1

5.5K 547 21
                                    

Leticia





Parada aquí, junto a mi auto, observando la gran estructura que a muchos emocionaba o ponía ansiosos, a mi solo me hacía querer salir corriendo.
Me encontraba demasiado triste, desanimada y resignada a que este iba a ser mi futuro de ahora en más. Cada día debería venir y mostrar una falsa fachada de emoción, cuando solo sentía miseria dentro de mi.

En la mañana, antes de venir hacía aquí, había recibido la llamada de mi abuelo y de mis padres, en ambas llamadas, cada uno me deseaba suerte y me pedían que escuchará con atención, ya que cada detalle sería importante.
Ellos quizás no lo sabían, pero suerte es lo que más necesitaría.

No podía quitarme las ganas locas de correr de regreso a la casa, meterme en la cama y cubrirme con las mantas en un intento desesperado por desaparecer.
Parecía que cada cosa mala se plantaba frente a mi, directamente en mi camino. Como esta serie de estornudos insoportables que no dejaban de salir.

Al parecer mi padre había olvidado mencionar la planta de romero, aún sabiendo cuan alérgica soy. Pero ahora dicha planta se hallaba en el contenedor de basura, que se encontraba en la acera de enfrente.
Lo único malo de todo esto, era que mi olfato había desaparecido. No sentía absolutamente nada y eso me frustraba muchísimo más.

¿Qué más podía sucederme el día de hoy? ¿Qué más lanzaría la Diosa luna en mi contra? ¿Acaso no podía darme un maldito descanso?

Mientras me adentraba a la jungla de alumnos, claramente extasiados, no hacía otra cosa sino preguntarme, si en algún momento llegaría a tener ese nivel de energía y disposición, que ellos parecían sentir por su primer día.
Las voces alegres, risas escandalosas y uno que otro reclamo, llenaban los pasillos por los que pasará.

—Disculpa. —Dije deteniéndome frente a una chica rubia, la cual pegaba carteles sobre alguna agrupación estudiantil. —Estoy un poco perdida, ¿Crees que podrías señalarme el aula cuatrocientos doce?

—Sí claro, se encuentra en el tercer piso. Te será un poco complicado llegar, pero desde el ascensor, doblas a tu izquierda y avanzas por el pasillo, luego de unas siete aulas la encontraras a tu izquierda. —Asentí, tratando de no mostrar mi poco entusiasmo.

—Muchas gracias.

—Lo que necesites, solo pregúntanos.

Seguí avanzando, sintiendo como a cada paso sumaba un nuevo ladrillo a mi espalda, esto era muy pesado. ¿Cómo se supone que soportaría cinco años de esta manera?
Echando un vistazo a la pantalla de mi teléfono, comprobé que aún llegaba con bastante tiempo de sobra. Este era otro de los consejos que mi madre, la gran abogada Haley Rush, me había dado.

“No se te ocurra llegar tarde Leticia, eso podría marcar un precedente y no quieres que te consideren una irresponsable”

Pero a decir la verdad, lo que menos me importaba en estos momentos era que me consideraran irresponsable, debían agradecer que me presentará.
No era de esconderme, mucho menos de escapar, pero estaba cansada, quería por una vez en mi vida, elegir algo por mi misma.

¿Cómo me encontraría estudiando lo que en verdad quería? Probablemente feliz, pero no era el caso.
Tras ingresar a la aburrida aula, pintada de blanco con sus ventanales verdes, procedí a caminar y sentarme en una de las últimas filas.

Veía como poco a poco varios estudiantes ingresaban, eligiendo lugares al frente, prefiriendo que los notaran a pasar desapercibidos, como intentaba hacerlo yo.
Pero abrumada por el inmenso aburrimiento, escribí un rápido mensaje a Uriel, quien quizás aprovechaba su mañana para descansar.

*Leticia: Esto es horrible, ya quiero lanzarme desde este tercer piso y nunca volver.

Sonreí, cuando su respuesta llegó segundos más tarde. Al parecer seguía contando con mi mejor amigo.

*Uriel: No digas eso Leti, sé que debe apestar, pero si alguien puede plantarle cara eres tú.

Riendo, olvidé el lugar donde me encontraba y no tarde en enviarle otro mensaje.

*Leticia: Apesta totalmente. No sé si podré plantarle cara, pero al menos lo intentaré.

*Uriel: Tú puedes.

Dejé el teléfono sobre el pequeño escritorio, centrándome en lo que tenía frente a mi. Al cabo de unos momentos esto se había llenado de estudiantes y frente a mi tenía unos cuarenta o cincuenta personas más.
Ese fue el momento en el que el hombre bajito, con muy poco cabello delante y vestido con un traje cuadrille, ingresó. Era algo peculiar, pero quién era yo para juzgar su sentido de la moda.

A la hora y media de estar escuchando hablar sobre diferentes sociólogos a lo largo de la historia, fui sacada de mi aburrimiento, por el leve pinchazo en mi brazo.
Cuando giré a mirar al responsable, me encontré con un chico demasiado atractivo para su propio bien, pero un poco idiota. ¿Por qué demonios me pinchaba con su birome?

—¿Qué necesitas? —pregunté, quizás de manera un poco tosca.

—Puede sonar extraño, pero necesito irme y al parecer esta dando información importante, a pesar de ser la primer clase, por lo que quería preguntarte, si podrías pasarme tus apuntes.

Lo observe unos momentos, debatiendo su pregunta. Tal y como había dicho, solo se trataba de la primer clase, por lo que no habría muchas cosas importantes, pero quizás en el futuro me tocaría pedirle ayuda a mi.

—Claro, no te preocupes. Trataré de tomar la mayor cantidad de notas, así no te pierdes tanto.

—Gracias, de verdad estoy en una emergencia. Digamos que si no me pongo en marcha ahora mismo, mi entrenador me hará pasar un mal rato.

Lo observe garabatear de manera rápida, un par de cosas sobre un papel, el cual luego me entrego.

—Este es mi número, si no te arrepientes de ayudar a este pobre chico en desgracia, escríbeme.

—Tranquilo, no me arrepentiré.

Mientras se retiraba, abrí el papel y me encontré con su número de teléfono y su nombre: Santiago.
Me preguntaba qué tipo de deporte practicaría, era raro que no tuviera bien coordinado su horario, ya que hacía un par de semanas que habían enviado los horarios de cada clase.

Dejé a un lado al chico y volví a concentrarme en el pequeño hombre que dictaba la clase.
Si lo veía bien, me recordaba a un viejo dibujo animado que miraba con Michael, un amigo de mis padres a quien consideraba como un tío, y con los demás. Este hombre era idéntico al cazador que perseguía a bugs bunny. Pensar en esa comparación me hizo sonreír, sin dudas estaba terminando de enloquecer.

Pero cuando las benditas tres horas se cumplieron, no pude salir más rápido de esa aula. Era como si estuviera en llamas y tuviera que salir de allí antes de morir carbonizada.
Aunque no lograba sentirme tranquila, no cuando de aquí, tenía que correr hacía la clase de historia.

Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora