perfecto outfit que consiste en un vestido blanco ibicenco.
Cuando llegamos a la cocina Bea se para en seco observando nuestra gran obra de arte.
—¿Qué ha pasado aquí? —exclama horrorizada.
—Que el ex imbécil de tu amiga, alias "el explotador laboral" o en anteriores episodios "la basura humana", tiene que recoger el desastre que ha comenzado TU amiga —no puedo controlar la ironía.
Bea se queda en silencio mientras consigo ignorarla y trato de recoger a máxima velocidad. Necesito irme de aquí cuanto antes o la paciencia va a desaparecer de mi organismo.
Bea observa en silencio con cara asqueada las paredes y el suelo, reprimiendo un escalofrío que casi hace que sonría.
—¿Has colaborado en esto? —señala impresionada la estancia.
—Abril la basura. Yo el agua —me encojo de hombros.
Nos quedamos unos segundos en silencio hasta que Bea estalla en una carcajada que hace que sujete su propio estómago. La risa es pegadiza y me acaba contagiando sin poder evitarlo, porque la realidad es que toda la situación es completamente absurda.
—No me extraña esto de vosotros, la verdad —dice casi ahogada.
Le doy la razón y le devuelvo una sonrisa. Se hace un nuevo silencio del que me aprovecho para recoger. No sé que más debería decir, porque la disculpa del otro día antes de la discusión no sirvió de nada y en parte es comprensible. No la culpo por odiarme.
Un sonido de látex a mis espaldas hace que me de la vuelta. Bea coge los guantes que había sacado y se los enfunda antes de ponerse a recoger, cosa que intento impedir hasta que consigo enfadarla más.
—¡Para! No quiero que Abril salga hoy casi al amanecer, además... la otra noche me pasé y yo sí me arrepiento, no como tú. Esto es cobro suficiente —dice sin apenas mirarme y empieza a recoger basura.
¿Encargado? Y una mierda. Abril y Bea me mangonean como le dan la gana.
La miro de reojo y me siento una persona miserable. Al fin y al cabo supongo que pese a todo, éramos amigos. No pensé ni una sola vez en el daño que le podía causar, en mi mente no le importaba absolutamente a nadie, o solo a Luis, quien me estuvo demostrando todos estos seis meses que aunque no quisiera, estaba a mi lado. La única persona que lo sabe, aunque no hayamos hablando abiertamente de ello.
Me pregunta dónde está Abril y le cuento que está lavando los uniformes y que ahora volverá.
El silencio merma el ambiente y decido seguir uno de los pasos de Leticia. La comunicación y exteriorizar sentimientos.
—Yo también me arrepiento. De todo.
Miro a Bea que está agachada con el vestido recogido y pone los labios en una fina línea. Aparto la mirada para no sentir esa horrible punzada de culpabilidad.
Seguimos recogiendo hasta que esta vez es ella quien rompe el silencio.
—¿Sabes? Nunca me respondiste. Ni una sola explicación. Mi ruptura, trabajar en el bar, ver a Abril destrozada, mentir a mis padres... Eran tantas cosas... Son tantas cosas... Te necesitaba. Creía que te importaba —dice con voz entrecortada.
El pecho se me encoge y me quedo mirando su semblante serio mientras trata de contener las lágrimas que son ya visibles. No quiero que nadie sufra porque yo esté roto.
Me acerco a Bea y sin pensarlo la estrecho entre mis brazos, cosa que hace que al principio se tense, pero poco a poco su postura se va relajando. Ambos evitamos tocarnos con los guantes sucios.
—¿Me sigues necesitando?
Tarda unos segundos en contestar.
—No.
Sus palabras son como un puñetazo en la boca del estómago, pero continúa.
—Pero... Es un hecho que te echo de menos. Por lo de la última noche, intuyo que tampoco han sido un camino de rosas estos últimos meses para ti.
—Un jodido infierno —sonrío aliviado.
Nos separamos con una sonrisa y le limpio las lágrimas de los ojos. Siento ese punto de satisfacción que se siente al saber que hiciste lo correcto. Quizá hablar no sea tan malo después de todo.
Tengo que contárselo a Leticia en la próxima sesión, creo que es un gran avance.
Nos separamos por fin sin añadir nada más y voy hacia las bolsas de basura de tamaño grande, recortando tres de ellas para hacerles 3 agujeros.
Termino en pocos segundos y le tiendo una a Bea, quien me mira con expresión interrogante.
—Declaro oficialmente abierto el club de las personas de mierda. Lo prometido es deuda, tu nuevo outfit.
Me pongo mi bolsa de basura y Bea se ríe aceptando mi pequeña ofrenda de paz.
Al menos no hay mal que por bien no venga. Esto nos servirá para no manchar nuestra ropa.
—¡Lo conseguí! ¡Han quedado impecables! —aparece Abril con los puños victoriosos.
Mira a Bea sorprendida de que esté aquí y luego mira nuestros nuevos ropajes.
—¿Quiero preguntar?
—Ponte tu nuevo uniforme. Estrenas la primera prenda de Los Diseños de H.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora