Capítulo 93: La recuperación de Lucy

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Me sentía tensa, me mordía el labio a cada rato y golpeteaba los dedos en mis rodillas esperando que la puerta se abriera. Miré por ultima vez la que había sido mi habitación durante bastante tiempo, hasta creo que extrañaré esta cama y la almohada. Fui hasta el baño y me volví a mirar en el espejo, tenía unas ojeras leves, di un suspiro y me hice una coleta alta. Me vestí con un conjunto deportivo de color gris, es un pantalón holgado, y un suéter de mangas largas.

Estuve internada en esta clínica por un año y tres meses, no fue fácil y la verdad de aquellos días en los que estuve completamente loca no recuerdo mucho. De esos días solo queda una muñeca destartalada que ni forma de muñeca tiene, la sostuve entre mis manos, la observé por ultima vez con nostalgia y un dejo de tristeza, me acerqué al tacho de plástico y la boté.

Si pretendía empezar de cero otra vez debía dejar el pasado atrás, además esa muñeca solo reflejaba la Lucía que había perdido la razón por haber perdido a su hijo. La herida sigue allí, a veces siento que cicatriza, pero hay días que vuelve a abrirse, el vacío de no tener a mi bebé conmigo siempre estará y nunca dejará de doler, solo el tiempo se encargará a acostumbrarme a su ausencia.

Escuché el golpeteo a la puerta, una enfermera entró con un ramo de rosas blancas me saludó amablemente y se acercó al jarrón que estaba vacío y se dispuso a colocarlas.

— No es necesario que coloque flores, hoy me dan el alta.

— Entonces puede llevárselas, son exclusivamente para usted.

— ¿Exclusivamente para mí? — Arrugué el entrecejo. — ¿No las colocan en las habitaciones de todos los pacientes?

— No, claro que no...— La enfermera sonrío como si estuviese diciendo un disparate. — son ordenes que nos dejaron encargadas, por eso todas las mañanas recibe rosas blancas.

— ¿Y de quién?

— No sé su nombre, solo sé que es un hombre muy guapo, de cabello rizado negro. — De inmediato supe de quien se trataba.

En efecto todas las mañanas que estuve en esa clínica recibí rosas blancas, hoy es mi ultimo día aquí y no podían faltar. Cuando la enfermera se retiró me quedé contemplándolas un momento, busqué si tenía una tarjeta pero no había.

La verdad hace mucho que no se nada de él, sé que de vez en cuando venía a la clínica a hablar con la doctora Brown, aun así se distanció. Supongo que es lo mejor para ambos, que nuestros caminos se separen de una vez por todas, nuestro tiempo se acabó hace mucho. Seguramente sabe que hoy me dan de alta, y no sé porque tengo la estúpida esperanza de que estará afuera esperándome.

Por mi bien espero que no sea así.

El solo hecho de imaginarme allá fuera me aterraba, siento que he vuelto a nacer y que tengo que empezar todo de nuevo. Como si mi reloj se hubiese reiniciado, quedado en cero de un momento para otro y hoy sus agujas han vuelto a andar.

Ya es hora de volver, me dije mentalmente. Coloqué una mochila en mi hombro con algunas cosas que tenía aquí en la clínica, camisetas, y algunos útiles de aseo personal. Al salir por la puerta volteé y me detuve en el umbral, observé aquel cuarto con nostalgia, sentía que una parte de mi se quedaba en esas cuatro paredes, una parte muy fea de mi vida. Mi vista volvió a alojarse en aquellas rosas blancas, la enfermera que me acompañaba me pregunto si me sucedía algo, negué con la cabeza y caminé por el pasillo hasta la oficina de la doctora Brown. La enfermera nos dejó a solas cerrando la puerta, me senté en una de las sillas frente a su escritorio.

— ¿Cómo te sientes hoy?

— Aterrada... — Tragué.

— Estarás bien, has avanzado mucho.

La Obsesión del Dios del Engaño - Parte I, II y IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora