30.

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Matías





—¡Christine! — grité, completamente desesperado, al igual que Robert.

Todo a nuestro alrededor pareció, de pronto, detenerse. Me encontraba petrificado en mi lugar, observando  todo ocurrir en cámara lenta.
Christine se encontraba a pocos pasos, con los ojos cerrados y con un hilo de sangre corriendo a través de su oreja derecha.

Cuando el cuerpo comenzó a caer hacia atrás, salí de mi parálisis y corrí hacia ella, tomándola en mis brazos.
Su respiración era entrecortada y seguía presionando con fuerza sus ojos.

—¡¿Qué demonios?! —Escuché gritar a Michael detrás de mí. — ¿Por qué mierda le disparaste a pequitas, Benjamín?

—No le disparé a ella, sino al imbécil que la tenía. ¿Creías que dejaría que le hiciera algo? Lo tenía perfectamente en la mira para un disparo limpio.

—¿Disparo limpio, imbécil? Mi hija estaba en medio. —compartía las palabras que Robert acababa de decir.

Por más seguro que estuviera de lograr darle, no estaba de acuerdo que disparará, no cuando estaban usándola de escudo.
Los ojos de Christine se abrieron de golpe, en completo estado de stock, observándome como si fuera un desconocido.

—Tranquila lobita, ya estás fuera de peligro.

Su respiración seguía agitada y podía entenderla, pero ahora mismo quería ayudarla a ponerse de pie .

—¿Cariño estás bien? —Robert se acercó a nosotros, acariciando un lado de su cabeza.

—No. —fue lo único que dijo, antes de tratar de llevar sus manos hacia adelante, no lograndolo por las esposas que la apresaban.

—A ver, permíteme encargarme de esto.

Llevé mis manos a sus muñecas y ejercí fuerza hacia los lados, hasta que la cadena que las mantenía juntas, se rompió.
La vi llevar su temblorosa mano hasta su oreja, para luego acercarla a su rostro y fruncir el ceño.

—¿Me disparaste? —Preguntó, con la mirada clavada en Benjamín.

—No era a ti a quien quería herir, solo tienes una rozadura. — no pude evitar clavar mi mirada molesta en él. —Hice lo que se debía hacer. Ese maldito no estaba dispuesto a negociar, solo quería ganar tiempo.

Volví la mirada hacia el hombre muerto junto a nosotros, observando como Benjamín había acertado, ciertamente, un disparo perfecto en medio de su frente.

—Podrías haber esperado a que quitaramos a Christine del medio.

—Ambos sabemos que eso iba a ser difícil, Robert. El desgraciado la hubiera golpeado y disparado, si no lo hacía yo antes.

—Estoy bien, entiendo lo que pasó, no es por ello que estoy así. —Todos observamos a Christine, mientras daba pequeños golpecitos en su pecho. — Me siento aún mareada, no se que me inyectaron.

Así que esa era la razón por la cual parecía desorientada e ida.

—No mientas pequitas, Benny debió ser más cuidadoso. Solo espera que gruñoncita se entere de esto, disfrutaré verla patear con fuerza sus bolas. —A pesar de todo, ella sonrió y me hizo comenzar a tranquilizarme.

—Cállate Michael.

—Montes Acuña escapó. — dijo de golpe, haciendo una mueca de asco. —Voy a matarlo, es un maldito degenerado.

—¿Te hizo algo? — pregunté, consciente de que su respuesta me llevaría a buscarlo y acabar con él.

—Me besó y trató de manosearme. Se aprovechó de que no podía defenderme.

Jugando limpioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora