3.

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Matías



Nadie se acercó, por lo que luego de cinco malditos minutos, esperando como un idiota, en la recepción vacía, me adentré por el pasillo.
Conocía las instalaciones, había estado aquí un par de veces. Nunca fueron visitas agradables, pero si necesarias.

Golpeé la puerta de la oficina de Saucedo, sin recibir respuesta alguna. Sin importarme que pudiera molestarse, la abrí, comprobando que no se encontraba aquí.
¿A dónde demonios estaban?

Continué avanzando hasta que llegue a la sala común, esperaba que se encontrarán aquí, ya que no tenía ganas de subir al segundo piso.
En cuanto entré, comprobé que también estaba desierta, a excepción de una sola persona. Observé al tipo, el cual se encontraba sentado en la banca, encorvado mientras movía su cabeza al ritmo de la música que sonaba en su teléfono.

Aclaré mi garganta, tratando de llamar su atención, lo hice una, dos y una tercera vez sin conseguir despegar sus ojos de la pantalla.

—¿Dónde está Saucedo? — gruñí, provocando que este saltará en su lugar y tirará manotazos al aire, tratando que el teléfono no se le cayera. 

—¿Qué demonios? — preguntó con una mezcla de enojo y de vergüenza en su rostro.

El idiota debía estar avergonzado, no estaba prestando atención a lo que sucedida a su alrededor.

—¿Dónde está Saucedo? —repetí, está vez tratando de sonar menos molesto.

—Se fue a su casa, está noche no le tocaba guardia. ¿Por qué lo buscas?

Genial, al menos alguien descansaría.
Eso mismo debería hacer yo y no estar aquí, tratando con alguien que no tenía idea de dónde estaba parado. Pero no podía hacerlo, no aún, no hasta que atrape a esos malnacidos.

—¿Hay alguien más con quién pueda hablar o solo estás tú?

Él me observo con desconfianza, finalmente apagando el teléfono y dejándolo a un lado.

—¿Qué necesitas?

—Información sobre el incendio de hoy. ¿Estuviste allí? —asintió, por lo que decidí continuar. —Nos informaron que el incendio fue provocado, pero necesito saber si hay algo más, algo que me de un indicio del responsable.

—No estoy autorizado a compartir esa información.

Me acerque a él, recuperando mi anterior molestia.

—¿Enserio quieres dificultar una investigación policial? — pregunté, con un tono monótono, el cual acostumbraba usar para interrogar a los sospechosos.

Lo vi dudar, mirando hacia un lado, como debatiendo sus opciones, las que eran hablar o hablar, porque no me iría de aquí sin una respuesta.
Estaba tan concentrado en el hombre frente a mí, que casi me pierdo el ligero aroma a vainillas. Aquel aroma que había percibido durante el incendio y al cual no pude llegar, ya que me lo impidieron. Pero está vez nadie lo haría, no cuando ese delicioso olor estaba cada vez más cerca. 

Volteé, al mismo tiempo que la vi ingresar. Traía un equipo de bomberos puesto y una expresión preocupada en su rostro, el cual a pesar de ello, era hermoso.
Sus ojos, los cuales habían chocado con los míos, durante unos segundos, me transmitían una disculpa. No sabía si se disculpaba por la interrupción, la cual no me molestaba, o si algo más estaba sucediendo.

—Cinalli, acabo de llamar a los demás, tenemos que irnos. —se escuchaba agitada, como si hubiese venido corriendo hacia aquí.

—¿De qué se trata esta vez?

—Alguien está amenazando con arrojarse de un cuarto piso. —negué, acompañando el movimiento de mi cabeza con un bufido.

—Iré con ustedes. — anuncié, consiguiendo la mirada de ambos.

—No eres uno de los nuestros.

Miré al hombre y sonreí con suficiencia, quería verlo tratar de alejarme de mi recién descubierta compañera.

—Tengo experiencia en tratar este tipo de situaciones.

Lo vi listo para volver a negarse, pero el sonido del golpe en la puerta, nos hizo voltear.

—Déjense de discutir entre ustedes, hay que apurarnos. —Me miró y aspiró con fuerza, antes de soltar el aire. —Puedes venir, siento que podríamos necesitarte. 

—Christine, podrías meterte en problemas por llevarlo.

¿Christine? Así que ese era su nombre.

—Deja de perder le tiempo y apresúrate, más problemas tendremos si ellos llegan antes que nosotros.

Me observó una vez más y se giro, desapareciendo de mi vista.
Sin importarme lo que murmuraba el idiota detrás de mí, comencé a avanzar, siguiendo la estela que dejaba su olor en el lugar.

Me detuve frente al camión de bomberos, cambiando mi mirada hasta el lugar donde había dejado estacionado mi auto. No podía dejarlo aquí, pero tampoco quería alejarme de mi compañera.
Ella me observó y caminó hacia mí.

—Ven con nosotros. —Pidió y volteó, pero a pocos pasos me observó sobre su hombro. —Y no me metas en problemas, compañero.

Ella era una loba y al igual que yo, me había reconocido. También era evidente que estaba tan reacia a alejarse de mí, como yo de ella.
No tarde ni cinco segundos en alcanzarla, deseando hacerle tantas preguntas.

—Una loba. —murmuré, demasiado bajo, solo para que ella me escuchará. —Mi loba.

—Como tú.

Subió al camión y me subí tras ella, esperando a que el otro idiota se dignara a arrancar está maldita cosa.

—¿A dónde Christine? — Preguntó este, finalmente poniéndose detrás del volante.

—Vamos a calle catorce, entre ochenta y uno y ochenta y tres.

Sus ojos volaron a mi dirección, probablemente deseando tener la misma conversación que quería que tengamos, pero la cual debería esperar.

—¿Cuál es tu nombre?

—Matías Prado. ¿El tuyo? —ya lo había escuchado, pero no importaba ahora.

—Christine Harrison, un placer. —Sin dudas era un placer conocerla.

—Y yo soy Elías Cinalli, aunque no lo hayas preguntado. — Contestó el idiota. —Christine, él quiere información del incendio de esta tarde.

La mirada de mi compañera volvió a estar sobre mí.

—Creí que el jefe les había dado bastante información.

—Necesitamos más detalles, no podemos detener al responsable, si no tenemos algo que nos lleve a él.

—Dudo que nuestro jefe acceda, él cree que lo que les dijo es suficiente. Pero estaba terminando el informe, cuando la llamada llegó, así que siento que si esperas a que resolvamos esto, podré ayudarte.

—Puedo esperar.

Podía hacerlo, aunque mi estómago gruñera, el sueño me estuviera dando una gran batalla y el humor estuviera pendiendo de un hilo.
Pero si esperar me daba las respuestas que buscaba y más tiempo con mi compañera, estaba listo para hacerlo.










Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora