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Santiago




Tenía planes de encontrarme con los chicos del equipo, planeábamos organizar el cumpleaños de Drew entre todos, pero había llegado temprano y terminé topándome con algo demasiado agradable como para dejarlo pasar.
No entendía como sucedió, pero mientras cruzaba por allí, la vi a través de la vidriera, con un sostén rojo de encaje.

Fue como un sueño. No podía dejar de pensar en ella con esa cosa puesta. Resaltando su piel, su cabello, que desde aquí se veía tan negro como la noche.
Tampoco pude evitar imaginarla usando solo eso mientras estaba acostada en mi cama, con su cabello esparcido sobre las almohadas y la sonrisa que siempre tiene instalada en su rostro.

Estaba loco, no quería profundizar en el hecho de imaginarla de esa manera, sin embargo podría molestarla un poco y eso hice. La llamé, sin dejar de observarla. Viéndola pasar de la diversión a los nervios y volver a reírse.
Ni dudé al preguntarle si quería ir a tomar algo, los chicos podían irse a la mierda, ahora quería seguir hablando con ella, bromeando y poder llegar a conocerla un poco mejor.

Era una de las pocas personas que no me juzgaba por ser un deportista, al contrario, creía que ello jugaba a mi favor.
Cuando estuvo frente a mi, algo pareció sorprenderla, quizás asustarla, pero eso cambio unos segundos después.

—Pase toda mi infancia mirando películas infantiles y nadie nunca, me llamó Blanca Nieves. Yo creo que deberías darle otro vistazo a esa película.

—¿Por qué no? Dame solo una razón.

—Ella tiene el cabello muy corto y yo lo tengo por la cintura.

—¿Solo eso? Déjame decirte que esa es una excusa muy pobre. Vamos Leti, sé que puedes hacerlo mejor.

—Tú solo quieres que revele mi verdadero apodo, pero no lo lograras.

Volví a reír, mientras entrabamos en la concurrida cafetería.
Me gustaba pasar tiempo con ella, podía ser yo, sin miedo a que se molestará por algún comentario.

Bufé internamente al pensar en como hubiera reaccionado Rebeca si en algún momento me hubiera atrevido a decirle Blanca Nieves. Ella no lo tomaría por el lado tierno, sino que comenzaría una discusión porque en su rebuscada mente, creería que la llamaba cachetona.
La conocía demasiado bien, habíamos estado años juntos, antes de que decidiera que no aportaba nada en su vida.

—¿Quieres apostar a que en menos de dos meses lo lograré?

Era imposible que en tan poco tiempo consiguiera algo como eso, sin embargo, estaba acostumbrado a mostrarme con confianza y esta vez no sería diferente.

—¿Y si pierdes que ganaré? —Su pregunta se vio interrumpida por el camarero frente a nosotros.

—¿Qué les puedo traer?

—Quiero un tostado, un jugo de naranjas y una ensalada de frutas. —observe a la chica frente a mi, al parecer tenía bastante hambre. O tal vez había pasado demasiado tiempo rodeado de chicas que comían poco y nada, con intensión de adaptarse a lo que la sociedad creía que era atractivo.

—Yo quiero un café y un pan de chocolate.

—Enseguida se los traigo.

—Gracias—dijo hacia el chico antes de voltearse ante mi. —¿Solo eso pedirás? Creí que debías comer bien, para tener energías suficientes y más con un partido tan pronto.

—Estas en lo cierto, pero antes de venir comí algo.

—Debí imaginarlo, pero creo que aún continuo un poco dormida, a pesar de que estuve tres horas en clase y supongo que una dando vueltas por aquí.

Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora