6.46 La tormenta en el horizonte

380 63 3
                                    

Con cincuenta y cuatro años, Liam corrió a la sala del hospital agitado.

Nicolás salió de casa muy emocionado, había terminado el diseño de una nueva línea a la que quería llamar ¡Princesa soñada!, y quería mostrarlo en la empresa, su chofer tenía el día libre y le pareció que no había algo extraño en conducir por su cuenta.

En el celular de Liam había un mensaje corto: ¡Lo lamento!

Dogo pensó que tendría más tiempo en esa vida.

Las fotografías se fueron apilando, la foto de su boda, la foto de unas vacaciones en la playa, una con su familia que incluía a una sobrina tan escandalosa como su hermana, imágenes de Elías y Leo enviadas desde una isla tropical, la foto de Aurora y Timothy con su hija y justo en el medio, la foto del día de su boda.

Fue una pena no guardar esas fotografías en su espacio.

Estaba conduciendo, se sintió adormilado, cerró los ojos y al abrirlos miró el techo.

Había vuelto.

Tenía una sonrisa ligera, fue un mundo tan tranquilo en un entorno nuevo y tan rodeado de personas.

Lloró, sonrió, se emborrachó en la boda de sus amigos y condujo una sola vez.

Miró miles de películas, pasó tardes completas comiendo palomitas y trabajó en algo que le gustaba.

Un mundo sin magia, un mundo con basura en las calles, política, criticas en internet y un mundo donde tuvo muchos amigos.

Y Liam estuvo ahí.

No tenía remordimientos, aunque no pudo quedarse por un siglo a su lado, el tiempo que pasaron juntos fue especial e importante, no cambiaría esas pocas décadas ni siquiera por mil años sin él.

Hubo una vez cuando notó que la pintura de ambos estaba inclinada, tomó una silla, subió, lo acomodó y cuando dio un paso atrás perdió el equilibrio, se preparó mentalmente para caer, pero sus pies jamás tocaron el suelo y el golpe para el que se había preparado no ocurrió, Liam llegó mientras él acomodaba el cuadro y lo atrapó para evitar que cayera.

Fue una gran vida y tenía tiempo para recordarla antes de que la siguiente aventura llegara.

Se levantó y sacudió el polvo de su ropa, notó algo extraño en sus dedos y los miró muy detenidamente. Si su memoria no estaba fallando, solía tener los dedos carcomidos, extrañamente, se veían normales.

Debió pasar cuando su alma sanó, pero no le prestó atención.

Fuera de su pequeña habitación, miró el edificio que mandó construir en su última vida, veinticinco pisos, un elevador y una fuente de poder que aceptaba cristales como energía, solo había un problema, si reencarnaba en un mundo que no fuera tecnológico, no sabría cómo usar el elevador ni como cambiar los cristales de energía.

Eso significaba que debía agregar nuevas líneas de código al programa del monje o

– Portales.

¿Quién necesitaba elevadores cuando tenía cristales espaciales?

A tres días de camino del edificio de Dogo, tierra pantanosa cubría el suelo volviéndolo totalmente negro, los árboles se solidificaron permaneciendo como esculturas, la vegetación moría y entre el fango, una serpiente se arrastraba, en los últimos años su tamaño se había duplicado y sus ojos brillaban en un tono rojo muy intenso, por encima de su cabeza siempre había nubes negras.

Las bestias y animales que rodeaban los pantanos se alejaban por temor a ser devoradas.

Dogo no lo recordaba, pero hubo un momento, un ligero destello en el que la serpiente asomó la cabeza por fuera del fango y su nombre atravesó el cielo hasta llegar a los labios de Nicolás.

– Mi nombre es Sacer Min Demolian, el conquistador

La frase no pudo completarse, Dogo recuperó su conciencia y él tuvo que regresar a las profundidades, pero no importaba, era paciente, pasó siglos esperando hasta que encontró a Tai e inició su cruzada y más siglos habían pasado desde que su cuerpo era el de una pequeña lombriz hasta su presente, podía esperar por mucho más tiempo.

Y un día, su fuerza lo llevaría de vuelta a la superficie y reclamaría lo que siempre debió pertenecerle.

En los siguientes años Dogo trabajó armando portales que iban desde una pequeña plaza hacía cada uno de los pisos, también actualizó la inteligencia artificial que le explicaba la situación a sus reencarnaciones y organizó todas sus posesiones.

Si Liam estuviera ahí, estaría orgulloso de lo detallista que fue.

Terminó de limpiar su antiguo jardín y al separar un mueble apolillado notó que había algo abajo, un objeto que en algún momento cayó al suelo y rodó hasta llegar a la pared perdiéndose por varias vidas.

Una sortija.

Esa sortija pertenecía a una persona importante, un hombre de su pasado, el único en la torre que le prestó atención a un niño – el señor Lagartija – sonrió, era tarde para regresarle la sortija, lo único que podía hacer era conservarla y buscarle un sitio donde ninguna de sus futuras reencarnaciones lo tocara por casualidad.

Se fue repentinamente y Liam jamás le preguntó qué le gustaría hacer en su siguiente vida, así que no sabía qué esperar.

Había un lado positivo, menos probabilidades de confundirse e identificar a otro como su pareja, eso le trajo muchos problemas. Suspiró y comenzó a organizar los objetos en su edificio para asegurarse de que todo estuviera en su lugar.

Los años pasaron, siempre que estaba en su espacio se sentía tranquilo, había aprendido a no apresurarse, el momento llegaría y una nueva vida iniciaría.

Un día mientras miraba al horizonte sentado en el borde de la ventana el tatuaje en su brazo quemó, su alma fue llamada, estaba listo para iniciar todo de nuevo y enamorarse de la misma persona una vez más.

– Así que, todo esto me pertenece – dijo al mirar un largo pasillo con repisas de cristal y cientos de miles de piezas de joyería exhibidas, todas y cada una en perfecto estado y ordenadas junto con etiquetas con una descripción, separadas por collares, pendientes, brazaletes, anillos y coronas.

– Es correcto – respondió el holograma.

– Interesante.

Avis era un niño delgado de apariencia femenina, piel muy blanca, ojos verdes y un largo traje verde claro con accesorios que incluían pendientes, collares y brazaletes tanto en sus muñecas como en sus tobillos.

De pies a cabeza era una obra de arte, como todos los jóvenes de la tribu de mariposas que eran capaces de engendrar y a sus siete años era el más hermoso y delicado.

Considerando todo lo anterior, debía vestirse adecuadamente. Pasó los dedos por la colección de joyas con esmeraldas y se detuvo a mirar un escaparate con un cofre rojo con bordados dorados, le gustó la forma de la tapa, era una gran rosa y en las esquinas había dagas, lo destapó y miró los hermosos pendientes de esmeralda y los sacó para ponérselos.

– Monje, ¿cómo me veo?

El holograma ladeó la cabeza antes de responder – hay un par de cosas que debes saber.

– Si, si, si, lo que sea, ¿qué otras joyas valiosas tienes?

Como un niño mimado de la familia Orlan, Avis no dudó en tomar todas las joyas que se vieran bien sobre su hermoso cuerpo y ya que él era hermoso, básicamente todas las joyas le venían bien.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora