1.2 Compañeros

2.1K 314 145
                                    

En el interior de la prisión, Limei golpeó una mesa hasta tirarla, las velas cayeron al piso rompiéndose, solo una se mantuvo encendida dejando el lugar más oscuro que antes, en esa situación, Limei solo lamento no tener más objetos para tirar al suelo.

Gritó por su impotencia – todavía no ha pagado, todavía no sufre lo que yo sufrí, lo quiero de vuelta, ¿dónde ésta?, ¿qué le hiciste?

– ¿Yo? – bufó – fuiste tú la que exageró en su venganza, yo no te dije que lo dejaras en éste estado, cuando estabas bajo el yugo de Odcar sus sirvientes curaban tus heridas y después de recuperarte por tres días te enviaban para ser torturada de nuevo, el truco está en casi matarlo, no en matarlo – no todo era mentira, era cierto que el general no murió, pero fue más por su voluntad que por el trato que recibió, en esos años en prisión él estuvo al borde de la muerte en cuatro ocasiones, ésta fue solo la segunda.

Limei gritó de nuevo, sus alaridos se escucharon fuera del lugar, pero nadie se atrevió a irrumpir, hicieron bien, ella los habría enviado a azotar – lo quiero de vuelta, tráelo de la muerte.

– Dije que era un alma errante, nunca hable de resucitar personas, su alma ya se fue, será mejor que lo dejes ir.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no eran lágrimas de tristeza, eran de desesperación – no puedo hacer eso, no sabes lo que me hizo, no sabes por lo que tuve que pasar.

– Sí lo sé – sonrió, pero no había alegría en su mirada, sino una profunda nostalgia.

– No lo sabes, no te atrevas a mirarme de esa forma, no sabes lo que es ser lastimado al punto de desear la muerte solo para despertar y darte cuenta que sigues con vida.

– Lo sé – su voz se llenó de decisión – ser golpeado, torturado, violado, mutilado, forzado a comer en el suelo, ser tratado como si fueras basura, quemado por diversión, envenenado hasta arrancarte la piel del cuerpo por culpa del veneno, lo que tu viviste por diez años yo lo padecí por veintisiete, por eso dejé mi mundo, así que no atrevas a decirme que no sé cómo se siente.

Hasta ese momento, Limei había pasado por alto las heridas del hombre frente a ella, los huesos rotos, las laceraciones, todas esas heridas estaban ahí y no habían sido curadas, pero la persona que estaba en el cuerpo del general hablaba con ella como si estuvieran en un día de campo, como si las heridas fueran poca cosa, la hicieron olvidar su existencia. Por un segundo sintió que frente a esa presencia no tenía derecho a hablar de su dolor.

Odio ese sentimiento.

– Esa tortura, te la causó el príncipe Odcar al que tanto odias, al imitarlo, no eres mejor que él.

Las lágrimas corrieron por el rostro de Limei, Dogo sabía que ella superaría ese dolor, dejaría a otro hombre entrar en su vida y el resentimiento que tenía contra el general desaparecería, pero en ese momento, a tan solo medio año de su regreso, todavía había amor, un amor podrido y enfermo pero un amor muy fuerte, ella lloraba la pérdida de un ser amado.

Dogo planeaba llevarse a la tumba el secreto de que fue él quien lo mató.

Después de una pequeña pausa, Limei se sentó en el suelo junto a los barrotes dándole la espalda, la única vela osciló en la habitación, sí Dogo tuviera malas intenciones habría podido intentar matarla o por lo menos hacerle daño, eso significaba que ella creía en sus palabras y también creía que no era una mala persona.

– No planeaba hacer esto, solo quería que fuera a prisión, pero él me miró y me preguntó, por qué, ¿por qué me odias tanto?, entonces me di cuenta – lloró de nuevo y limpió sus lágrimas – haré que curen tus heridas en secreto y diré que has muerto, pero no puedes quedarte con ese rostro.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora