32.

1K 161 9
                                    

Christine










Llevo dos largos días sin tener ningún tipo de noticias de Matías. Cuando mi madre llegó aquel día al hospital, mi compañero había recibido una llamada de la estación de policías, luego de la cual se había ido.
Había enviado mensajes, pero ante mi respuesta, volvía a desaparecer y ya estaba sintiéndome bastante molesta con eso.

A diferencia de él, mis padres no se despegaban de mi lado, procurando que nada me faltará o que no hiciera ninguna insensatez.
Lo malo es que dentro de cinco minutos, estoy segura de que van a molestarse, pero tengo una vida que debe continuar y no será aquí encerrada.

Lista para enfrentar sus quejas, salí de la habitación y me acerque a la cocina, caminando hacia la heladera y sirviéndome un poco de jugo, bajo su atenta mirada.

—¿Vas a algún lado, cariño? — asentí hacia mi madre.

—Tengo clases dentro de media hora y he estado preparando este trabajo hace semanas. —Lo cual no era mentira, ya que en verdad había estado desvelándome para finalizarlo. — No hay razón para seguir preocupados, ya se han hecho cargo del peligro.

—De igual manera preferiríamos que descansarás un poco más.

—Ya hace dos días que salí del hospital mamá. Además no era algo grave como lo que le sucedió a Gael.

Aunque él tampoco estaba mal. Una vez que la bala fue retirada de su cuerpo, este comenzó a sanar perfectamente. Claro que Gael, a diferencia de mí, aprovechó la situación para victimizarse y actuar como si se encontrará al borde de la muerte.
Pero no fue el único. Michael, ignoró a todos los demás, fingiendo encontrarse molesto, incluso con Abby, solo para que ella no lo regañara. ¿Cómo lo sé? Porque él mismo me lo confesó durante una de nuestras llamadas.

—Yo la llevaré.

En otro momento me hubiera negado, pero ahora no tenía un auto con el cual manejarme, por lo que la oferta de mi hermano era muy bien recibida.

—Gracias. —Respondí, sorprendiéndolos a todos.

Odiaba que estuvieran detrás de mí, ayudándome en todo, pero no quería tomar un taxi, mucho menos caminar durante media hora.

—Lo que sea, pero desayuna primero. —acepte el plato que me entregó, sin ganas de discutir.

Desayuné lo más rápido posible, para luego dejar el plato en el lavaplatos y correr a mi habitación, en busca de todo lo que necesitaba.
Me observé en el espejo, antes de salir, arreglando la despeinada cola de caballo en mi cabeza.

—¡Estoy lista! —Anuncié, consiguiendo una mirada molesta de Uriel.

—No tienes que gritar, ¿Recuerdas que oímos mejor que los humanos?

—Si.

Salude a mis padres y lo seguí hasta el auto, donde me recosté en el asiento y suspiré. No podía disimular durante mucho tiempo más la tristeza que sentía al sentirme ignorada por mi compañero.
Mi hermano subió de su lado y comenzó a conducir.

—¿Todo está bien? —Preguntó y solo me encogí de hombros. —¿Qué te tiene así?

—¿Soy tan obvia?

—Bastante, así que cuéntame.

Preferí mirar por la ventanilla, en lugar de mirarlo a él y que pudiera ver la vulnerabilidad que sentía ahora.

—No sé qué sucede. Desde el día que me dejó en el hospital, Matías ha desaparecido y lo único que obtengo de él son simples, “buenos días “, “espero que estés bien”, o mi favorito, “luego te llamo”. Pero sin embargo, no llama y no vuelve a comunicarse. —Solo habían pasado dos días, pero no era algo común entre compañeros. — No sé si sucedió algo en su trabajo o se encuentra molesto, porque no me dice nada.

—Esta tratando con un asunto importante.

—¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado con él?

Por unos momentos no respondió y me encontraba lista para presionarlo, pero cuando iba a hacerlo, volvió a hablar.

—Si.

—¿Por qué habla contigo y no conmigo? ¿Sucedió algo grave?

—No preguntes algo que no estoy dispuesto a contarte. —perfecto, volvía a ser un idiota. — Hemos estado hablando y lo mejor es que por el momento te mantengas al margen, esa es la razón por la que Matías no te ha llamado. Ambos sabemos que comenzarás a preguntar y presionar, hasta que te diga algo.

—¿Por qué no puedo saberlo?

—Porque eres irresponsable.

—Esa solo es una excusa.

No podía creer que estaban tratándome cómo si fuera una niña nuevamente. Tampoco que Matías, mi compañero, prefiera ignorarme a hablar las cosas con confianza.

—Por el momento, hasta que solucionemos todo, te llevaré y te esperaré hasta que termines de hacer tus cosas. —abrí mi boca con indignación. ¿Desde cuándo necesito una niñera? —Tampoco podrás ir al departamento de bomberos hasta que esto termine.

—Espera. ¿Qué es esto? ¿Por qué dices hasta que esto termine?.

—No voy a hablar de esto contigo.

Gruñí, sintiéndome molesta con ellos, pero consciente de que no cambiaría su decisión.
Cuando llegamos a la universidad, bajé y di un portazo, con el que me gané un regaño de mi hermano, pero que volvería a hacer.

Me trataban como una niña, bien podría demostrarles cómo se comportaba una.

—Estaré aquí Christine, no tengo ningún otro lugar al que ir.

Luego de darle una mirada molesta, volteé y me adentré en el edificio, caminando a través de los pasillos, hasta que llegue al aula, donde tendría que permanecer la siguiente hora.
Dicha hora paso demasiado lenta, donde no pude prestar atención a nada, excepto a los pensamientos asaltándome. ¿Qué podría ser tan grave que preferían mantenerme a un lado?.

En mi cabeza muchas ideas corrían, desde que Montes Acuña no hubiera muerto, hasta que alguno de los que los vieron luchar y transformarse, hubieran hablado.
¿Y si nuestro secreto estaba en peligro?

Comencé a salir del aula, cuando mi teléfono comenzó a sonar, al mismo tiempo que la alarma de incendios.

—¿Qué sucede? —Pregunté, mientras chocaba con varios estudiantes, los cuales corrían tratando de ponerse a salvo.

—Espero que estés recuperada porque recibimos la llamada anónima de un incendio en la universidad de economía, no sabemos si es real, pero si lo es, será grande.

Me detuve, observando a todos lados, sintiendo un escalofrío recorrer mi columna vertebral.

—Estoy en la universidad ahora mismo.

—¿Qué dijiste?

—Que estoy aquí, Elías. — esto era algo extraño, demasiado para mi gusto.

—¿Crees que podrías revisar el lugar mientras llegamos?

Algo dentro de mí me decía que me negará, pero este aún seguía siendo mi trabajo.
Volví a mirar a los lados, viendo correr, de un lado a otro, a todos y solo pude rendirme.

—De acuerdo.

Colgué la llamada y me dispuse a comprobar cada una de las aulas en mi camino, hasta que llegue a la oficina del decano y al entrar me encontré con una situación que jamás espere.
El hombre frente a mí sonrió con malicia, mientras el decano me observaba asustado.

—Hola maldita perra, al fin te veo cara a cara.




Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora