38.

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Christine






Sentí el dulce aroma que desprende mi compañero, incluso antes de que tocará el timbre.
Sabía que me encontraba molesta con él, algo dentro de mí lo sabía, pero ahora mismo desconocía la verdadera razón. Era extraño sentirme así, como si de un día para otro parte de mis recuerdos hubieran sido borrados, como si ese evento que había preocupado a todos no hubiera sucedido, como si esas horas no hubieran existido. Lo único que me hacía saber que eran reales, era justamente la preocupación de todos los presentes y la venda en mi abdomen.

Me apresure hacia la puerta, abriéndola apenas escuché el sonido.
Demonios, tal vez debería mostrarme algo molesta, sobretodo por el hecho de su silencio estos días, pero no puedo, lo extrañe.

En el instante en el que lo ví, comprobé que compartía el sentimiento de los demás. Él estaba muy asustado aún.

—Lobita. —Se acercó y colocó su mano derecha en mi mejilla. —No imaginas el infierno por el que he pasado estos días, me tenías tan preocupado.

—Todos me han dicho lo mismo.

Ya estaba comenzando a cansarme de disculparme. Odiaba preocuparlos a todos y si lo hice, seguramente fue porque no tuve otra opción.

—¿ Cómo te sientes? —Me hice a un lado, permitiéndole pasar.

—Confundida. La realidad es que no recuerdo nada y nadie me dice nada. El único que me dio algo de información fue mi padre, quien dijo que me enfrente al hijo de Montes Acuña pero no lo entiendo, ¿Acaso no estaba él detenido?

—Él había escapado unos días antes.

—¿Y porqué no me lo dijiste?

—No quería asustarte. —Bufé y giré, comprobando que aunque los demás nos podían escuchar, hacían lo posible por no mirar en nuestra dirección. — Creí que podría atraparlo antes de que hiciera alguna locura.

—La herida en mi costado me dice que no lo lograste.

Diosa, ¿Por qué les costaba tanto confiar un poco de información?.
Todos aquí creen que al ocultar un problema, automáticamente estaremos seguros, pero no es así, eso solo deja abierta la puerta a los errores.

—Había pasado dos días sin dormir, revisando cámaras de seguridad y haciendo un reconocimiento de los empleados de un hospital, tratando de encontrar a los responsables del escape, cuando tu hermano llamó. En mi cabeza solo podía imaginar cosas malas, las cuales me hacían desear matar al imbécil, pero cuando llegué y escuché tu aullido de dolor, en ese momento fue cuando sentí que no podría hacer nada. —no sabía que podía decir, por lo que simplemente permanecí en silencio. —Cuando te vi allí herida, fue como si mis pesadillas se hubieran hecho realidad y no supe que hacer o como ayudarte.

—No te culpo por lo sucedido.

—Pero yo si lo hago.

—Ninguno tiene la culpa, solo tenemos mala suerte. El único culpable es él.

Matías no había planeado que ese chico escapara, tampoco que me hubiera retenido en la universidad y mucho menos el que me hiriera. Todo había sucedido por la decisión, equivocada de alguien más.

—Mi único trabajo debería ser priorizar tu seguridad, procurar que nada te suceda y claramente no he hecho un buen trabajo.

—Por lo menos ya terminó. ¿Por qué termino, verdad? —Lo único que me faltaba es que ahora viniera por mí otro miembro de la familia Montes Acuña.

—Sí. He aprovechado estos días para encarcelar a los padres de los chicos y a quienes hayan colaborado con ellos.

—Siento que luego de todo lo que he pasado en este último tiempo, necesito unas vacaciones.

Y no bromeaba, no me vendría mal estar en un lugar tranquilo, donde pudiera respirar libremente y sin miedo.
Me urge algo de normalidad, lejos de accidentes, de incendios y de amenazas.

—¿Tienes pensado algún lugar? —Lo observé, antes de asentir lentamente. —Porque puedo conseguir unos días y acompañarte.

Me acerqué a él y envolví mis brazos a su alrededor. Extrañaba tanto su olor, por lo que aproveche a aspirarlo con fuerza, llenando mis pulmones de él.

—¿Estas seguro? — pregunté, frotando mi mejilla contra su camisa.

—No estoy dispuesto a alejarme de ti.

—Quiero irme a la manada. —Anuncié para sorpresa de todos. — Estoy segura de que en los próximos días terminaré de recordar todo lo que sucedió y no querré volver a la universidad. Mi cabeza decidió bloquearlo por una razón, la cual no debe ser agradable, pero no lo bloqueará por siempre y quiero estar en un lugar seguro cuando esos recuerdos me asalten.

—¿Es lo que quieres cariño? — preguntó mi padre, provocando que volteara a verlo.

—Lo he pensado bastante y sí.

—¿Y qué sucederá con tu trabajo? —Está vez la pregunta vino de mi hermano.

—Aún no lo he hablado con ustedes, solo con Matías, pero la verdad es que luego del incendio en el hogar de niños, decidí renunciar. Me gusta la sensación que me provoca ayudar a los demás, pero ese día me di cuenta que no soy invencible y que si no hubieran estado allí para ayudarme, habría muerto y los niños también.

—Nunca te hubiéramos dejado sola, Christine. —Asentí hacía Jack, sabiendo que era la verdad. — Conocemos mejor que nadie lo que el fuego puede hacer. Luchamos muchas veces contra él y en algunas ocasiones, no pudimos hacer nada.

No me perdí la mirada que le dio a Benjamín, quien solo se limitó a agachar la cabeza.
Recordaba la historia de su ex esposa, ya que la había escuchado un par de veces. Ella había fallecido en un incendio, el cual provocó una grieta entre todos, la cual tardo muchos años en sanar.

—No quiero volver a preocuparlos. Estas últimas semanas les he dado más preocupaciones de las que les he dado en todos mis años de vida.

—Es verdad pequitas, has sido una niña muy mala, pero al menos trajiste de regreso al súper agente secreto. No puedo hablar mucho de él, porque es secreto, pero es un hombre muy inteligente, valiente, guapo y sexy, sobretodo sexy.

—¿Así? ¿Acaso eres tú?

—¿Por qué revelas mi identidad secreta fosforito? Esto puede llegar a oídos enemigos y vendrían detrás mí.

—Lo único que irá detrás de ti, será mi puño, como no dejes de decir tonterías.

—¿La han escuchado? Ella no puede mantener sus manos lejos de este cuerpo. —Mordí mi labio inferior, tratando de no reírme al ver la pose que Michael hacía. —Soy un hombre sexy.

Matías acercó su boca a mi oreja y murmuró:

—Creo que ella terminara por golpearlo.

—No sucederá, ya está acostumbrada a su locura. Al pasar más tiempo con ellos, notarás como Abby disfruta de hacerle la contra a Michael, aunque esté de acuerdo con él .

—Ambos están locos. —No me quedo más remedio que asentir. —¿De verdad quieres ir a la manada? —Volví a asentir. —Entonces haré lo posible por ir contigo.

Sonreí y desee que esté viaje lo hiciera enamorarse del lugar y que con el tiempo accediera a establecerse allí conmigo.









Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora