123. Diez minutos

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Héctor:

Miro la pulsera con detalle, recorriéndola con cuidado, como si se pudiese romper en cualquier momento. No puedo lidiar con esto. Estoy demasiado enamorado. Soy un jodido imbécil. ¿En qué momento pensé que podría sobrevivir a ella?
Me estiro sobre la cama con la camisa abierta. Alzo mi mano y miro el anillo de esmeraldas en busca de alguna respuesta, en qué me diría ella, pero solo hace que crezca aún más mi duda. No sé si algún día tendré el valor para reconocer en voz alta el por qué hice lo que hice.
Recuerdo la llamada y siento una punzada en el pecho. Las manos me tiemblan y la sensación de peligro inminente se mete por mi piel como hace muchos años que no hacía. La taquicardia hace que apenas pueda respirar y al recordar las paredes blancas y la tierra mojada, me hundo.
Doy vueltas en círculos tratando de aliviar la tensión de mi pecho e intentando razonar con mi propia cabeza.
"No me pasa nada. Estoy bien. Es ansiedad. Un puto ataque de ansiedad. Estás acostumbrado. No pasa nada. Inspira. Expira. Inspira...".
El sonido de la puerta al sonar solo empeora la situación. Me quedo bloqueado mirando a la puerta de madera que me separa de Abril. Jamás podré hacerlo. Nunca podré contarle lo despreciable que soy.
Cuando sus nudillos no surten efecto mi móvil suena y su nombre aparece en la pantalla. Dice mi nombre en voz alta al otro lado al escuchar mi móvil. Está preocupada. Joder.
Paso mis manos por mi cabello revuelto e intento poner una sonrisa antes de abrir. Sus ojos avellana se encuentran de lleno con los míos.
—¿Tanto tardar para no abrocharte ni la camisa? —se burla.
Intento sonreír, pero se queda en una mueca que borra su sonrisa.
—¿Qué ocurre?
—Trato de seducirte —intento retomar el control.
Abril da un paso y entra en la habitación, cerrando la puerta tras ella.
Su pelo castaño solo me recuerda aún más al pasado y hace que se incremente el malestar. Necesito que se vaya.
—Diez minutos.
Voy hacia el baño, pero noto sus manos sobre mi brazo y me aparto bruscamente. Me mira sorprendida.
—Héctor, me estás preocupando.
Da un nuevo paso hacia mí.
La llamada. La noria. El blanco. La tierra. Una corbata mal ajustada. Rosas.
—Necesito que te vayas.
Sus ojos se abren con sorpresa mientras una punzada de culpabilidad hace que aparte mi vista de ella, incapaz de ver cualquier muestra de dolor.
Entro en el baño, pero me sorprendo cuando se cuela conmigo y me fulmina con la mirada.
—Quizá antes te bastaba con eso para echarme, pero ahora no.
—Abril, te pido diez jodidos minutos.
—Me has pedido que me vaya.
—¡Diez minutos!
—¡Tus ojos no decían lo mismo! No quiero que desaparezcas —sus ojos se humedecen.
Mierda.
La estrecho contra mi pecho sin ser capaz de mirarla. Eso fue lo que hice una y otra vez. Darle motivos para que pudiésemos desaparecer de la vida del otro y con ello, perder la oportunidad de ser felices.
Lo siento tanto, siento tanto habernos hecho esto. Siento tanto haberla dejado sola aquel día. Joder, siento tanto haberle hecho daño a tanta gente que no puedo soportarlo.
—Héctor, mírame. Héctor, por favor.
Cuando quiero darme cuenta, estoy hiperventilando como hacía años. Intento recordar las pautas de Leticia mientras Abril acaricia mi rostro con manos temblorosas y me pide que respire como una vez la enseñé a ella, pero no funciona.
—Ey, no pasa nada. Estoy aquí, estoy contigo.
Las lágrimas resbalan por sus mejillas y me doy un nuevo motivo para odiarme. Le prometí a su padre que jamás la volvería a hacer llorar y de nuevo llora por mi culpa. No soy capaz de mantener ninguna promesa. Soy incapaz de poder hacerla feliz.
Sus manos sujetan mi rostro e intento apartar la mirada. Siento que me voy a asfixiar en cualquier momento y... Sus labios se posan sobre los míos. El aire sale de sus pulmones para entrar en mi boca hasta llegar a los míos. Su mano acaricia mi mejilla mientras su oxígeno hace que mi respiración se acompase y el nudo se vaya aflojando.
—Céntrate en mí —susurra a unos centímetros de mis labios.
Apoyo la cabeza en el hueco de su hombro. Sus manos bajan de forma lenta por mi cuello y hago justo lo que me pide. Me pierdo en ella y en la sensación de sus manos sobre mi cuerpo, las yemas de sus dedos trazando un recorrido por mi pecho desnudo, provocando escalofríos en mi piel y dejando calor por cada milímetro que tocan.
—No pasa nada —vuelve a repetir apenas en un susurro—. ¿Ves? ¿Lo sientes? —sus manos vuelven a mi cuello para volver a descender por mi pecho.
Su vestido rojo se sube ligeramente por encima de sus muslos y mis ojos se quedan clavados en sus piernas para subir a través de su vestido y clavarse en su precioso escote, donde deposito un breve beso sin poder contenerme. Un sonido ahogado hace que se contraiga y vuelvo a hacerlo, pero esta vez en su garganta. Noto como traga con dificultad y me centro solo en eso, en la sensación de su cuerpo sobre el mío, de sus manos en mi piel y mis besos por su cuello. Doy un nuevo beso, esta vez en la mandíbula.
Acaricio su rostro. Cierra los ojos con nerviosismo y me paro a tan solo unos centímetros de sus labios que se entreabren. ¿Esta es la forma de hacerlo? ¿Y luego qué? Rompo el corazón de Sara, ella el de Carlos y todo, para no poder darle lo único que siempre me ha pedido. Se merece muchísimo más que esto.
Deposito un beso en su frente y abre sus ojos sorprendida.
—Muchas gracias, princesa.
Parpadea varias veces sorprendida y se aleja avergonzada. Comienza a atar los botones de mi camisa sin mirarme. Es tan guapa que duele.
—¿Sabes? Eres mayorcito para atarte tú solito la camisa. Vamos a llegar tarde.
Cuando llega al último botón, vuelve a mirarme de aquella forma que hace que me replantee todo aquello que sé que es por su bien y me entren ganas de hacer una locura.
—No estás solo, aunque no quieras decirme lo que es.
Aparto la mirada y asiento.
"Te quiero. Te quiero con cada parte de mi jodido corazón". 

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora