6.3 Duro despertar

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Un techo blanco, cortinas blancas con camel, la pintura de una casa de piedra con una torre y un librero ordenado. Se levantó muy despacio y caminó entre la ropa y paquetes de condones que estaban tirados en el suelo con una gran pesadez y una sensación incomoda en la cadera.

En la entrada del baño había un celular en el suelo, abrió la puerta y la luz se encendió con su presencia, el gran espejo le devolvió una imagen de sí mismo con marcas de mordidas y chupetones cubriendo su cuello, hombros y pecho.

Por el rabillo del ojo alcanzó a ver una pierna sobresaliendo de la sábana en el reflejo del espejo.

Se acostó con un completo extraño – ¡por todos los cielos! – tenía que salir de ahí, tenía que salir tan rápido como fuera posible.

Tomó su ropa del suelo y se vistió apresuradamente, olvidó el cinturón, se puso el pantalón, la camisa, recogió la chaqueta, tomó sus zapatos, buscó su celular y notó que la pantalla estaba rota – ¡qué mierda! – salió corriendo hacia el pasillo y ubicó el elevador, se puso la chaqueta para no parecer demasiado obvio, llegó a la planta baja, caminó un poco para saber en dónde estaba y tres minutos después se dio cuenta.

Ese era su edificio.

– ¿Qué quieres?, ¿ya tienes la información que te pedí? – sonó la voz de Gregory en el otro lado de la línea.

Nicolás no esperaba que su novio recordara su aniversario, pero lo que no esperara, era ser visto como un buscador conveniente de chicas.

¿A qué demonios se estaba aferrando?

– ¿Somos novios?

– ¿Qué?

– Necesito que respondas, ¿esta es una relación normal?, porque no necesito un novio de nombre, estuve de acuerdo en que no nos vieran juntos por que dijiste que no era bueno para la empresa y acepté que vieras mujeres porque según tú eso evitaría sospechas, pero si ni siquiera puedo pasar una tarde completa contigo, ¿para qué demonios te necesito?

– ¿Dónde estás?

– No es importante.

– ¿Alguien te escuchó?, dame tu dirección enviaré un coche para que te lleve a casa, estás ebrio.

Nicolás sonrió de forma burlona – lo que en verdad te preocupa es que haga alguna locura, ¿cómo cuál?, ir a la fiesta donde estás y gritarles a todos que soy tu novio.

Hubo silencio.

– ¿Dónde estás?

– Donde no te importa – colgó la llamada y estrelló el celular contra el piso afuera del baño, cuando lo recogió la pantalla estaba rota.

- Bebe un poco – le dijo el desconocido ofreciéndole una botella de agua.

Sacó su celular del bolsillo y miró la pantalla rota, luego regresó la vista hacia su edificio – es mi vecino.

Habría preferido hacerlo con un completo extraño al que no tuviera que volver a ver en su vida, dio la vuelta para volver al elevador y su mano se detuvo junto al número cinco, al hacerlo, no pudo encontrar el número.

– ¿Estás bien?

No lo estaba, se estaba cayendo y en lugar de preocuparse por el sitio, abrazó al hombre a su lado – estoy perfectamente bien.

– Estás ebrio – escuchó una risa.

¿Por qué ese era un problema?, entrecerró los ojos y se aferró a la sudadera para darle una mordida en el cuello al hombre que lo estaba sujetando, mordió la tela del cubrebocas y quitó la cinta que lo aferraba a la oreja con su mano izquierda revelando un rostro muy atractivo – no eres feo – lo besó.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora