3.2 Dragón negro

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La mano de Luna fue tomada por la fuerza, solo una mirada hacia atrás le dijo que su madre estaba enfurecida, Luna no sabía qué tanto había escuchado, pero claramente había sido suficiente.

Suspiró pesadamente hasta que fue empujada y su trasero se golpeó con el suelo – los dioses me castigaron con una hija como tú, sí tan solo fueras como tu hermano – la mujer golpeó una roca en el suelo y miró de nuevo a su hija –finalmente encontré un buen candidato para ser tu marido, nos dará hogar a ambas, no fue simple, así que compórtate.

– Pero, mamá, el dragón.

– ¿A quién le importa un dragón, deberías preocuparte por mí?, sí tu hermano estuviera aquí, él jamás dejaría que esto sucediera.

El hermano del que su madre hablaba tanto era su hermano mayor, él se marchó diez años atrás para unirse a un ejército, durante cuatro años un hombre traía una parte de su paga, con eso y la tienda que su padre dirigía, los tres podían vivir, su casa, su ropa, ciertamente su familia vio mejores días.

Un día la paga se detuvo, pasaron tres meses sin recibir dinero y sus padres fueron a preguntar, Luna se quedó en casa, su tío Seo cuidaba de ella mientras le enseñaba a tocar la flauta, la expresión de su madre cuando regresaron nunca la olvidaría.

Hasta ese día Luna desconocía lo sucedido a su hermano, lo más común era pensar que murió, para los soldados era una gran posibilidad, un enfrentamiento con ladrones, una traición, había muchas formas de morir, por eso la paga se detuvo, su padre enfermó y perdieron la tienda.

La pequeña cabaña era todo lo que les quedaba y ella misma era la única posesión que su madre podía intercambiar, repitiéndose eso trató de no ser egoísta, desde el comienzo no le importó mucho su matrimonio, suspiró y siguió a su madre, pero no borró de su mente al dragón.

Esa noche encontró un regalo sobre su cama, una flauta dorada, sabía de quién era el regalo, su tío Seo lo dejó para ella, la sostuvo entre sus manos y abrazo el material frío contra su piel tan emocionada que comenzó a saltar sobre la cama.

Miró por la ventana.

¿Era esa una señal?

La flauta, su talento tocando melodías para calmar a las bestias, el encuentro en el pueblo con esos cazadores de dragones, todos esos detalles, como escritos y preparados de ante mano para que ella los encontrara, en su rostro se formó una sonrisa, escribió una nota para su madre prometiéndole que estaría a tiempo para la boda, guardó algunas cosas y salió por la ventana.

A la mañana siguiente ya estaba frente a la cueva, a poca distancia el grupo de cazadores se preparaban, los aldeanos guardaban su distancia.

– Hoy están a punto de presenciar un gran momento – el joven de cabello rubio cubierto totalmente por una túnica café anunció con una voz aguda y melodiosa – ahora mismo, enviaremos humo a la cueva, este humo no es común, amigos, contiene una hierba muy picosa que vuelve loca la nariz de los dragones, hará que él salga y entonces lo enfrentaremos.

Varias personas murmuraron y aplaudieron la ingeniosidad de los cazadores, Luna alzó una ceja, ¿existía una hierba así?, y sí existía, ¿a los dragones no les gustaba la comida picosa?

Intentó imaginar a un gran dragón sentado a la mesa viendo un plato de comida con picante rojo encima y pidiendo otro plato, su risa se volvió un poco fuerte y las personas alrededor la miraron creyendo que estaban frente a una persona muy rara.

Un fuerte rugido se escuchó.

Los observadores retrocedieron, Luna se quedó helada, cuando escuchó ese rugido también sintió que sus pies se movían, bajó la mirada y tuvo una sensación de mareo, no había duda, un momento atrás tembló y ese temblor fue provocado por el rugido del dragón.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora