24.

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Christine



¿Qué demonios podía estar bloqueando la puerta?
No importaba la fuerza que ejerciera, está continuaba cerrada, manteniendo a los demás atrapados.

Si no hacía algo pronto, los cimientos del lugar terminarían de ceder, provocando que todos aquí terminaramos muertos. O el humo o el fuego, harían ese trabajo.

-¿Necesitas ayuda?

Volteé al escuchar la voz de mi padre y me sorprendí al encontrarlo allí, no solo a él, sino a mis demás tíos, vestidos con el uniforme.
Sin embargo, quien más llamo mi atención fue mi hermano. ¿Que demonios hacia él aquí? No tenía preparación para esto, no conocía el reglamento a seguir. Pero antes de cuestionarlo, debía sacar a los niños.

-La puerta no cede y hay niños atrapados.

-Nos haremos cargo de esto. Christine, Uriel, ustedes quédense y nos ayudarán a evacuar a los niños. Los demás, busquen en las demás habitaciones.

En cuanto Jack lo ordenó, me alejé de la puerta, observando como él y mi padre, comenzaban a empujar la madera trabada. Al poco tiempo, está comenzó a ceder, abriéndose poco a poco.
Dentro habían diez niños, que variaban en edades y los cuales fuimos sacando poco a poco.

Cuando bajé las escaleras con el último niño, escuché un grito, el cual provenía del primer piso.

-¿Son todos Christine? - observé a Pereyra y negué.

-No, aún queda uno. -le entregue al niño en mis brazos -Sácalo de aquí, este lugar no tardará en colapsar.

-Pero, ¿Y tú?

-Estaré bien, sabes que soy más rápida que tú. -entonces volví a oír el grito desesperado - Pero saca al niño, ahora.

Le di la espada y corrí hasta el lugar del cual provenía el grito de auxilio.
Llegué a la pequeña cocina y no veía a nadie, pero sabía que desde aquí había escuchado el grito.

-Hola, estoy aquí para ayudarte. Sé que estás asustado, pero debemos salir de aquí rápido. -Mientras hablaba, miraba hacia todos los lados, sin ver a nadie.

-No puedo caminar. -escuche una pequeña voz.

-¿Dónde estás?

-Aquí. -Vi la pequeña mano alzarse, desde debajo de la mesa. -Me duele mucho mi pierna.

Entonces vi la razón por la que le dolía. La pequeña niña, tenía una gran herida en la pantorrilla derecha, la cual necesitaría muchos puntos.

-No te preocupes, te sacaré de aquí. -Prometí y lo haría.

Me agaché, levantándola en mis brazos, tratando de no provocarle más dolor del que imaginaba debía estar sintiendo.

-Estábamos jugando a las escondidas cuando ese hombre nos asustó. - explicó la pequeña, probablemente tratando de no pensar en su dolor. -No sé permiten hombres aquí, la encargada siempre lo dice.

No dije nada, porqué, ¿Qué podía decirle?

-Con las demás corrimos y me caí, entonces grité y nadie me escuchó, porque todos gritaban fuego y corrían, entonces me escondí bajo la mesa, porque no podía caminar.

-Hiciste bien pequeña, buscaste un lugar seguro, esperando a que viniéramos por ti.

-Vi a otros con la misma ropa que tú, pero no hice ruido, no sabía si era aquel hombre.

Con razón no la habían sacado de aquí antes.

-Ahora vamos a sacarte de aquí, agárrate fuerte de mí. -cuando sus manitos se aferraron a mí, comencé a avanzar hacía la salida.

A pocos pasos, la puerta principal no resistió y cedió, provocando que la niña gritara y que yo diera varios pasos hacia atrás.
¿Ahora qué haría? ¿Por donde saldríamos?

Saqué mi radio y no tarde en pedir ayudar.

-¿Dónde estás Christine? -esa no era la voz de ninguno de mis compañeros, esa voz pertenecía a mi padre.

-Estoy atrapada dentro, tengo una niña conmigo.

Desde aquí podía escuchar los gritos de mi padre, de Jack, Ryan, Saucedo y Matías. Todos, a excepción de mi jefe, querían tratar de despejar la entrada, mientras Saucedo quería que busque otra salida.
Caminé de regreso por el lugar por el que habíamos venido, esperando que en la cocina hubiera una puerta trasera. Pero cuando finalmente di con ella, se encontraba cerrada con doble cerradura.

-Tengo miedo. - murmuró la pequeña, mientras la senté en el suelo, lista para forzar la puerta a abrirse.

-No pequeña, todo va a estar bien, te prometo que te sacaré de aquí.

Aunque no sabía cómo demonios haría para cumplir esa promesa.
Golpeé la puerta varias veces, hasta que se rompió y respiré tranquila.

Volví a tomar a la niña y salí del edificio en llamas. Pero afuera no había mucha diferencia.
El humo oscuro nos dificultaba respirar, no solo eso, ya sentía el ardor intenso en mis ojos y no podía evitar cerrarlos cada tanto y refregarlos con mis dedos.

Tenia que llegar al lugar donde se encontraban los demás y conseguirle algún paramédico a la pequeña. Mientras más tardaran en atenderla, más sangre perdería.
Tosí un par de veces, sintiendo el ardor en mi garganta y continúe caminando.

-Christine, ¿Sigues ahí? - busqué el radio en el bolsillo del uniforme y me detuve, tratando de normalizar mi respiración.

No me había dado de cuánto aire me faltaba hasta ahora.

-Estoy afuera, salí por atrás. -otro ataque de tos llegó. - Necesito un paramédico, la niña está herida.

-¿Y tú?

-Yo solo necesito respirar unos momentos.

Y no mentía, solo necesitaba unos minutos y algo de oxígeno.

-Enseguida daremos la vuelta, quédate ahí.

En mis planes no estaba moverme, pero aún me faltaban pasos para llegar hasta la calle.
Avance decidida, sintiéndome mejor al saber que habíamos conseguido evacuar a todos los pequeños, aunque el edificio no parecía que iba a correr la misma suerte.

Era evidente que sería complicado extinguir todo este incendio. De igual manera, conocía bien a mis compañeros y no descansarían hasta apagarlo.
Cuando crucé el portón, me alegre de ver qué la ambulancia ya se encontraba aquí. Me apresure hasta ellos y le entregué la niña, apoyándome en el frío hierro, bajo la atenta mirada de todos los allí presentes.

-También necesitas oxígeno, ven conmigo. -negué hacía la mujer, la cual casi me arrastraba hasta el interior de la ambulancia.

-Estoy bien, es la niña quien necesita atención .

-Y la tendrá.

Asentí y permití que me pudiera la máscara, inspirando con fuerza el oxígeno que de allí salía. Me relaje tanto, que no escuché lo que dijo la enfermera. Solo sentí el pinchazo en mi brazo.

-¿Qué me inyectaste? - pregunté un poco mareada.

-Lo siento, trabajo es trabajo.

Y no escuché más, me perdí en la oscuridad, rezando porque los demás se apresuraran. Después de todo, solo debían dar vuelta a la calle.







Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora