22.

1K 155 8
                                    

Christine






La fiesta se encontraba en pleno auge, de hecho había dejado de pensar en todos los problemas que nos acechaban y solo me dispuse a festejar, bailando y riendo con familia, amigos y mi compañero.
Matías había congeniado tan bien con la mayoría de los presentes, que se sentía como si hubiera sido parte del grupo desde el principio.

—¿Estás divirtiéndote, cariño? — asentí y abracé a mi padre, recostando mi cabeza en su hombro.

—Lo hago. Voy a extrañarlos cuando regresen a la manada.

—Aún no nos iremos. No hasta que el caso de Matías acabe y los responsables de los atentados estén tras las rejas.

—Matías aún no me dicho nada y sé que tú tampoco lo harás, primero porque este no es el lugar para hacerlo y segundo, porque aún me ves como esa pequeña niña que debes proteger.

Debería sentirme molesta con ambos por ocultarme lo que sucede, pero sabía que era por mi bien y de cierta manera, me gustaba sentirme protegida por ellos.

—¿Y no vas a insistir para saberlo?

—No. —Sonreí, aún apoyada contra él.

—Es lo mejor, no tienes que preocuparte.

Matías, quien parecía haber estado atento a nuestra conversación, volteó hacia nosotros y lentamente, comenzó a acercarse.
No nos habíamos despegado desde que llegamos a la capilla, solo ahora, que Gael lo había arrastrado para conversar sobre algunas nuevas tecnologías de investigación.

Me alejé un poco de mi padre cuando mi teléfono comenzó a sonar con insistencia en mi pequeño bolso. Al sacarlo, encontré el nombré de Elías, arriba del llamando.
Acepte su llamada, alejándome un poco más de mi padre y del resto, escuchando a través de la línea, como los gritos y la sirena sonaban con fuerza.

—Sé que es tu día libre, pero esto es grande Christine, te necesitamos aquí. —Se escuchaba medio agitado, como si estuviera corriendo.

—¿Qué sucedió?

—Tenemos un incendio, con muchas personas dentro. ¡Demonios Christine! No damos abasto para la operación de rescate.

Si me llamaban, es porque en verdad este incendio era más de lo que podían tratar y nos necesitaban a todos allí.

—Voy a ir. ¿Dónde están?

No tenía un auto, no sabía cómo llegaría, pero no estaba abandonando a mis compañeros de trabajo. No cuando esto podía significar la vida de alguno.
Miré hacia abajo, como el vestido de seda caía hasta los tacones aguja.

Este sería un inconveniente.

—El hogar de niños Santa Martha.

—¿Qué dijiste?

—¡Estamos en el hogar de niños, Christine! ¿Entiendes lo que eso significa?

Tenía el aire atorado en mi garganta. La operación de rescate era de niños, ellos estaban en riesgo.
¡Diosa! Que este no sea uno de los incendios provocados o aunque Matías se enojara, yo misma mataría al desgraciado.

—¿Mi equipo está allí? Voy ahora mismo.

—Tenemos varios equipos aquí. Apresúrate.

Guarde el teléfono en el bolso y con la mano temblorosa, alejé mi cabello de mi frente y empecé a mirar a los lados, necesitando un auto.

—¿Todo está bien? — negué de manera frenética hacía Beau.

—Necesito un auto. Es urgente Beau. —me acerqué a él, apoyando mis manos en sus hombros. —¿Puedes prestarme tus llaves?

—Claro. —Respondió, observándome cómo si hubiera perdido la cabeza. —¿Pero qué sucede?

—Hay una emergencia y tengo que llegar cuanto antes.

—Debes calmarte, te ves un poco fuera de ti.

—Beau, hay niños atrapados en un incendio. Acaban de llamarme porque no dan abasto para sacarlos. No me puedo quedar aquí.

Cuando extendió sus llaves en mi dirección, se las arrebaté y corrí hacia el auto, corriendo el riesgo de que un tacón se rompa y terminar en el suelo.
Pero nada de eso importaba, tenía trabajo y tenía que apurarme.

Para el momento en el que aceleré el auto, vi por la ventanilla, como los demás salían, probablemente alertados por Beau.
No sabía porque mientras más apurada estás, más largo se siente el camino. Más aún, mientras el teléfono, el cual quedó en el bolso, no deja de sonar.

Si se trataba de Elías, debería esperar unos minutos más, porque ya estaba por llegar. Pero si se trataba de mi familia, deberían esperar a que todo esto acabará.
No podía perder tiempo respondiendo, no podía alejar la mirada del camino y debía calmarme antes de llegar al lugar del incendio.

Quince minutos después, me encontraba bajándome del auto y corriendo hasta el lugar donde mis compañeros se encontraban.

—¡Harrison! —me detuve al oír la voz de mi jefe y voltee hacía él. — ¡Ven aquí, apresúrate!

Corrí hacia él, tomando en el aire la ropa que me lanzaba.

—No tenemos tiempo, tengo a todos los demás dentro y solo García y Maldonado están aquí, tratando de controlar al menos está parte del incendio para que podamos ingresar.

Me puse parte de la ropa, agrupando el vestido en mi cintura para poner el resto. Descartando los zapatos, los cambie por las botas de trabajo y me centré en mi jefe.

—¿ Instrucciones? —Estos casos requerían más información que los demás.

—Al igual que los demás, ten cuidado y no te expongas a ti, ni a las personas allí dentro. Cinalli y Costa están el ala esté del segundo piso, quiero que tu ayudes a Pereyra, él se encuentra en el tercer piso.

—¿Cuántos niños quedan adentro?

—Aproximadamente diecinueve. —asentí, observando el edificio. —Siete menores de ocho años y el resto son mayores.

—Voy a entrar. Estoy lista. —La verdad es que no lo estaba, pero debería estarlo.

—Recuerda tener cuidado.

Corrí hacía el interior, aferrada a la radio que formaba parte de mi equipo.

—Pereyra, ¿Dónde estás? —Pregunté, comenzando a subir los escalones.

—En el tercer piso.

—Eso lo sé, pero lo que quiero saber es en que parte, para buscar en otro.

—A la izquierda de la escalera.

Muy bien, entonces debería ir hacia la derecha y comprobar.
Corrí los últimos escalones, antes de dirigirme a las habitaciones, las cuales se sentían como el mismísimo infierno.

Empecé a observar con cuidado, registrando con atención cada esquina, cada mueble y cada una de las camas. Hasta que dentro de uno de los armarios, encontré tres niñas inconscientes.

—¡Pereyra! — grité a la radio. —Tengo a tres niñas de más o menos seis años, inconscientes.

—Voy para allá.

—También iré, mi ala estaba vacía. — escuché la voz de Elías y comencé a sacar a las niñas del armario.

Entonces una de las puertas comenzó a ser golpeada con insistencia y al aproximarme, escuché las voces asustadas de muchas niñas.
Empujé, pero la puerta no cedía, parecía estar trabada con algo. Pero no me rendiría, tengo fuerza y aunque me rompa algún maldito hueso, las sacaría de aquí.










Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora