5.9 Ermitaño (1)

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El cronometro en el cubo mostraba siete horas, el calor era insoportable y cerca de cuarenta magos se habían reunido en una habitación con aspecto de juzgado donde se encontraba una gran lanza de oro flotando cerca del techo.

La magia de hielo de Alicia comenzó a fallar.

– ¿Qué secta es esa? – se refería al grupo de cinco hombres altos de cuerpos fornidos y magia de fuego, no había variedad en sus poderes, todos usaban lanzaban ataques de fuego y el aire se sentía pesado.

– Están consumiendo el oxígeno de la habitación, no podremos quedarnos por mucho tiempo – alegó Sieno.

Elliot negó con la cabeza – mejorará cuando ellos se vayan – se refería a las otras sectas de menor nivel que apenas podían sostenerse.

– Si, claro.

La secta de fuego se preparó y Elliot dio un paso al frente.

En ese momento donde la batalla era inminente, la tierra tembló.

No se trataba de un temblor normal donde la tierra vibraba, más bien, fue como si alguien tomara toda la habitación y la empujara hacia un costado, muy pocos pudieron mantenerse de pie.

– ¿Qué fue eso?

– ¿Qué está pasando?

Saki tuvo un mal presentimiento, sacó el cubo y buscó las habitaciones que Elliot le pidió revisar, una de ellas tenía una gran y gigantesca grieta y de ese espacio se generaba un portal.

Una tras otra, las sectas se movieron a través de los portales para llegar a la habitación que estaba a punto de conectarse.

El salón con grandes piedras en el suelo se volvió un lugar concurrido y en el centro se encontraba el chico que no temía abrirse paso entre las trampas cerca de la entrada.

Por el tiempo de cinco minutos diferentes magos siguieron llegando, lo que llevó a Elliot a pensar que la secta Amatista no era la única con la información y se la habían vendido como una ofrenda de paz.

¡Vaya broma!

A medida que la grieta se incrementaba, la tierra temblaba y las rocas del techo caían al suelo. Gotas de sudor cubrían el rostro del chico en el medio del salón con el brazo extendido hacia la grieta.

Diez minutos más.

Nadie movió un solo músculo, estaban esperando de la misma forma en que lo hacían cuando la entrada del castillo se abrió.

Media hora.

La grieta emitió un sonido extraño al abrirse, la luz que resplandecía del otro lado se volvió amarilla y tenue, la imagen que vieron fue la de rocas amarillas cubiertas de tierra, la luz desapareció y solo restó un portal sin forma definida, como una abertura forzada en una pared, una gran grieta con espacio de medio metro en su punto más bajo, suficiente para que una persona lo cruzara.

La mano del mago espacial bajó y él cayó al suelo, irónicamente, el mago que había gastado toda su energía, fue el último en cruzar la grieta después de que magos de ocho sectas diferentes atravesaron el umbral y llegaron a la habitación ampliamente iluminada.

Silencio.

Vacío.

A primera vista no había tesoros, más bien caminos sin portales.

Elliot buscó a Saki y lo jaló del cuello de la camisa – revisa el mapa, ahora – le gritó y al hacerlo le escupió en la mejilla algunas gotas de saliva.

Saki se limpió y sacó el cubo, agrandó la habitación en la que estaban, su forma era amorfa y dentro había por lo menos una docena de túneles entrecruzados.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora