frente a ellos. Lo que sí veía eran hebras de bruma azulada y reflejos pálidos de
charcas con juncos, que se sucedían una detrás de otra, hasta formar una línea pálida
donde comenzaba el cielo. Y el cielo ocupaba todo lo demás, aún más inmenso. La
Vía Láctea parecía otra hebra de bruma que se había elevado de los pantanos y las
estrellas afiladas brillaban a través de ella.
Michael y Sophie se quedaron quietos, cada uno con una bota preparada en el
suelo, esperando a que alguna estrella se moviera.
Al cabo de una hora más o menos Sophie tuvo que fingir que no estaba tiritando
por temor a asustar a Michael. Media hora más tarde, Michael dijo:
-Mayo no es una buena época. Agosto o noviembre hubiera sido mejor.
Media hora después, dijo con preocupación:
-¿Y qué hacemos con la raíz de mandrágora?
-Vamos a terminar con esta parte antes de preocuparnos de la siguiente -dijo
Sophie, apretando los dientes al hablar, para evitar que castañearan.
Un poco después Michael dijo:
-Vete a casa, Sophie. Al fin y al cabo es mi conjuro.
Sophie abrió la boca para decir que era una buena idea, cuando una de las
estrellas se despegó del firmamento y cayó como un relámpago blanco desde el cielo.
-¡Ahí hay una! -gritó.
Michael metió el pie en la bota y salió disparado. Sophie se equilibró con el
bastón y salió un segundo después. ¡Zap! jChof! Estaba en medio de los pantanos,
inmersa en la neblina y el vacío, con charcos de reflejos opacos en todas direcciones.
Sophie clavó su bastón en el suelo y consiguió detenerse.
La bota de Michael era una mancha oscura junto a la suya. Del propio Michael no
oyó más que un chapoteo y los pasos de unos pies corriendo alocadamente un poco
más adelante.
Y allí estaba la estrella fugaz. Sophie la vio. Era una llamita blanca que descendía
unos pocos metros por delante de Michael. La forma brillante bajaba muy despacio,
y parecía que Michael la iba a atrapar.
Sophie sacó el pie de la bota.
-¡Venga, bastón! -gritó-. ¡Llévame hasta allí!
Y salió a toda velocidad, cojeando entre los hierbajos y tropezándose en los
charcos, con los ojos puestos en aquella lucecita blanca.
Para cuando llegó, Michael estaba acechando a la estrella con pasos cuidadosos y
los dos brazos extendidos para alcanzarla. Sophie veía su silueta recortada contra la
luz de la estrella, que estaba flotando a la altura de las manos de Michael, más o
menos a un paso de distancia. Miraba hacia él nerviosa. «¡Qué extraño!», pensó
Sophie. Estaba hecha de luz e iluminaba una circunferencia de hierba y juncos y
charcos oscuros alrededor de Michael. Pero además tenía unos ojos grandes y
nerviosos que miraban hacia el joven y una cara pequeña y puntiaguda.
La llegada de Sophie la asustó. Describió un arco errático y gritó con la voz
aguda y rota.
-¿Qué pasa? ¿Qué queréis?
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EL CASTILLO AMBULANTE
Teen FictionEste libro es para Stephen. La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado EL CASTILLO VIAJERO. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido Encontr...