5.1 Magia espacial

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Una mujer alta y de cuerpo exuberante caminó de un extremo al otro frente a una docena de niños, las edades distaban entre los cinco y los diez años, algunos se mostraban entusiasmados, otros melancólicos y algunos más, demasiado temerosos como para levantar la cara, la mujer sonrió, su nombre era Galata y no tenía la intención de asustarlos pero encontraba divertida esa reacción, levantó los brazos y habló – hoy, han decidido entrar a la secta Anura, ya han tenido tiempo para decidirlo, ¿qué camino elegirán?

Un niño de entre la multitud levantó la mano, aparte de otro chico alto, era el único con una gran sonrisa en los labios y sus pies se ponían en punta para sobresalir del resto, la mujer lo miró y lo señaló, el chico no podía ser más feliz – seré un mago espacial.

El rostro de Galata cambió por completo y su sonrisa se convirtió en un gesto, ¿dijo magia espacial?, luego sonrió cómicamente – es interesante que la conozcas, pero creo que es una decisión apresurada, tengo curiosidad, ¿qué te ha hecho decidirte?

El niño negó con la cabeza – yo no lo decidí, lo hizo el destino.

– Hay tres cosas que debes saber – esa fue la primera frase que el pequeño Saki escuchó cuando entró a una extraña habitación, el lugar estaba atestado de una extraña energía y la voz de un hombre con ropa de monje le explicó que debía cuidar ese espacio, permitir que la energía se drenara muy lentamente y lo más importante, tenía una pareja predestinada.

El pequeño de seis años miró con los ojos muy abiertos y cuando la secta Anura reclutó en su aldea, sin dudarlo se inscribió.

– El destino lo decidió.

Con una sonrisa en los labios, repitió la respuesta, con la mirada al frente no vio el momento en que su madre se cubrió la cara por la vergüenza y Galata comenzó a reírse – entonces no se diga más, serás un mago espacial.

Los demás niños miraron a Saki con un poco de envidia, pero las pocas personas detrás de Galata lo miraron con burla, lo irracional de sus palabras lo sabría en los años siguientes.

Los doce pequeños se separaron de sus padres y los miraron por última vez antes de cruzar por un portal en dirección a una gran montaña, llegar a ese punto y mirar hacia el cielo se sintió irreal, esa era la montaña más grande que vieron en sus vidas y en poco tiempo sería su hogar.

En un parpadeo, tres años pasaron.

Sentado en un banquillo con un gran libro de pergamino amarillo abierto sobre la mesa, Saki suspiró.

Cuando recién ingresó a la secta creyó que la vida sería más simple, estudiaría para convertirse en un mago espacial, entonces podría resolver el problema en su jardín personal, el dueño anterior se dio a la tarea de reunir energía y terminó reuniendo tanta que la energía se saturó en el espacio convirtiéndolo en un caos, era responsabilidad de Saki encontrar una solución, una pequeña sensación de disgusto lo abrumó, él no fue el estúpido que recolectó energía de más, ¿por qué debía ser el que limpiara el desastre?

Metió la cabeza junto con su expresión de niño de nueve años afligido dentro del libro y se lamentó.

Tres años.

Tres años completos y todo lo que había hecho era estudiar las bases de la magia espacial, así como las fuerzas principales del mundo y sus atributos secundarios, claro, eso hacía en el tiempo en que no estaba cargando agua, recolectando plantas, cortando leña o limpiando.

¿Cuál recolectar discípulos?, la secta Anura claramente fue a conseguir sirvientes, a ese paso no se convertiría en un mago espacial en toda su vida.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora