10.

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Christine





Observé con completo terror como un par de compañeros retenían a Matías, a quien no parecía importarle los disparos, mientras luchaba con ellos para venir hacia mí.
Negué, de manera frenética, varias veces y mientras no podía dejar de gritarle, asustando a la niña en mis brazos.

—¡No vengas! ¡No seas idiota, es peligroso! — él me escuchaba, lo sabía, pero no le importaba.

Por el momento estábamos seguras en una improvisada barrera de acero, pero no tenía idea de por cuánto tiempo esto iba a ser suficiente.
Traté de bloquear cualquier otro sonido y solo centrarme en la discusión que Matías mantenía con sus compañeros, pero era imposible, ya que solo escuchaba mi propio corazón, golpear con fuerza contra mi pecho.

Lo veía luchar y empujar a un hombre que se había parado frente a él, intentando que entrara en razón y no se expusiera al peligro.
Matías estaba asustado, al igual que estaría yo en su lugar. Somos compañeros y nuestra seguridad es la prioridad y ahora la mía está un poco expuesta.

Bajé mi mirada a la niña llorando, la cual se aferraba con fuerza a mi brazo, como si fuera su salvavidas en este maldito lugar. Deseaba tanto sacarla de aquí, ponerla a salvo en los brazos de su madre, aún sabiendo que para ella sería muy difícil superar el miedo que está situación estaba provocándole.

—Vamos a estar a bien, mira allí está la policía, nos sacarán de aquí.

Rogaba que así fuera. Se lo pedía una y otra vez a la Diosa Luna, esperando que me escuchará.
Cuando volví a levantar la mirada, vi como el camión de bomberos aparecía y volví a rogar porque Elías no se encontrará trabajando, o no solo deberían frenar a Matías.

Elías es como Uriel, aunque es mi amigo y no mi hermano, pero ambos son extremadamente exagerados a la hora de mi seguridad.
Uriel… estoy segura de que Samara ya les habrá contado a todos lo sucedido y conociéndola, como lo hago, en su versión estoy en gran peligro. Pero no solo Uriel se volvería loco, también lo harían mis padres y si debía adivinar, en tres días tendría una caravana en la puerta de casa, para comprobarme.

¿Cómo les explicaría todo? ¿Cómo confesaría a lo que me dedico e mi tiempo libre?
Iba a volverme loca y aún no sabía si podría salir de este lugar con vida.

Alce mi mirada, tratando de alejar los pensamientos de mi familia y me encontré con la entrecerrada mirada de Elías, quien me apuntaba con su dedo índice y negaba, como si estuviera regañándome.
¿Por qué demonios me regañaba? Yo no busque quedar atrapada aquí.

Luego simplemente se dio la vuelta y se acercó al lugar donde Saucedo discutía con Román y el otro hombre.
La mayoría de mis compañeros estaba allí, dándome breves miradas de preocupación, no ayudando a calmar mis nervios.

Me vi tentada a ponerme de pie en el momento en el que Román empujó a mi jefe, pero la niña se aferraba con fuerza a mí y no quería preocuparla más.
Varios policías y un par de mis compañeros separaron a ambos hombres, provocando que alejara la mirada de ellos y maldijera al ver dónde se encontraba Elías.

¿Acaso no se daba cuenta que luego de esto lo suspenderían un par de días?
Mi amigo había subido al camión y no tardó en ponerlo en marcha y avanzar hacía donde me encontraba .

Observé el camión, como todos los demás, con asombro y con resignación.
Él en verdad estaba en problemas…

—Sube Christine, maldita sea. ¿Cómo demonios te has metido en esto? ¿Acaso no tienes suficiente con lo que atravesamos a diario?

—¿Crees que yo me puse en esta situación adrede?

Los disparos sonaban aún, por lo que tratando de proteger a la niña, la alce y corrí más rápido de lo que debería con ella en brazos.
Esto provocaría muchas preguntas, pero podría decir que todo era producto de la adrenalina.

Subí con la niña y me aferré a ella, algo que seguiría haciendo hasta que nos encontráramos fuera de peligro.

—¿Sabes que Saucedo te suspenderá y te pondrá en guardia hasta el próximo mes por esto? — pregunté, mirando a mi amigo tragar saliva.

—Puedo sospecharlo. —negó, haciendo una mueca de resignación. —¿Qué pasó Christine? ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba cuando te vi allí?

—Solo iba camino a la universidad cuando todo sucedió y termine atrapada.

—Tu suerte es una mierda.

No tenía idea de cuánto…

—¿Por qué peleaban Matías y Saucedo?

—El policía quería ir por ti y nuestro jefe trataba de explicarle que eso era peligroso, como si no lo supiera, pero aproveche su distracción y me escabullí, subí al camión, arranque y ya sabes el resto. 

Claro que Matías conocía los peligros, pero es imposible que su lobo lo considere, él solo quería llegar a mí.
Al menos ahora podía estar un poco más tranquilo.

El camión se detuvo unas pocas calles más adelante y vi como Elías tecleaba sobre la pantalla, antes de suspirar.

—Que sea lo que Dios quiera. —volvió a suspirar y me observó. —¿Están heridas?

Alcé una ceja y lo observé, con una expresión de, ¿Enserio?
Tenía la cabeza latiendo y quemando con fuerza, probablemente un golpe evidente en la frente y ahora que había estado más tranquila, vi como el brazo sangraba por la rozadura de una bala. Y eso sin contar el nerviosismo y miedo que aún sentía.

Observe con cuidado a la pequeña y la vi ilesa, sin siquiera un golpe o rasguño, lo que era bueno.

—Su madre estaba allí gritando, ella también quería ir a buscarla, pero estaba herida. —eso explicaba el porqué no la había visto.

—Debemos llevarla con ella.

—Ya le avisé a Saucedo nuestra ubicación, en cuanto envíen a alguien a buscarte a ti y a la niña, regresaré y ayudare a calmar el infierno que es ese lugar y enfrentare a nuestro jefe.

—Yo puedo ayudar.

—No puedes, estás herida, no seas terca.

Estaba por decirle que aún así podría hacerlo, cuando el auto negro del que vi bajar a Matías frenó delante de nosotros y él y nuestro jefe bajaron.

—¿En qué mierda pensabas Cinalli? ¡Te robaste el maldito camión, jodido imbécil!

—Nuestro trabajo es rescatar a las personas de situaciones peligrosas o potencialmente peligrosas y ponerlas a salvo, además, Christine es de las nuestras, jefe. Usted sabe que nos cuidamos las espaldas. — lo vi bajarse, mientras Matías me ayudaba a mí.

—¿Estás bien? —asentí, pero ante su seriedad, negué.

No lo estaba, me sentía mal y no tenía sentido negarlo.

—¡Necesitamos el camión! ¿Cómo mierda apagaremos el fuego? ¿A malditos soplidos?

—Carter venía en el otro, unos minutos no harían diferencia.

—¡Estás suspendido! Ahora vamos a regresar y cuando todo esté bajo control, te irás a tu casa y no quiero verte por la siguiente semana.

Elías se encogió de hombros y me observó.

—Christine debo volver al trabajo, llámame para decirme cómo sigues. —Asentí, mientras lo vi darme la espalda y volver a subir al camión, con nuestro cabreado jefe detrás.

Cuando el camión comenzó a alejarse recordé que había perdido mi teléfono y gruñí, atrayendo la atención de mi compañero.

—Perdí mi teléfono. —le informé y pusó los ojos en blanco.

—Es lo de menos, vamos lobita, necesito que los médicos te vean a ti y a la niña, además su madre debe estar preocupada.

Lo deje guiarme hasta el auto, mientras aún sostenía a la pequeña en mis brazos.

—Estoy asustada Matías y necesito entender bien lo que sucedió.

—Ya hablaremos de ello, te lo prometo.

Y esperaba que lo haga o por mucha atracción que sintiera por él, lo enviaría a la mierda.

















Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora