6.45 Producto gratis

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El invernadero estaba completo y la línea de productos fue aumentando hasta el punto en el que podía llenar un catálogo completo, lo que quería en ese momento era diseñar una nueva línea, el encargado de mercadotecnia le dijo que era una mala idea, pero él no quería rendirse.

Si fracasaba, era su tiempo lo que se perdía, nada más.

Las muestras y recetas de su espacio fueron inventariadas y seleccionadas, quería que fuera perfecto.

Bostezó.

A los veinte años podía quedarse despierto hasta la cuatro de la madrugada haciéndolo y levantarse a las siete para bañarse e irse a trabajar, a los treinta podía hacer exactamente lo mismo siempre que tomara una siesta de dos horas por las tardes, después de los cuarenta una desvelada lo dejaba con los ojos enrojecidos y soñoliento durante todo el día.

Cumplidos los cincuenta tenía lumbalgia (dolor de espalda), no podía estar sentado por mucho tiempo ni mirar la pantalla de la computadora por más de cuatro horas, los huesos de su muñeca tronaban cuando la giraba y una mala posición por la noche le provocaba dolor en el cuello, había algo mal con su hombro izquierdo, cuando lo torcía hacia atrás sentía que el hueso se dislocaba, bastaba con moverlo para regresarlo a su posición, pero le dejaba una fuerte punzada.

Pasó sin que se diera cuenta, pero pasó.

Cuando soñó con envejecer junto al hombre que amaba, olvidó un pequeño detalle, que a él le pasaría lo mismo.

Mirándose en el espejo tuvo un poco de esperanza, no había arrugas, aunque sí algunas canas y líneas de expresión, lo que en realidad estaba pasando era que se veía maduro y elegante como un conquistador.

Ahora solo debía repetir esa frase mil veces y la creería.

Lo importante no era la edad que tenía, sino como se sentía y se sentía con dolor de espalda.

Salió de la ducha y notó el viejo plato de Romeo, el perro al que enterró la semana anterior, su muerte, la mudanza de Julia y el aumento de las horas de trabajo de Sebastián, todo lo anterior lo dejó solo en una casa muy grande, muy silenciosa y muy vacía.

Fue a la habitación y se dejó caer sobre la cama, miró el techo, luego la ventana y al final la cómoda de Liam, el único sitio de la casa que no se le permitía tocar.

Sonrió.

Llevaban años juntos y había hecho cosas peores, Liam lo perdonaría, siempre lo perdonaba, fue por un clip y un pasador, tomó varios intentos, pero logró trabar la parte superior con el clip y con el pasador liberó la cerradura y abrió la gaveta.

Encontró muchos condones, lubricantes, cremas para dar masajes, ungüento y caramelos.

Se sentía más querido por la cantidad de medicamentos para cuidar esa especifica parte de su cuerpo, pero también esperaba encontrar algo vergonzoso como revistas de sadomasoquismo o películas porno, lo único anormal en esa gaveta era un paquete transparente de caramelos extranjeros con una fecha de caducidad ilegible.

Su vida sexual se volvió rutinaria, no esperaba que lo hicieran al aire libre y odiaría intercambiar parejas, solo quería algo que estuviera en el medio de lo que tenían y lo demasiado pervertido.

Liam llegó temprano, se aflojó la corbata y encendió las luces, tenía el cabello mucho más corto de cuando se dedicaba al modelaje y no se había rasurado a petición de Nicolás – estoy en casa – anunció y notó que la casa estaba vacía.

No había mensajes en su celular y todas las luces estaban apagadas.

Tuvo un mal presentimiento y corrió al baño, por suerte estaba vacío, pensó en la habitación, antes de llegar escuchó un sonido extraño, empujó la puerta y lo encontró sentado en el suelo con las manos sobre la cama apretando las sabanas, en su rostro se podía ver una expresión de dolor.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora