4.22 Ataque a la media noche (1)

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Damon estaba molesto – puedo defenderme solo.

Liam resopló – no puedo explicártelo, pero sé que hay algo diferente contigo, más bien, con tu alma – no quería decir que su sistema lo reconocía como un error, pero quería que él comprendiera que era un asunto serio – debes tener paciencia.

– ¿Paciencia?, él asesinó a mi padre.

– Y pagará por ello, de una forma en la que no podrá escapar de nosotros, si vas allá ahora y le atraviesas el corazón con una daga, su alma migrará, esperará a que ambos estemos muertos y volverá a tratar de conquistar este mundo, ¿eso es lo que quieres?

Con los dientes apretados, Damon tuvo que admitir que había algo de cierto, ese hombre con su habilidad de poseer cuerpos, si el príncipe no estuviera a su lado, él jamás habría descubierto que el villano al que perseguía seguía con vida. Sus manos temblaron por la rabia.

– Damon, cuando llegue el momento, no puedes usar ese poder, tienes que confiar en mí.

Esa palabra se sentía tan pesada, Damon levantó la cabeza para calmarse y respiró profundamente, su temperamento por lo general era calmado y podía contar con los dedos de una mano el número de veces que perdió su buen juicio, pero en esa ocasión, se trataba de su familia.

¡Confianza!

De reojo miró en dirección al sillón donde Dalaila dormía y recordó la escena que presenció al llegar, en su mente también apareció el rostro de Lucios.

– Es gracioso, desde que te conozco no has hecho otra cosa más que pedir cosas, me pediste que te entregara a mi pintor, que olvidara mis pinturas quemadas, o que viniera al norte contigo, y ahora me pides que confíe en ti, acabo de darme cuenta de que soy un mal negociante. Todas las ventajas son tuyas – después de decir esas rudas palabras, dio la vuelta para marcharse, su cabeza era un lío, necesitaba hacer una pausa y pensar las cosas detenidamente.

No puedo alejarse.

La muñeca de Damon estaba siendo sujetaba con fuerza y Liam tuvo que mirar dos veces para entender lo que estaba haciendo, esa escena por lo general ocurría al revés, era Dogo quien estaba detrás suyo, insistiendo en que nunca lo dejaría ir.

– ¿Qué quieres?

Y, por el contrario, en esa habitación, era Liam quien lo estaba deteniendo.

– Pide algo.

– ¿Qué?

– Dijiste que soy yo quien hace todas las peticiones, pídeme algo, lo que sea.

Damon sonrió – no tienes algo que yo quiera.

Liam se negó a soltarlo – lamento haberte abandonado, no quería dejarte de ese modo.

Esas palabras, no estaban dirigidas a Damon, intentaba enviarle un mensaje a Cedric, el chico tímido y cabizbajo al que dejó porque pensó que estaba haciendo lo correcto.

– Te prometo que no volverá a suceder, jamás volveré a dejarte – Liam dio dos pasos adelante sin soltar su mano y acunó la mejilla de Damon sin darle oportunidad de decir algo, la distancia entre ambos desapareció y lo besó tiernamente con un pequeño contacto de sus labios cálidos y húmedos.

El rostro de Damon fue cambiando de color y algo en su interior le provocó un dolor dulce y amargo, una lágrima rodó por su mejilla, solo que no sabía por qué estaba llorando, aceptó el beso y atrapó el cuello de Liam con sus brazos fundiéndose en ese momento.

La espalda de Liam se golpeó contra la pared, recargado sobre su cuerpo Damon estaba de puntas devorándolo y profundizando en el beso, sus manos bajaron hacia el borde de la camisa de Liam y desde ahí subió hasta su pecho.

– Espera

Una habitación custodiada por tres hombres, incluido Minus y en donde una chica muy atormentada dormía.

– Será más tarde, tenemos que volver al salón.

Liam ya había puesto su relación como prioridad por mucho tiempo, todavía había un rey mirando por encima de sus cabezas y un plan que poner en marcha, salió de la habitación para conseguir un carruaje que llevara a Dalaila a su casa y después regresaría al campamento sin más encuentros familias.

En cuanto a Damon, bajó los escalones iluminados hacia el gran salón y se dejó ver por los invitados, tomó un durazno de la pila de fruta, le dio una gran mordida, escupió la semilla en una bandeja plateada provocando un sonido de tintineo para llamar la atención y se dirigió a la entrada.

– Príncipe Amenfor – dijo el Barón Renald al verlo irse – se va tan pronto, el baile no ha comenzado y una persona como usted, estoy seguro que disfrutará del espectáculo.

– ¿Qué espectáculo?

– Danza de espadas, las mujeres que lo ejecutan usan velos para cubrir sus rostros, no así los hombres que llevan la mitad del cuerpo descubierta – se notaba en su rostro que no le agradaba hablar de la desnudez masculina.

Damon sonrió – no sabía que tuvieras esos gustos, toma mi consejo, no los busques demasiado velludos, se atoran entre los dientes – señaló sus colmillos y se fue.

El rostro del Barón Renald fue adoptando diferentes colores por la vergüenza y la humillación que significaba hablar con el príncipe Damon.

Minus se cubrió el rostro con el abanico para reírse y aplaudir el comentario de su joven amo, lo siguió afuera del castillo y entre los dos buscaron al caballo de oscuro pelaje con dos colas y físicamente más grande que cualquier otro caballo.

Daro.

– ¿Dónde está?

Solo con un vistazo Damon se dio cuenta de que su caballo no estaba y tuvo un mal presentimiento, metió dos dedos en su boca y silbó.

Sin respuesta.

Segundo silbido.

Sin respuesta.

Tercer silbido.

Se escuchó un relinchido y de la parte posterior del castillo apareció el caballo negro, dos hombres trataban de seguirlo y ninguno pudo atraparlo, al llegar frente a su amo el gran caballo negro levantó las patas delanteras dejando ver el pequeño rastro de sangre, los caballos salvajes eran conocidos por ser bestias feroces y asesinas, Damon se sintió orgulloso – vamos chico, tenemos que irnos – montó sin problemas – Minus.

– ¿Sí?

– Deja las botellas.

Entre su ropa, Minus ocultó cuatro botellas y estas hacían que su estómago se viera hinchado como si estuviera embarazado – amo, yo, descubrí que las etiquetas son diferentes, este es un licor muy bueno – se abrazó el estómago dando más la impresión de un embarazo.

Damon rodó los ojos – haz lo que quieras.

El banquete todavía no terminaba, pero el evento tan esperado de esa noche jamás fueron la comida o el baile, sino lo que vendría después, el ataque al campamento del clan Amenfor.

Daro fue más veloz que cualquier caballo y con los gritos de Damon se abrió paso fuera de la ciudad ignorando transeúntes, soldados y barricadas, los guardias en la entrada fueron alertados y comenzaron a bajar las puertas, pero no había forma de que pudieran hacerlo a tiempo y Damon atravesó las puertas con destino al campamento.

El hombre que fue dejado a cargo, era Angus.

Tal y como lo esperaban, esa noche mientras los dos hombres más fuertes estaban fuera, los hombres de Sacer Min Demolian atacaron y para cuando Damon cabalgaba de vuelta, lo que vio fue una inmensa columna de humo que provenía del campamento.

– Bastardo.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora