9/6

156 24 0
                                    

frente a ellos. Lo que sí veía eran hebras de bruma azulada y reflejos pálidos de


charcas con juncos, que se sucedían una detrás de otra, hasta formar una línea pálida


donde comenzaba el cielo. Y el cielo ocupaba todo lo demás, aún más inmenso. La


Vía Láctea parecía otra hebra de bruma que se había elevado de los pantanos y las


estrellas afiladas brillaban a través de ella.


Michael y Sophie se quedaron quietos, cada uno con una bota preparada en el


suelo, esperando a que alguna estrella se moviera.


Al cabo de una hora más o menos Sophie tuvo que fingir que no estaba tiritando


por temor a asustar a Michael. Media hora más tarde, Michael dijo:


-Mayo no es una buena época. Agosto o noviembre hubiera sido mejor.


Media hora después, dijo con preocupación:


-¿Y qué hacemos con la raíz de mandrágora?


-Vamos a terminar con esta parte antes de preocuparnos de la siguiente -dijo


Sophie, apretando los dientes al hablar, para evitar que castañearan.


Un poco después Michael dijo:


-Vete a casa, Sophie. Al fin y al cabo es mi conjuro.


Sophie abrió la boca para decir que era una buena idea, cuando una de las


estrellas se despegó del firmamento y cayó como un relámpago blanco desde el cielo.


-¡Ahí hay una! -gritó.


Michael metió el pie en la bota y salió disparado. Sophie se equilibró con el


bastón y salió un segundo después. ¡Zap! jChof! Estaba en medio de los pantanos,


inmersa en la neblina y el vacío, con charcos de reflejos opacos en todas direcciones.


Sophie clavó su bastón en el suelo y consiguió detenerse.


La bota de Michael era una mancha oscura junto a la suya. Del propio Michael no


oyó más que un chapoteo y los pasos de unos pies corriendo alocadamente un poco


más adelante.


Y allí estaba la estrella fugaz. Sophie la vio. Era una llamita blanca que descendía


unos pocos metros por delante de Michael. La forma brillante bajaba muy despacio,


y parecía que Michael la iba a atrapar.


Sophie sacó el pie de la bota.


-¡Venga, bastón! -gritó-. ¡Llévame hasta allí!


Y salió a toda velocidad, cojeando entre los hierbajos y tropezándose en los


charcos, con los ojos puestos en aquella lucecita blanca.


Para cuando llegó, Michael estaba acechando a la estrella con pasos cuidadosos y


los dos brazos extendidos para alcanzarla. Sophie veía su silueta recortada contra la


luz de la estrella, que estaba flotando a la altura de las manos de Michael, más o


menos a un paso de distancia. Miraba hacia él nerviosa. «¡Qué extraño!», pensó


Sophie. Estaba hecha de luz e iluminaba una circunferencia de hierba y juncos y


charcos oscuros alrededor de Michael. Pero además tenía unos ojos grandes y


nerviosos que miraban hacia el joven y una cara pequeña y puntiaguda.


La llegada de Sophie la asustó. Describió un arco errático y gritó con la voz


aguda y rota.


-¿Qué pasa? ¿Qué queréis?

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora