Las piedras que formaban el suelo caían en grandes bloques cuadrados a gran velocidad y pronto no quedaría un camino para escapar, los cinco corrieron tan a prisa como les fue posible, Alicia se quedó atrás, su pie se torció en un mal movimiento y cayó al suelo, viendo que los demás la dejaban, gritó – Elliot.
Elliot miró hacia atrás y volvió por ella, su velocidad aumentó varias veces, llegó a su lado y la cargó.
Cuando Alicia lo abrazó, se escuchó el sonido de un tintineo, pero ninguno le prestó atención, las piedras siguieron cayendo hasta alcanzarlos, Alicia cubrió el suelo con hielo y ambos resbalaron hasta llegar a la salida, Rango y Sieno los sujetaron.
Todo el piso de la habitación había desaparecido y en los costados se podían ver extrañas puertas, poco después, el piso volvió a formarse como si nada hubiera pasado.
– Malditas trampas – dijo Rango al dar la vuelta – más te vale que ese cuarto valga la pena – cruzó la entrada.
Una habitación similar a una cueva con plantas creciendo en las paredes y una gran escultura en el centro y lo más importante, un suelo cubierto de cristales.
Rango apretó los parpados y se pellizcó la mejilla para saber si eso era un sueño.
Gritos de júbilo.
Los cristales de fuego eran comunes, los de hielo y tierra no tanto, pero los cristales de trueno eran especialmente difíciles de encontrar y ahí había más de veinte, rápidamente los fueron guardando en sus anillos espaciales tratando de separar los que les eran útiles, Elliot miró las paredes y revisó las plantas, con ayuda de un pequeño libro era posible identificar cada planta, sus propiedades, antigüedad y usos, revisó una al azar y leyó el número en voz alta.
– Mil doscientos cincuenta años.
Todos guardaron silencio.
Las plantas de esa habitación tenían más de mil años.
Solo con los cristales ya habían encontrado un gran tesoro, miraron las plantas y comenzaron a tomarlas.
El único que mantuvo una actitud tranquila fue Saki, los únicos cristales que le importaban eran los de magia espacial y había muy pocos de ellos, nadie compitió por él para tomarlos y a nadie le importó que lo hiciera.
Un cuarto secreto con un gran tesoro donde nadie había puesto un pie antes, se sentía como un sueño, sin dudarlo tomaron todo lo que podían.
Rango miró la escultura convencido de que escondía un gran tesoro, deslizó las manos por la piedra y sin dudarlo golpeó la base para descubrir una planta con tres grandes flores blancas, sus ojos se iluminaron, extendió las manos y una flecha le atravesó ambas palmas.
Su grito fue abrumador.
En el umbral de la entrada, una mujer con un vestido violeta les dedicó una sonrisa – no deberían ser tan egoístas, en la ley de la selva el fuerte vence al débil, en la ley de la sociedad, el débil paga tributo al fuerte.
La secta Amatista los había encontrado.
Había momentos para correr y momentos para pelear, las siete mujeres usando el mismo vestido se desplegaron en la entrada, su líder, Mirella Dala, caminó con pasos ligeros, giró sobre sus talones y sonrió – hay formas civilizadas de resolver esto.
– Si, las hay – dijo Elliot mostrando su espada, los truenos la iluminaron en un tono verde claro y se lanzó al frente listo para pelear.
Mirella sonrió y respondió el ataque.
Las seis magas de la secta de la luna también atacaron y contra ellas, Rango, Sieno y Alicia tenían que ser suficientes. Tal cosa, era imposible.
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No soy un virus, soy un acosador (primera parte)
RomanceDespués de invadir el sistema de un viajero de mundos, Dogo logró abrirse paso a un nuevo cuerpo y a una nueva vida. Esa nueva vida perfecta tiene un pequeño problema. - Por seducir al protagonista de esta historia y poner en peligro el mundo, voy a...