2

4.2K 519 43
                                    

Santiago





Escuchaba atentamente cada palabra, prestaba atención a cada detalle que el viejo hombre calvo frente a nosotros trataba de explicarnos. Tomaba notas de todo , tratando de retener la mayor cantidad posible de información.
Esto no era sencillo, no a las nueve de la mañana, con solo unas tres horas de sueño y varios litros de alcohol aún dentro de mi.

Había tomado pésimas decisiones, tenía que admitirlo, pero cuando Drew llegó con la botella de tequila, recordé los problemas con los que lidiaba y lo acompañé en la noche de borrachera.
Hoy, a plena luz del día, era el peor ejemplo de lo que debería ser un primer día en una maldita carrera de grado. Me sentía decadente, abrumado y con una de las mayores resacas que he tenido en mis diecinueve años de vida.

-Se afirma que la sociología pretende ver lo general en lo particular porque estudia, no el comportamiento humano de forma individual, sino a la sociedad humana y como las pautas sociales guían e incluso determinan el actuar de cada individuo. -lo oía con atención, aunque en mi estado actual, poco podía absorber. Era como que mi mente le decía: "Sí, ajá, por supuesto".

No podía creer que lo hubiera jodido tan pronto, que en mi intento de divertirme con mis compañeros de apartamento, no me hubiera detenido a pensar en como me encontraría hoy.
Pero creía que nada podía ser peor, cosa en la que también estaba equivocado. Ya que con solo sentir la vibración de mi teléfono y leer el mensaje que Flavio me había enviado, desee volver a la noche anterior y arrojar el alcohol por el bendito inodoro.

*Flavio: Entrenamiento en quince, no te lo saltes o de lo contrario O'Donnell te hará arrepentirte.

¿No era suficiente con sufrir mientras mi cabeza era bombardeada de información a estas horas de la mañana, qué también mi cuerpo debería sufrir?
Pero no estaba bien, mi entrenamiento no comenzaba sino hasta las cuatro de la tarde.

*Santiago: ¿Qué mierda? Se supone que es en la tarde.

*Flavio: Revisa tu correo, imbécil.

Mientras leía las razones por las cuales Rafael O'Donnell decidió, sin previo aviso, modificar el horario del entrenamiento de hoy, sentí como si un balde de agua congelada cayera directamente sobre mi cabeza.
Podía elegir entre salir ahora y perder algo de información valiosa o arriesgarme a enfrentar mañana alguna tortura, perfectamente planeada, directamente de las manos del entrenador de baloncesto.

Sin permitirme seguir dudando, comencé a recorrer la mirada entre los compañeros a mi alrededor. Deteniéndome en la castaña a derecha, quien parecía estar demasiado concentrada en el discurso del profesor.
Tras pincharla con mi bolígrafo en su brazo, volteó y me observó con curiosidad y confusión.

-¿Qué necesitas? -Su tono no fue muy amistoso, de hecho sonó un poco ruda, algo que no iba del todo bien con su rostro angelical.

Dudé unos segundos, no sabía como pedirle esto y no sonar como un idiota.
Decidiendo decirlo como saliera, total de una manera u otra, me vería mal.

-Puede sonar extraño, pero necesito irme y al parecer esta dando información importante, a pesar de ser la primer clase, por lo que quería preguntarte, si podrías pasarme tus apuntes.

De acuerdo, no había sonado tan mal como lo hacía en mi mente, pero eso no impidió que se quedará observándome atentamente.
Su mirada comenzó a viajar entre el profesor, sus apuntes y yo, debatiéndose que hacer. Finalmente suspiró, habiendo tomado una decisión.

-Claro, no te preocupes. Trataré de tomar la mayor cantidad de notas, así no te pierdes tanto.

-Gracias, de verdad estoy en una emergencia. Digamos que si no me pongo en marcha ahora mismo, mi entrenador me hará pasar un mal rato.

Y decir esto era un maldito eufemismo, ya que lo que haría ese demente sádico, sería poner a trabajar mi maldito trasero en cada maldito ejercicio que cruzara por su retorcida cabeza.
Antes de que decidiera arrepentirse, arranqué un trozo de papel del cuaderno y con el mismo bolígrafo con el que llamé su atención, garabatee mi nombre y mi número de teléfono.

-Este es mi número, si no te arrepientes de ayudar a este pobre chico en desgracia, escríbeme. -se lo entregué, deseando en verdad que lo utilizará.

No solo quería conseguir los apuntes, sino que también esperaba conseguir su atención, algo que ella había conseguido de mi.

-Tranquilo, no me arrepentiré. -dijo, sonriendo de lado, antes de abrir el papel y leerlo.

Mientras salía de la abarrotada aula, intentando hacer el menor ruido posible, no dejaba de pensar en lo mucho que odiaba tener que irme.
Podía ser el primer día y no ver nada muy importante, pero necesitaba centrarme en cada detalle, solo así podría demostrarle a Rebeca que no era el tonto que ella creía.

La amaba , pero no podía evitar recordar la crueldad con la que terminó conmigo, alegando necesitar alguien más maduro y responsable a su lado.
No quería un deportista, un chico, que según ella, perdería la gracia al primer accidente. Es por ello que me esforzaría en ser el mejor, un abogado capaz de demostrarle que antes de juzgar a alguien, debe mirarse ella misma.

Corriendo hacía el auto, traté de no perder tiempo. Tenía diez miserables minutos para recorrer cerca de quince calles, o lo lamentaría el resto de la semana. Pisé el acelerador, orando que nadie se cruzará en mi camino.
Y con solo tres minutos de sobra, llegué.

Allí encontré a todos, luciendo igual de miserables que yo. Estaban quienes parecían acabar de despertar y aquellos quienes al parecer no habían tocado la cama aún.
Entre las cabezas, logré dar con Flavio, quien estaba comenzando a estirar, pero al verme, dejo todo y vino hacía mi.

-¡Demonios hombre, te ves como una mierda! -me sentía de ese modo, sin embargo, él no se veía mucho mejor.

-Hola a ti también. -saludé, mostrándole mi dedo medio .

-Oye hermano, no te desquites conmigo, estoy más o igual de cansado que tú. ¿Lograste dormir algo?

-Nada. Estaba en clases cuando recibí el mensaje.

-Bueno, al menos salió algo bueno de todo, de lo contrario ahora estarías dormido frente a todos allí.

Mientras estiraba mis brazos, pude ver a O'Donnell, caminar hacía nosotros con la bolsa de pelotas lista para hacernos sufrir.

-Espero que estén listos para trabajar, en cuatro malditos días se dará uno de los enfrentamientos que hemos estado esperando. Es por eso que los quiero concentrados y jodidamente dentro de la cancha. No me importa si tienen que sacar su maldita cabeza de su culo, quiero ganar y si no sucede, prepárense para conocer el infierno. -amenazó, antes de soplar ese maldito silbato hacia nosotros.

Si algo faltaba para mejorar mi mañana era sin dudas esto, una amenaza, trabajo físico y un futuro dolor de cabeza provocado por los silbatazos.




Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora