26.

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Matías






No podía dejar de moverme, no importaba cuántas veces había subido y bajado de mi auto, recorriendo las calles de un lado a otro, consultando en los tres malditos hospitales que hay en la ciudad y en ninguno se encontraba Christine.
Me estaba volviendo loco de la preocupación, cada vez más seguro de que mi maldito mal presentimiento era una realidad. Todo me llevaba a pensar que finalmente habían atrapado a mi compañera, que había caído en la trampa y que la utilizarían para darme una lección. Pero lo que ellos desconocían, era que la lección se las terminaría dando yo.

¿Cómo se atreven a secuestrar a la compañera de un hombre lobo? Aunque independientemente de mi naturaleza cambiaforma, ellos deberían pagar muy caro su desafío.
Escuché mi teléfono sonar y lo saqué de mi bolsillo, sin dejar de manejar.

—¿Alguna noticia? —Pregunté, apenas presioné el botón de aceptar.

—Esperaba que tú la tuvieras. Ella no regreso a la casa, en la estación de bomberos tampoco saben nada de ella. —En verdad esperaba que ella hubiera regresado a la estación. —Mis padres están volviéndose locos, aunque mi padre está haciendo todo lo posible por calmar a mi madre, quien no ha dejado de llover desde que le contamos lo sucedido.

—¿Por qué se lo contaron?

—Cuando regresamos a la fiesta, esperando encontrarla aquí, Abby se acercó a nosotros y empezó a interrogar a Michael. Solo le basto con amenazarlo con dormir afuera, para que esté soltará todo. —Y luego me llamaba dominado. — Lo malo es que no lo contó con tacto, soltó todo añadiéndole dramatismo y la mayoría enloqueció.

—Por mi parte recorrí todos los hospitales y no hay rastros de tu hermana.

—Volveré al lugar del incendio y veré si puedo encontrar alguna pista.

—Yo iré a la comisaría, trataré de ver si encuentro algo.

Terminé la llamada, consciente de que encontraría algo, porque iba a golpear al imbécil menor de los Montes Acuña, hasta que me dijera algo que me ayudara a saber dónde se encuentra mi compañera.
Cuando llegue a la comisaría, ignoré a la mayoría de mis compañeros de trabajo y me encaminé hasta la celda que aún ocupaba este bastardo. Debió haber sido trasladado hace tiempo, pero las amistades de su padre aún lo mantenían aquí.

Ignoré el llamado de mi jefe y llegue a la celda, donde el maldito se encontraba recostado, con ambas manos bajo su cabeza.

—Arriba, debemos hablar. — pateé su cama y clavé mi mirada en él.

Cuando el idiota no hizo ningún movimiento para levantarse, solo reconociendo mi presencia en el lugar, con esa maldita sonrisa de burla que no iba a tardar en borrar, lo tomé por la camiseta y lo obligue a ponerse de pie.
Mantuve mis puños cerrados sobre su prenda y lo levanté unos centímetros.

—¿Dónde está?

—¿A quién te refieres? O una mejor pregunta sería, ¿Por qué crees que yo lo sabría? Por si no te has dado cuenta, estoy encerrado detrás de estás rejas.

—No actúes como si desconocieras lo que sucede, no eres un idiota y yo tampoco.

—Trata de ser más específico, hay muchas cosas sucediendo, por lo que no se a cual te refieres. —Me estaba cansando su actitud.

—¿A dónde se llevaron a mi mujer?

—Oh, era eso. —la sonrisa volvió y empujó mis manos lejos, sacudiendo su camiseta. —La verdad, no tengo ni idea, pero debiste escuchar cuando se te advirtió.

—¿Admites que son los responsables de su desaparición?

—No, ¿Por qué lo haría? Solo digo que algunos de nosotros —se señaló a si mismo— somos quienes ordenan y otros— ahora me señalaba. —deben obedecer o pagar las consecuencias.

—¿Crees enserio que me rendiría a las exigencias de un asesino como tú y un loco como tu padre?

—De haberlo hecho no estarías preocupado por la chica.

Me acerque a las rejas, observando hacia el pasillo, feliz de no ver a nadie acercarse, ya que podía hacer lo que quería.
Caminé hasta el idiota y le ateste un puñetazo en el rostro, antes de envolver mi mano en su garganta.

—¿Creen que se salieron con la suya? Haré que se arrepientan de esto.

—¿De qué? ¿De estar encerrado? Porque no tienes pruebas de ninguna otra cosa. ¿O las tienes?

—No. —esta vez yo sonreía. — Pero no necesito pruebas. No voy a detener a tu padre por haber secuestrado a mi compañera, no dije que haría eso. Sin embargo, lo haré arrepentirse de una manera muy dolorosa.

Al ver cómo la seguridad se borraba de su expresión, presioné con más fuerza mi agarre y me acerque a su oreja.

—Espero que recuerdes muy bien a tu padre, porque cuando termine de romper cada maldito hueso de su cuerpo, desgarrar cada centímetro de su piel y arrancarle sus malditos ojos, no lo reconocerás. —y eso si lograba controlarme y dejar algo de él.

—Estás loco.

—Lo estoy. — confirmé, porque en estos momentos esa palabra me definía a la perfección. —No imaginas cuanto.

—Nunca la encontrarás. — aseguró y no pude evitar soltar una sonora carcajada.

—Te voy a contar un secreto. —Me aleje a penas unos pasos y clavé una peligrosa mirada sobre él. —Si llegue a ser tan buen policía, fue gracias a un gran don que tengo. Soy un rastreador, encontraré a quien sea, donde sea, solo debo proponérmelo.  Y créeme encontraré a mi compañera y luego mataré a tu padre.

Observé el terror invadir sus ojos, mientras observaba como una de mis manos cambiaba, ya no habían dedos, sino garras. Largas y filosas garras, que destrozarían a su padre.

—¿Qué demonios eres?

—Algo con lo que nunca debieron meterse.

Empecé a acercarme, solo para que el jodido cobarde empezará a gritar.

—¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme! —Si necesitaría ayuda. — ¡Quieren matarme!

El primero en llegar fue Portillo, quien nos observó a ambos.

—¿Qué haces aquí dentro, Prado?

—Solo interrogando al chico. —Moví mi mentón hacia el lugar donde el idiota seguía aterrorizado. — Pero no logré sacarle nada de información, solo veló, parece que hubiera visto al mismo diablo.

—¿Qué le hiciste?

—¿Qué podría hacerle? Estoy desarmado, solo registrarme. —No necesitaba un arma, no con este chico.

Volví a mirarlo y seguía en su lugar, temblando, con los ojos bien abiertos.
Maldito cobarde.

—Salgamos ahora, debemos hablar afuera.

No iba a hablar con él, sin embargo comencé a salir de la celda, antes de mirar nuevamente al chico y señalarlo.

—Volveré. —Y con eso Portillo perdió la paciencia y comenzó a empujarme hacía afuera.

—¿Qué mierda hiciste allí dentro? —Me preguntó y me encogí de hombros.

—Nada más que advertirle que no renunciaré al caso y que no me detendré hasta que no solo él, sino también su padre, reciban su sentencia.

—El chico se veía asustado, algo más debiste hacer.

—He dicho todo lo que hice, no es mi culpa que sea un cobarde.

Comencé a caminar hacia la salida, ahora mismo lo único que me importaba era rastrear a mi compañera.

—Espera, aún tenemos que hablar. —No tenía nada que hablar con él.

—No tengo tiempo para eso, tengo cosas más importantes que hacer.

Mucho más importantes.





Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora