71. Perdona mi descaro

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Héctor:
Actualidad.

Es una jodida encerrona. No puedo creerme que en el mismo día madre e hija hayan omitido información hasta crear dos momentos incómodos seguidos. Sin duda, es hija de su madre/
Miro la caja de lunares que hay a mis pies y la pongo encima del escritorio, con dudas.
Escucho murmullos en el pasillo, pero niego a ver cómo no se besan o alguna muestra de cariño, por no hablar que si Abril no sabía que venía, mucho menos Carlos.
Abro la caja para hacer tiempo con manos temblorosas. No puedo evitar que la curiosidad me abrace y hacerlo, aunque lo más sensato sería salir por esta puerta y olvidarme de todo este sinsentido. Además, Sara viene mañana par quedarse toda la semana y aún no he pensado en nuestra última conversación ni en qué voy a hacer al respecto.
Encuentro varias cartas que le escribí, fotografías nuestras y todos los regalos junto a conchas de la playa. Me llama la atención un trozo de chapa de cerveza guardado en una esquina. Lo cojo y acaricio el meta sin poder evitar sonreír. Nuestra primera cerveza. Guardaba cosas incluso antes de que comenzáramos a salir. Antes de que mi mundo se jodiera por completo.
Cierro los ojos mientras sujeto la chapa de cerveza y recuerdo lo sencillo que fue enamorarme de ella. Su risa, su pelo castaño, la forma de retarme en los recreativos... Es fácil enamorarse de una chica como Abril. Carlos no sabe lo afortunado que es. Solo sabes cuanto amas a algo cuando lo pierdes.
El sonido de la puerta hace que por temor, guarde la chapa en mi bolsillo derecho y me apoye en el escritorio ocultando la caja.
Abril me hace una seña para que guarde silencio y me coge la mano para llevarme a la entrada.
—¿Qué cojon...?
—Shhh, te va a escuchar —señala al cuarto de invitados. Abre la puerta y me empuja hacia fuera—. Haz como que acabas de llegar.
Enarco una ceja y la miro sin ser capaz de creer la excusa estúpida que está a punto de poner.
—¿Sabes que tienes la madurez de una cría de cinco putos años? —no puedo evitar ponerme a la defensiva.
—¡No seas capullo Justo ahora!
—No pienso esperarme dos minutos a que te folles a tu novio —me cruzo de brazos.
—¿Qué? ¿Quién ha dicho...? ¡No serían dos minutos!
—Perdona mi descaro. Treinta segundos.
Nos fulminamos con la mirada sin entender cómo hemos pasado en tan solo unos segundos a comportarnos como dos personas irracionales, pero sabiendo que a escasos metros está él, no puedo evitarlo.
Abril me cierra la puerta en las narices no sin antes enseñarme el dedo corazón de manera muy poco amistosa. Lejos de enfadarme, en parte, siento cierto alivio, porque cada vez parece más ella misma y no un fantasma por lo que le pasó.
Más que cierra, no tardo ni diez segundos en pegar al timbre. Escucho como resopla al otro lado y como tarda en abrir, vuelvo a pegar de forma más insistente.
—¡Que ya voy! —grita como un animal a punto de extinguirse.
Cuando abre, con Carlos a sus espaldas, finge sorpresa y tengo que reprimir poner los ojos en blanco.
—¿Héctor?
—Bien, me alegra que recuerdes mi nombre. Hace mucho que no nos vemos —sonrío de medio lado.
Abril me fulmina con la mirada mientras Carlos se cruza de brazos a la defensiva.
—Lo dudo. Trabajáis juntos —se acerca más a Abril.
—Oh Carlos, no te había visto —su ceño se frunce aún más—. Ya sabes... Nos ignoramos en el trabajo, es como si no la viese —le ofrezco mi mejor sonrisa.
Leticia estaría decepcionada y orgullosa a partes iguales.
—Qué quieres —el tono cortante de Abril casi hace que me ría.
—Tu madre me ha invitado a almorzar.
—¡¿Qué?! ¿Por qué?
Oh por favor, no aguanto ni un minuto más esta farsa sin sentido. ¿En serio estamos haciendo esto? ¡Vamos a entrar en el puñetero último año de carrera!
Me apoyo en el marco de la puerta ignorando prácticamente a Carlos.
—Ya sabes, tu madre tiene la manía de agradecer las cosas con comida —ahora paso mi vista a Carlos—. Verás cuando la conozcas la madre de Abril ha sido como una segunda madre para mí, seguro que te va a encantar —le sonrío.
—Seguro que me caerá genial, al fin y al cabo, es mi suegra —me devuelve la sonrisa.
Si las miradas matasen, no sé si habría muerto antes por la mirada incendiaria de Abril o la frialdad de la de Carlos. Los ignoro y decido pasar.
—¡Os espero en el salón! —digo como si fuese mi casa.
Me siento en el salón y me quedo mirando a mi reflejo en el televisor. Soy un capullo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora