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Matías




Estos tres años que llevaba trabajando rudo y sin descanso en la estación de policía, siendo al principio una especie de pelele, al cual creían que podían mangonear sin ningún descaro, pero el cual les demostró a todos, a base de disciplina, horas de insomnio y determinación, lo equivocados que estaban, no habían sido nada en comparación a ahora.
Estaba furioso. Está vez en verdad alguien había logrado tocar la maldita vena en mi frente y está no dejaba de palpitar con irá.

Todo había comenzado hace dos semanas, luego de una maldita detención.
El día que arrestamos al arrogante de Tobías Montes Acuña y a tres de sus amigos, Isaías Capetti, Luciano Salvatierra y Bautista More, sabíamos que las cosas se nos complicarían. Es que no habían pasado ni dos horas, cuando estábamos recibiendo las quejas de los padres de estos y los abogados que los acompañaban.

Estaba seguro de que los imbéciles no esperaban ser arrestados, de hecho, apostaba a que no esperaban ser identificados. Los cuatro habían escapado, sin ningún tipo de culpa de la escena del crimen, en el cual habían atropellado a Soledad Alarcón, mujer embarazada a la que dejaron morir contra el asfalto.
Ellos no estaban siendo liberados, no lo había hecho luego de las amenazas de mis superiores y no lo haría ahora que el caso era de conocimiento público.

Sin embargo los Montes acuña y secuaces, esperaban que extraviara la evidencia o la dañará, que desestime la declaración de los testigos y que ayude a los delincuentes que tenían como hijos.
Pero eso no estaba sucediendo y no sucedería, no mientras esté caso me perteneciera y ni siquiera el comisario se atrevía a sacarme de el, o la opinión pública exigiría su puesto.

Esto no iba a acabar pronto, pero aunque sabía que los padres de los acusados no se quedarían quietos, no esperaba que comenzarán a atentar contra la ciudad. Estos incendios no eran casuales, ni las amenazas que solía recibir diariamente, pero aún así, no podía señalarlos directamente como los culpables, sin pruebas suficientes.
De igual manera, aunque está situación me tenía furioso, completamente envenenado por la cólera, no fue hasta hoy que termine de perder la paciencia que conservaba.

La había sentido, había captado su olor en el edificio incendiándose y no sabía si estaba en peligro o siendo una espectadora más. Había tratado de ingresar al lugar, sin importarme lo que me hubiera podido suceder, pero mis intentos fueron en vano, al ser detenido por el imbécil jefe de la estación de bomberos.
Nunca nos habíamos llevado muy bien, a mi entender, el imbécil quería ser tildado y alabado como el héroe entre los ciudadanos y era todo lo contrario. Él debería haber sido quien lideró el trabajo de hoy, sin embargo se quedó afuera del edificio, posando para las malditas cámaras, mientras los suyos se exponían.

Lo único que me daba un poco de tranquilidad, era el hecho de que no había habido ninguna pérdida humana y que habia entrevistado a los heridos del incendio y ninguno era ella.
Había estado tan cerca, tan malditamente cerca y no pude dar con ella.

—Prado, a mi oficina. —Levanté mi mirada hacia mi jefe, el cual lucía molesto y frustrado. —¡Ahora!

Me puse de pie, siguiendo al maldito hombre que creía que podría gritarme, al sentirse intimidado por los que se creían personas inimputables, solo por tener un poco más de dinero que el resto.
Pero este no era el caso, su maldito dinero no podría reponer la vida de la mujer y el bebé, que sus borrachos hijos habían arrebatado.

Entre a la oficina, cerrando la puerta detrás de mí y enfrente al hombre sentado en su escritorio.

—Esto está saliéndose de control. —empezó a decir, presionando su entrecejo. —Hasta ahora no ha habido muertos, pero no sabemos si continuará así.

—¿Y qué hacemos? No estoy dejando libre a esos idiotas, tengo pruebas que los incriminan y testigos que los señalan. Tampoco puedo ir y arrestar a sus padres, cuando no puedo demostrar su culpabilidad, aunque se que son los responsables.

—Tengo al maldito comisionado en mi jodida nuca, amenazando con decapitarme en cualquier momento, si no hago algo pronto.

—El que uno de los padres de estos chicos sea amigo del hombre, no significa que dejaremos de trabajar como se debe.

—Ya van tres incendios, no podemos exponer a la ciudad a otros.

—Iré a la estación de bomberos, tengo que hablar con Saucedo y ver si encontraron algo.

—Matías no tenemos mucho tiempo, no bromeó cuando te digo que me están presionando. No sé cuánto tiempo más podré resistirme a la orden de sacarte del caso.

Entendía sus palabras, sabía que hasta que no fuera removido del caso, estos no podrían arreglar las cosas para liberar a los asesinos.

—Mantente firme, si nos presionan es porque saben que están jodidos.

—Aquí el jefe soy, no puedes darme órdenes. —pero movió las comisuras de sus labios, formando una sonrisa. —Pero odio que traten de amenazarme, por lo que no les daré el gusto de sacarte. Ahora empieza a conseguir pruebas que nos ayuden a encerrar a estos incendiarios, antes de que se me acaben los recursos.

Asentí y tras informarle a dónde me dirigiría, salí de la oficina y caminé hasta mi escritorio, tomando mi teléfono y las llaves del auto, antes de salir de la comisaría.
Odiaba tratar con el jefe de bomberos, pero si queríamos impedir que personas inocentes se vean perjudicados por algún nuevo atentado, deberíamos unir fuerzas.

No era nuevo para nadie que los incendios habían sido provocados, pero no había nada que incriminara a las familias de mis detenidos.
Debería estar terminando mi turno, regresando a mi casa para descansar al menos unas horas, pero en su lugar estaba conduciendo hasta el otro lado de la ciudad.

No había tenido una comida decente en las últimas cuarenta y seis horas, tampoco un descanso de más de diez minutos, pero al parecer ambas cosas deberían posponerse hasta conseguir algunas respuestas.
Continué manejando durante veinte minutos más, hasta que me detuve frente a la estación.

Bajé del auto y miré al interior, encontrando el camión estacionado, por lo que sabía que estaban aquí y no en otra emergencia.
Me adentré, pero no vi a nadie en la recepción. Me quedé allí, esperando que no tardarán demasiado en hacerse presentes o no dudaría en irrumpir y buscarlos yo mismo.


Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora