16. La misma imbécil de siempre con un corte de pelo diferente

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No sé cuánto tiempo llevo sentada en el coche con la ventanilla bajada para escuchar el sonido de las las olas romper contra la arena.
Mi primer instinto ha sido ir a nuestra playa, pero me he negado en rotundo. Algo me dice que de haber conducido hasta allí me hubiese encontrado con un Ford Fiesta del 98 en el mismo color verde que sus ojos.
La brisa desliza mi pelo por mi rostro y me abandono reclinando el asiento del coche para intentar no pensar en nada, no sin antes mandar un mensaje a Bea y mi madre de que cerramos más tarde. Menos mal que cuando lo vi pude ser lo suficiente coherente como para mandarles un mensaje de que no vinieran hoy.
Deslizo mi dedo pulgar por la yema del resto de dedos cada vez más rápido, a la vez que nombro las letras del abecedario sin parar en mi cabeza y siempre que paso por la H su maldito rostro se cuela en mi cabeza.
Pruebo con colores sin poder evitar pensar primero en el verde, con canciones que de pronto solo me recuerdan a él, números sin poder quitarme de la cabeza cuatro de ellos. El día que comenzamos a salir, el que me destrozó el corazón, el que nos volvimos a reencontrar y el día en que nos volvimos a perder.
Comienzo a crujir los huesos de mis dedos, de uno en uno hasta notar cierto dolor que me resulta satisfactorio. El calor del verano me parece gélido y tengo que subir la ventanilla porque comienzo a tiritar sin razón alguna.
Las lágrimas quieren acudir a mí, pero algo les impide salir, un vacío que me aleja de mis emociones y hace que me sienta desértica cuando la sensación que tengo es de ahogo y el sabor de la sal.
No debería afectarme, o al menos, no a mi, pero supongo que sigo siendo la misma imbécil de siempre con un corte de pelo diferente.
Por uno momento pienso en un nuevo cambio de look. Hay que afrontar los problemas con madurez y todos sabemos que un nuevo tinte es afrontar los problemas como un verdadero adulto. ¿Quizá pelirrojo? A lo mejor así cogería la fortaleza de Bea. SOY IMBÉCIL, pero aún así reconozco que miro fotos de cortes de pelo con tinte pelirrojo para distraer la mente. Funciona a medias.
Cierro los ojos y la figura de Héctor agazapado en la cocina me encoge el corazón, aunque sé que no debería importarme, pero lo hace. ¿Tan afectado estaba? Quizá solo estaba cansado de trabajar o pensaba en la mala suerte que tiene de trabajar conmigo un verano entero.
Su expresión era distinta a la de otras veces... Su calma me sorprendió e incluso cuando reprendió a Isa lo hizo de forma profesional, sin perder los nervios. Es demasiado distinto a lo que yo recuerdo y ha pasado muy poco tiempo para ello.
Me esperan dos meses y medio teniendo que convivir con su presencia. Quizá lo mejor que podría hacerme a mi misma es dejar el trabajo, aunque sea casi imposible por estas fechas encontrar otro con tan buenas condiciones. Pienso en mis padres y el esfuerzo que hacen por mí y niego con la cabeza. Tengo que dejar de ser tan egoísta y ayudarles. No puedo ser una mantenida toda la vida, aunque me máxima aportación sean doscientos míseros euros al mes. Algo es algo. Huir no sirve de nada.
Mi madre me manda un mensaje cuando son las dos y media de la madrugada. Para qué engañarnos, llevo demasiado tiempo aquí, es posible que empiece a dudar.
Alzo el respaldo del asiento y arranco el coche para volver a casa, sin asumir aún todo lo que acaba de pasar y sin saber si contarlo o no.
Bea... A ella le dolió mucho que Héctor desapareciera de su vida y le dejase de contestar a los mensajes. Cuando se enteró de que había abandonado aparentemente la residencia ardió en cólera, gritando por los pasillos que era un cobarde. Dolida tanto por su amistad perdida cómo por lo que nos pasó. Pili fue la que me dijo que la habitación la seguía pagando todos los meses sin pedirle yo la información. Solo recuerdo decirle un "no me interesa" e irme a mi habitación con un nudo en la garganta.
Conforme me acerco a mi casa las dudas se incrementan y mi corazón palpita cada vez con más fuerza. No sé qué hacer.
Aparco el coche y me quedo sentada unos minutos más y pienso en Carlos. ¿Cómo voy a decírselo? Sinceramente si pasase al contrario, pondría en duda que constantemente coincidiese con su ex. Parece que el mundo trata de burlarse de mí y ocultarlo no puede ser una opción, ya que en un mes vendrá de visita y se encontrará con la sorpresa.
De pronto me tenso. ¿Qué significa eso? Acabo de insinuar que si no fuese porque viene, no se lo contaría. ¿Qué clase de novia soy? Las lágrimas por fin acuden a mis ojos al sentirme como una persona despreciable y empeora aún más cuando pienso en su familia que me ha tratado tan bien, sobre todo su hermana, a la que le prometí que no le rompería el corazón.
El nudo en mi pecho se incrementa y pego frustrada un golpe al volante con la mala suerte de que le doy al claxon. Me agacho como una niña pequeña para si se asoma alguien que nadie me vea.
No puedo ni pagar mis frustraciones sin ser patética.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora