33.

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Christine






Por mucho que lo observará, no reconocía su rostro y sentía que jamás en mi vida lo había visto. Pero a diferencia de mí, él parecía saber muy bien quien soy.
El chico sonreía hacia mí, no con una sonrisa amable, sino una que prometía problemas, los cuales seguro no  merecía.

—¿Nos conocemos? — pregunté, aún cuando sabía muy bien la respuesta.

—Yo a ti, sí, Christine Harrison.

Cambié la mirada al decano, quien seguía aterrorizado, observando el pecho del chico y a pesar de que no trataba de copiar su acción, mi mirada, de momentos, se desviaba hacia allí.
Pero es qué, ¿Quién no lo haría? Este traía allí una especie de tanque emitiendo una luz roja, con muchos cables, pegado. No sabía mucho de esto, pero si conocía una bomba cuando la veía.

—¿No preguntarás de dónde te conozco?

No lo haría, porque no quería saberlo, solo quería volver unos pasos hacia atrás, cerrar la puerta y largarme cómo si mi vida se encontrará en peligro.
Lo cual para mi desgracia, era así.

—No, no lo haré. Pero si me disculpas, tengo un lugar mejor al que ir.

—¡Alto ahí! —me detuve y volví a mirarlo. — He hecho mucho para traerte aquí. Al saber que trabajas en la estación de bomberos, supuse que la alarma te atraería, también a tus compañeros, pero ellos no me importan. A quien quiero es a ti.

—¿ Por qué?

—Veamos. Hace un tiempo un imbécil policía tuvo el descaro de arrestarme luego de un accidente. Mi padre le dio muchas opciones, pero él prefirió tomar el camino difícil y oponerse a nosotros, por lo que no nos dejó más opción que buscar su maldito punto débil. Al principio no fue sencillo, ya que mucho no podía hacer encerrado en esa fría y aburrida celda, pero un día recibo el llamado de mi padre, informándome que había encontrado su talón de Aquiles, su debilidad, nuestra oportunidad para lograr lo que queríamos. —Él me observó con una mueca de superioridad. —¿Imaginas cuál?

Si lo imaginaba.

—Yo. —Respondí, sabiendo que todos me veían de esa manera.

—Correcto. ¿Qué mejor que amenazar a su novia? Cualquiera haría lo que quisiéramos. —No cualquiera, Matías no había cedido ante ellos. — Pero entonces las cosas no sucedieron cómo queríamos, el idiota solo continuó negándose y obligó a mi padre a incendiar un hogar, atrayendo a la valiente Christine, la muy valiente y tonta Christine.

—Nadie los obligó a hacer eso, no debieron amenazara a niños inocentes.

—Todos somos inocentes Christine, solo cometemos pequeños errores. —Él estaba equivocado. — Sin embargo tu ingenuidad y empatía, nos dio la oportunidad de atraparte. Solo te usaríamos de carnada, pero entonces tu novio enloqueció y me dejó ver la clase de fenómeno que es.

Tragué saliva y volteé hacía el decano, quien se encontraba allí inmóvil, como con miedo de que ante cualquier movimiento, pidiera resultar herido.

—¿Sabes lo que es tu novio en verdad, Christine? ¿Sabes que puede transformarse en un monstruo? —Ante mi silencio, sonrió. — Claro que lo sabes, una mejor pregunta podría ser, ¿Eres cómo él?

—No sé de qué hablas.

—Si lo sabes, sabes que se convierte en una especie de lobo deforme.

Él no lo había visto completamente convertido, lo cual era algo bueno.

—¿Te estás escuchando? Lo que acabas de decirme es una locura.

—Se lo que vi. —la seguridad que parecía sentir, se esfumó y solo quedó enojo. —Vi sus malditas garras, reemplazar sus manos, mientras se atrevió a amenazarme.

Mis ojos volaron hacia el decano y le hice un gesto para que me ayudara a tranquilizar a este chico. Pero este negó repetidamente, antes de agachar su cabeza.

—Claro, si lo viste es porque es así. —claro que era así, pero no lo expondría.

—¡Llámalo!

—¿A quién?

—Al policía. Quiero que él sepa que te tengo y que voy a matarte de la misma manera en la que él asesino a mi padre. — chupé mi labio inferior, manteniéndome quieta en mi lugar. — Porque no me creo que su desaparición sea algo normal, mi padre no se marcharía sin mí.

—No sabía que tu padre había desaparecido.

—Si lo sabías. —Su mano derecha me enseñó como podría apretar en cuestión de segundos el interruptor y detonar la bomba. —No trates de mentirme.

—Si lo aprietas también morirás.

—Moriré de cualquier manera, pero si lo hago de esta forma, puedo llevarte al infierno conmigo y hacer sufrir al fenómeno de Prado.

Él estaba decidido a morir, no estaba aquí para negociar. Nada de lo que hiciéramos o dijéramos, cambiaría su decisión.

—¿Lo llamaras o que?

Saqué el teléfono de mi bolsillo y observé la pantalla. No podía llamar a Matías o enloquecería, además estos últimos días me había ignorado, había enviado al buzón todas las llamadas que le había hecho. No. No podía llamarlo a él, pero si sabía que número marcar.
Busqué entre mis contactos, hasta que encontré su nombre y luego de un suspiro, le di a llamar.

—¿Dónde estás? He visto como muchos han salido y me dijeron que la alarma sonó, pero no veo humo.

—¿El problema a tratar era el hijo de Montes Acuña? — el chico asentía hacia mí, pero mi pregunta no era para él.

—Te dije que no voy a hablar de eso contigo, apresúrate a salir.

—No puedo hacerlo. — él no me lo permitiría y por mucha velocidad que tenga, no soy más rápida que una bomba.

—No me jodas.

—Él está aquí.

Esto sería diferente si ellos me hubieran informado lo que estaba sucediendo, pero en su lugar, me hicieron descubrirlo de mala manera.

—¿Está armado? ¿Crees que puedes hacerte cargo?

Quería reír, pero no podía.
Esto no era un arma, no sería tan fácil hacerme cargo, ya que no podía simplemente arrebatársela y golpearlo hasta el cansancio. El mínimo movimiento en su contra, lo haría apretar el botón.

—No, no puedo. —odiaba admitirlo, pero no podía.

—Voy a entrar y me encargaré yo mismo.

—Él tiene una bomba.

De repente la línea se quedó en silencio, no escuchaba la voz de mi hermano, ni el sonido detrás, solo silencio.

—Voy a sacarte de ahí. —Prometió y no sabía si podría.

—¡Dile a Prado que estoy esperándolo!. — gritó el chico y sabía que mi hermano había escuchado.

—Ese imbécil no sabe con quién se metió. —podía sentir el enojo de Uriel y lo compartía, pero ahora sentía que si Matías se acercaba, sería peor.

—No lo dejes entrar. —pedí y corte la llamada.

Estaba por guardar el teléfono, pero extendió la mano libre en mi dirección, hasta que se lo entregué.

—Esto no es contra él —moví mi mandíbula en dirección al decano. — deberías dejarlo irse.

—No hace falta.

Con la misma mano que guardó mi teléfono, sacó el arma y disparó en dirección al hombre, que no tuvo tiempo ni a sorprenderse.

—Eres un maldito loco. —no podía despegar mis ojos del pobre hombre.

—No imaginas cuanto Christine.






Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora